Opinión: Llevo años estudiando póker y puedo decir que Kamala Harris no está fingiendo

HASTA AHORA EN LA CAMPAÑA ELECTORAL DE 2024, EL PARTIDO CONOCIDO POR EVITAR RIESGOS HA TOMADO MEJORES DECISIONES DE GESTIÓN DE RIESGOS.

En los últimos años, para un libro nuevo, he pasado tiempo con una comunidad de pensadores afines cuya profesión involucra tomar riesgos calculados. Estas personas, desde jugadores de póker hasta inversionistas en capital riesgo, que pertenecen al mundo de Silicon Valley, Wall Street, las apuestas deportivas y las criptomonedas (yo los llamo el “Río”), cuando toman decisiones no se basan en lo que saben en el momento, sino en el valor esperado. Cuando llega el momento de tomar una decisión, la pregunta que se hacen es si los riesgos son mayores que las recompensas.

El Río es rival del grupo de académicos, periodistas y expertos en política al que llamo la Aldea. Este término quizá sea más conocido: es la clase de expertos de la Costa Este. Harvard y Yale. The New York Times y The Washington Post. Estas comunidades, en conjunto, constituyen apenas un pequeño porcentaje de la población; en pocas palabras, son élites.

La Aldea tiende a evitar los riesgos, como se ha vuelto evidente por la cautela con que manejó la pandemia de covid y su creciente desconfianza con respecto a la libre expresión (que puede tener consecuencias muy graves). En general, toma decisiones por consenso y castiga a los inconformes con la exclusión o, si prefieren este otro término, la cancelación.

El Río ha tenido una racha ganadora en cuanto a su impacto en la sociedad y la economía: la proporción en la economía de sus industrias principales, el sector tecnológico y el financiero, no ha dejado de crecer, y Las Vegas le brinda ingresos récord. No solo el béisbol, sino prácticamente todo, se ha “Moneyballizado”, es decir, se ha cuantificado y monetizado de alguna manera.

Analizar la política desde la perspectiva y la estrategia de gestión de los riesgos del Río y la Aldea puede revelar aspectos interesantes, e incluso sorprendernos.

La correspondencia de estos dos grupos con nuestras instituciones políticas no es igual de clara. En la era trumpiana, con preferencias electorales de lo más polarizadas debido a la educación, la abrumadora mayoría de la Aldea es demócrata. En cuanto a la política del Río, no es tan fácil clasificarla. Los miembros del Río son distantes, analíticos y se dedican a actividades como el póker, pero no todos apoyan al Partido Republicano. De hecho, si hiciéramos una encuesta con las personas que considero parte del Río y les preguntara quién es su candidato presidencial preferido, me parece que Kamala Harris obtendría más votos que Donald Trump, aunque con una proporción enorme de votos por un tercer partido.

Sin embargo, desde que el libro fue a la imprenta, ha ocurrido algo sorprendente. Hasta ahora en la campaña electoral de 2024, la Aldea ha tomado mejores decisiones de gestión de riesgos y por eso va superando al Río. La contienda presidencial no deja de ser reñida, pero, al menos por ahora, parece que la Aldea va ganando.

Por lo menos, la Aldea acertó en la decisión más importante: olvidarse de la candidatura del presidente Joe Biden. Gracias a esta decisión, sus posibilidades de triunfo casi se duplicaron, del 27 por ciento de probabilidades para Biden al momento en que se retiró de la contienda, al 54 por ciento de Harris la semana de la Convención Nacional Demócrata, según mi modelo de predicción electoral.

Una característica que ayuda a comprender por qué es así es que el Río tiende a adoptar posturas contrarias. A medida que la Aldea se ha vuelto más azul, la respuesta en rebeldía de algunas comunidades del Río ha sido adoptar una postura de extrema derecha, aunque en distintas medidas. Los ataques del gestor de fondos Bill Ackman a los presidentes de la Universidad de Pensilvania, Harvard y el MIT marcó un punto de inflexión en la guerra franca entre el Río y la Aldea.

Pero el Río definitivamente no es un bloque, mientras que la preferencia de la Aldea por el consenso le ayudó, cuando Biden se retiró, a consolidarse rápidamente en torno a Harris, quien aprovechó la oportunidad y consiguió la nominación del Partido Demócrata en 48 horas.

En un primer momento, pareció que la decisión de Harris de elegir como compañero de fórmula al gobernador de Minnesota, Tim Walz, se basó demasiado en el consenso y su necesidad de evitar riesgos. El gobernador de Pensilvania, Josh Shapiro, tiene capacidad demostrada para convencer a los votantes indecisos en un estado sin preferencias marcadas por republicanos o demócratas, y mi modelo le da a Pensilvania aproximadamente un 40 por ciento de probabilidades de ser el estado determinante en estas elecciones, mientras que a Minnesota le da menos del 1 por ciento. Mi jugador de póker interno habría comparado los porcentajes y optado por el riesgo calculado de Shapiro. Aunque me he ido convenciendo de que la elección de Walz fue correcta porque Harris se ha mantenido fuerte en las encuestas, Pensilvania todavía es muy importante.

Es mucho más difícil verle ventajas a la selección de Trump, el senador JD Vance de Ohio.

Vance, quien fue estratega en capital de riesgo, en cierta forma es un miembro prototípico del Río, aunque por ser egresado de la Escuela de Derecho de la Universidad de Yale, autor de un superventas e intelectual que anteriormente se oponía a Trump también tiene algunas características de la Aldea.

Lo que no tiene es mucho atractivo para el 98 por ciento de los estadounidenses que viven fuera de estas comunidades de élite; de hecho, su porcentaje de opiniones favorables es uno de los más bajos registrados para un candidato a vicepresidente en décadas.

Clasificar al mismo Trump como miembro del Río o de la Aldea es complicado, ya que fue un magnate de los casinos (aunque sin éxito), pero es más intuitivo que analítico y está obsesionado con su cobertura noticiosa en la Aldea. La campaña de Trump cometió dos errores clásicos al elegir al candidato a la vicepresidencia, aun si los conservadores de Silicon Valley celebraron su elección. Uno de ellos fue echar las campanas al vuelo antes de tiempo. Según un artículo de Tim Alberta y otros autores publicado en The Atlantic, Trump creyó que tenía la victoria en la bolsa, y quizá por eso pensó que podía arriesgarse a designar como compañero de fórmula a un pupilo MAGA más joven y más intelectual. Pero desde la salida de Biden, la contienda dista de estar decidida.

El segundo error fue no practicar la empatía estratégica, es decir, no estar dispuesto a ponerse en el lugar del oponente. En general, los miembros del Río ejecutan bien esta estrategia, que es esencial en el póker. Pero la campaña de Trump no creyó que los demócratas se decidieran a remplazar a Biden y, al hacerlo, subestimaron a sus opositores.

Existe otro término del mundo del póker que describe las decisiones recientes de Trump: quizá esté en “tilt”, un estado en el que no tomamos las mejores decisiones porque actuamos de manera impulsiva, nos dejamos llevar por las emociones. Todos los jugadores de póker pasan por esto: un oponente tiene varias buenas manos, ya se está saboreando la cena de lujo que podrá pagar y cómo les presumirá a sus amigos. Pero entonces, pierde una gran cantidad y, antes de que logre calmarse, el resto de sus fichas desaparecen en su intento desesperado por recuperarse.

Después de unos 30 minutos del discurso de aceptación de Trump en la Convención Nacional Republicana, cuando habló con gran emotividad sobre la bala que casi le cuesta la vida, estuve tentado a olvidarme de las probabilidades y concluir que tenía asegurada la victoria. Pero entonces, siguió divagando otra hora. Luego, tres días más tarde, los demócratas persuadieron a Biden de retirarse de la contienda. Aunque el “tilt” por lo regular se asocia con una serie de malas jugadas después de perder una mano, otra forma común es el “tilt” del ganador, cuando un jugador se confía de más tras una buena racha, como la que tuvo hace poco el Río.

Ahora Trump se ha dedicado a provocar al gobernador republicano de Georgia y a acusar falsamente a los demócratas de utilizar inteligencia artificial para exagerar las multitudes que convocan. Es una estrategia dudosa cuando hay tantas otras líneas de ataque válidas, como la inquietud persistente de los electores con respecto a la economía y la frontera o la campaña de primarias presidenciales de izquierda de Harris en 2019.

Es cierto que la campaña de Harris para las primarias en 2019 fue un fracaso. Pero no todos somos el equivalente político a Tom Brady, que parece haber nacido para manejar la presión. Las primeras dos veces que Biden buscó la presidencia, fracasó. Barack Obama perdió su primera campaña para el Congreso en 2000. El primer momento importante de Bill Clinton en la esfera nacional, cuando dio el discurso de apertura en la Convención Nacional Demócrata en 1988, casi le puso fin a su carrera. Ayuda tener algo de la práctica bajo los reflectores que se adquiere, por ejemplo, al recorrer el mundo y dar todo tipo de discursos, como ha hecho Harris en los cuatro años que ha sido vicepresidenta.

Si Harris sigue mejorando sus porcentajes en las encuestas, como ocurre por lo regular después de que un partido realiza su convención, es posible que alcance una nueva posición como la favorita percibida.

Esa situación podría generar riesgos diferentes, como la autocomplacencia, a poco tiempo del que con toda seguridad será el siguiente momento crucial de la campaña: un debate el 10 de septiembre en Filadelfia. Tendrá que resistir la tendencia de la Aldea a la triangulación.

Las encuestas subestimaron por mucho a Trump tanto en 2016 como en 2020, y hacer campaña pensando que vas atrás tiene sus ventajas. Pero hasta ahora, Harris ha desafiado el estereotipo de la Aldea con una actitud serena bajo presión.

Este artículo apareció originalmente en The New York Times.

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