Opinión: Las mujeres rusas reciben una nueva advertencia sobre sus derechos

EXPRESAR OPINIONES FEMINISTAS EN RUSIA ES CADA VEZ MÁS PELIGROSO.

Hace más de seis meses que la dramaturga rusa Svetlana Petriychuk y la directora de teatro Zhenya Berkovich fueron detenidas y encarceladas por su trabajo en “Finist, el halcón resplandeciente”, una aclamada obra que se solidariza con las mujeres reclutadas por el Estado Islámico.

¿El cargo? “Justificación del terrorismo”.

Las acusadas han apelado en tres ocasiones su detención preventiva y, en cada ocasión, el tribunal les ha negado la apelación. Por otra parte, la fiscalía ha pedido tres veces al tribunal que aplace el juicio “para interrogar a testigos importantes”; en todas las ocasiones, el tribunal ha accedido a ello.

Ser feminista no es ilegal en Rusia. Pero los abogados afirman que eso podría cambiar si Berkovich y Petriychuk son declaradas culpables. Mientras continúa la ofensiva del presidente Vladimir Putin contra la sociedad civil, este caso envía una nueva advertencia, tanto a los artistas, que podrían ser perseguidos por su arte, como a las mujeres. Expresar opiniones feministas en Rusia es cada vez más peligroso.

La obra de teatro en la que se centra el caso se basa en historias reales de mujeres rusas que fueron reclutadas por terroristas del Estado Islámico (en algún momento de 2018, había cerca de 7000 mujeres rusas en Siria, según un activista de derechos humanos que documenta sus casos). El título de la obra hace referencia a un cuento popular sobre una mujer llamada Maryushka que se enamora de Finist, el halcón resplandeciente, un príncipe con cuerpo de pájaro mágico que vive en un reino lejano.

Pero a diferencia del cuento de hadas, en el que Maryushka rescata a Finist de su cautiverio y lo lleva a su casa para vivir felices para siempre, estas mujeres se encontraron en medio de una guerra, engañadas y maltratadas. Las que conseguían escapar para regresar a Rusia se encontraban con insultos públicos y penas de prisión.

En “Finist, el halcón resplandeciente”, Berkovich y Petriychuk, quienes defienden los derechos de la mujer en sus obras, mezclan este folclore con el lenguaje burdo de interrogatorios reales para contar las historias de estas Maryushkas modernas, que abandonaron sus hogares y familias para reunirse con otros “Finists” que conocieron por internet.

La obra se estrenó en Moscú en 2021 con excelentes críticas, que también destacaron su mensaje antiterrorista. La producción de Berkovich, financiada por el Ministerio de Cultura, ganó prestigiosos premios teatrales. La obra fue muy comentada en las redes sociales y se organizaron talleres para montarla por todo el país, incluida una lectura en un penal femenil.

Pero el éxito de la obra se topó con otro fenómeno que se está produciendo en Rusia: la cruzada del Kremlin contra el feminismo, en una campaña que ha ido ganando terreno junto con la represión más amplia de la disidencia por parte del Estado desde la invasión de Ucrania.

Las ideas feministas nunca han sido del agrado del Kremlin. Hace más de una década, las integrantes de la banda punk feminista Pussy Riot fueron sentenciadas a dos años en prisión por interpretar una canción en contra de Putin en una iglesia de Moscú. Pero la presión contra el pensamiento y el activismo feministas ha ido en aumento. En 2019, una ley sobre maltrato doméstico presentada en el Congreso nacional no prosperó. Al año siguiente, las autoridades designaron a la destacada organización rusa sin fines de lucro Nasiliu.net, que apoya a las víctimas de violencia doméstica, agente extranjero, una etiqueta que suele aplicarse a quienes critican la política de Putin (la fundadora de Nasiliu.net, Anna Rivina, fue personalmente considerada agente extranjera.) En 2021, clausuraron un importante festival feminista nacional, el FemFest de Moscú. “No hicieron referencia a ninguna ley, sino que se limitaron a decir: ‘Tenemos que despejar el espacio’”, me contó la fundadora del festival, Lola Tagaeva.

Cuando Rusia invadió Ucrania en 2022, de inmediato se formó la Resistencia Feminista Antibélica, que se convirtió en uno de los movimientos de protesta más fuertes en el país. Más de cien de sus activistas han enfrentado diversas formas de persecución, según la organización. En uno de los casos recientes más sonados, la artista Alexandra Skochilenko fue sentenciada a siete años de prisión por cambiar las etiquetas de precios en un supermercado de San Petersburgo por declaraciones que hacían énfasis en la muerte de civiles en el conflicto. Desde entonces, han cobrado impulso otras iniciativas políticas y sociales de mujeres, como las de las madres preocupadas porque sus hijos son enviados a la guerra.

Este verano, el ministro de Salud ruso, Mikhail Murashko, condenó a las mujeres que anteponían su educación y su carrera a la procreación por considerarlo “inapropiado” y anunció una iniciativa en todo el país para controlar la circulación de medicamentos abortivos en las farmacias. Al menos dos regiones de Rusia ya prohibieron “coaccionar” a las mujeres para que aborten, y en otros dos lugares, la Crimea anexionada y Kursk, las clínicas privadas casi han dejado de practicar abortos. Las mujeres de todo el país entraron en pánico y compraron píldoras anticonceptivas de emergencia ante el temor de una prohibición nacional.

Hasta ahora, el gobierno ruso se había opuesto a los grupos de mujeres al impedir que cambiaran las leyes o al emitir “marcas negras”, como la designación de agente extranjero, diseñadas para complicarles la vida desde el punto de vista burocrático. Pero un mes antes de la detención de Berkovich y Petriychuk, un legislador ruso, Oleg Matveychev, afirmó que había redactado una propuesta de ley que identificaba el feminismo como “una ideología extrema”. El proyecto de ley no fue aprobado en el Congreso.

De manera oficial, el gobierno acusa a las dos mujeres de violar una ley rusa que prohíbe “los llamados públicos a actividades terroristas, la justificación pública del terrorismo o la propaganda del terrorismo”, un delito que se castiga con hasta siete años en prisión. La acusación del gobierno en su contra se basa en un documento entre cuyos autores figura el historiador Roman Silantiev. Él y sus coautores escribieron que la obra contenía “signos de la ideología del Estado Islámico” e “ideología feminista radical”; el documento se presentó como prueba de que la obra apoyaba el terrorismo.

Konstantin Dobrynin, abogado ruso que reside en el Reino Unido, señaló que, en virtud de esa ley, es posible que se mantenga una acusación oficial de feminismo radical, dados “los tiempos más oscuros que vivimos hoy en día”. Si eso ocurre, dijo, es muy probable que conduzca a la criminalización del feminismo como ideología en Rusia. Afirmó que sería “una cacería de brujas y la Santa Inquisición en su forma más literal”.

A pesar de la creciente supresión del gobierno, las mujeres rusas se mantienen en lucha. Tagaeva, organizadora del FemFest en Moscú, creó Verstka, un medio de comunicación que está llamando la atención por su labor de investigación. Rivina, fundadora de nasiliu.net, contrarrestó su condición de agente extranjera con la creación de una nueva línea telefónica nacional de ayuda a las víctimas de violencia doméstica. Entre rejas, Skochilenko ha declarado desafiante que sigue siendo libre. “Soy más libre que ustedes”, declaró ante el tribunal el 11 de noviembre. “Puedo tomar mis propias decisiones y decir lo que pienso”.

En cuanto a Berkovich y Petriychuk, su juicio está programado para el 10 de enero. Independientemente de si se aplaza de nuevo, sus abogados defensores dicen que confían en que ganarán. “Les demostraremos que tenemos razón”, me dijo Ksenia Karpinskaya, abogada de Berkovich. “Aunque no sea de inmediato, lo demostraremos”.

Este artículo apareció originalmente en The New York Times.

c.2023 The New York Times Company