Opinión: Ivanka Trump, testigo de la fiscalía

MIENTRAS EL PAÍS DEBATE EL VALOR NETO REAL DE DONALD TRUMP, ¿DEBERÍAMOS PREGUNTARNOS TAMBIÉN SI SU HIJA ESTABA SIRVIÉNDOLE DE ALGO MÁS QUE DE ADORNO?

Pasaron casi tres años desde el 6 de enero de 2021, cuando Ivanka Trump, envuelta en un abrigo negro, permaneció junto a su padre en el interior de una carpa en la Elipse de Washington D. C., hasta que la vimos subir por las escaleras del Tribunal Supremo del Estado de Nueva York el miércoles en una de sus últimas apariciones públicas familiares con carácter oficial.

En un video grabado con cámara en mano de 2021, ella y Donald Trump están concentrados en la cobertura televisiva de la multitud, figuras inmóviles en una pecera de excitación previa a los disturbios: Kimberly Guilfoyle se contoneaba al ritmo de “Gloria” de Laura Branigan, Mark Meadows entraba a toda prisa en el encuadre y alguien más, con emoción apenas contenida, gritaba: “¡Tenemos que comer refrigerios!”.

Luego se emitieron imágenes de una soga frente al Capitolio, de “patriotas” que golpeaban y rociaban con repelente para osos en aerosol a policías, e Ivanka Trump al parecer le suplicó a su padre que les pidiera que se fueran a casa.

Ivanka Trump, exasesora sénior del presidente y rostro femenino de la Organización Trump, abandonó entonces el escenario público. Ha estado viviendo en Florida con su marido y sus hijos y, a excepción de algunas reuniones familiares, no ha aparecido en fotografías con su padre desde entonces. Esta semana se enfrentaba a una disyuntiva: volver a estar al lado de su padre o mostrarse como una persona independiente con cabeza para los negocios y sentido del deber cívico y la responsabilidad moral. ¿Podría separarse de la Casa de Trump?

La mujer de la que los republicanos alguna vez hablaron como una candidata a la presidencia —después de los ocho años de su padre, claro— es conocida pero a la vez un enigma. “Me sentaba a su lado de vez en cuando en las cenas”, Barry Diller le dijo a Maureen Dowd en 2018, a poco más de un año del inicio del gobierno de Trump. “Y yo, como todo el mundo, pensaba: ‘Dios mío, ¿cómo es posible que este personaje malvado haya engendrado a una persona tan educada y amable?’. No creo que ahora seamos de la misma opinión”.

Alexandra Wrage, fundadora y presidenta de la organización internacional de vigilancia de la corrupción empresarial Trace, me dijo: “No creo que haya forma de que Ivanka haya podido involucrarse en esos círculos durante tanto tiempo como lo ha hecho, a la sombra de su padre, con esos personajes con facha de matones, y no haber dudado de las cualidades de sus socios comerciales”.

Cuando la fiscal general de Nueva York, Letitia James, acusó a miembros de la familia Trump de inflar el valor de activos clave para asegurar un financiamiento más favorable, Ivanka Trump contrató a su propio abogado para representar sus intereses al margen de los de su familia. Más tarde, un tribunal de apelaciones la retiró como acusada debido a la prescripción en el estado de Nueva York.

Los fiscales la citaron como testigo. Al parecer, tenían en su poder demasiados documentos de la Organización Trump con su firma arabesca y demasiados correos electrónicos suyos en los que se hablaba de préstamos de nueve cifras. Durante años había ejercido, como mínimo, de elegante asistente ejecutiva que hacía fluir dinero hacia su padre.

Antes de su paso por Washington con su padre, Ivanka Trump fue amiga de los hijos de la aristocracia estadounidense, aunque sus padres despreciaran a Donald Trump por ser un arribista y un tramposo del golf. Nieta de una mujer que trabajó como criada en la mansión Carnegie y bisnieta de la inmigrante alemana viuda que dio origen a la Organización Trump, Ivanka Trump fue la primera mujer Trump que nació en cuna de oro. Fue por eso, más que por la belleza que su padre ensalzaba de manera frecuente y perturbadora, que desempeñó un papel especial en la Organización Trump.

Ella, a su vez, admiraba a su padre. Consciente de las expectativas de su padre respecto a las mujeres que podían ser fotografiadas junto a él, se estilizó hasta alcanzar la perfección de una muñeca. En su libro “The Trump Card: Playing to Win in Work and Life”, Ivanka Trump utilizó la palabra “marca” decenas de veces. Alabó uno de los secretos de la genialidad especial de su padre: la óptica. “La percepción es más importante que la realidad. El que alguien perciba algo como cierto es más importante que el hecho de que en realidad lo sea”.

Esa prestidigitación, que podría ser la consigna no oficial de la familia, es el meollo del caso contra la Organización Trump. Mientras el país sigue debatiendo cuál es el valor real neto del empresario de los programas de telerrealidad, ¿deberíamos preguntarnos también si su hija era algo más que un adorno para su padre?

Durante cinco horas, respondió a las preguntas con la compostura de la clase alta estadounidense, infaliblemente educada, desde el mismo estrado en el que ya testificaron su padre y sus dos hermanos. El único momento en que pareció ligeramente desconcertada por la línea de interrogación de los fiscales fue cuando le pidieron que hablara sobre los correos electrónicos de negocios de la Organización Trump que había reenviado a su marido, Jared Kushner, entonces propietario de The New York Observer. Alrededor de 2011, él le presentó a la familia Trump a Rosemary Vrablic, que estaba con Deutsche Bank y más tarde redactó muchos de los acuerdos de los préstamos de Trump discutidos en el testimonio.

Kushner no es ni acusado ni testigo en el caso, pero parece que era una especie de consejero. A uno de los correos electrónicos que Ivanka Trump le reenvió sobre el Trump International Hotel en Washington, respondió: “Puedes conseguir mejores precios para una relación préstamo-valor tan baja. Lo más probable es que Natixis te dé 140 millones con esa tasa. ¿Se lo enseño a ellos?”.

Cuando le preguntaron en el estrado sobre el reenvío de correos electrónicos de la Organización Trump sobre una “transacción potencial” a Kushner, dio a entender que era una conversación rutinaria entre marido y mujer: “Mi marido también estaba en el sector inmobiliario y me daba su punto de vista”, respondió. “Recuerdo habérselo dicho. No recuerdo las palabras exactas, pero no era poco común que le pidiera a mi marido su opinión sobre algo en lo que estaba trabajando”.

Fue una actuación virtuosa en un escenario ignominioso. James, a quien Donald Trump ha apodado “Peekaboo” —lo que algunos han criticado como un apodo en código racista— y a quien uno de sus abogados ha calificado de “simplemente no tan brillante”, estaba sentada en primera fila, a unos seis metros de distancia.

“Al fin y al cabo, este caso se trata de declaraciones fraudulentas de situación financiera de las que ella se benefició, se enriqueció”, dijo James fuera de la sala del tribunal. “Y está claro que no puede distanciarse de ese hecho”.

En el contrainterrogatorio, los abogados de Donald Trump le preguntaron a Ivanka Trump sobre su papel en la Organización Trump. “Me siento increíblemente orgullosa del trabajo que hice”, dijo, y mencionó el Trump International Hotel y el Trump National Doral Miami. “Como he testificado antes, eran proyectos complicados. Y creo que superamos todas las métricas al llevarlos a buen puerto, como demuestra el hecho de que ambos estén floreciendo en la actualidad”.

Luego de esto, permitieron que se retirara la última de los 25 testigos a los que llamará la fiscalía.

“La hija derribará al padre”, predijo una vez Steve Bannon, después de que Ivanka Trump y Kushner ayudaron a persuadir a Donald Trump de que despidiera a su director del FBI, James Comey. Si hubiera tenido intenciones de derribarlo, esta semana era la indicada, pero no lo hizo.

Nunca lo haría. Ella era el futuro femenino de la marca Trump, criada en la torre dorada que construyó papá, con gusto por el poder y los altos cargos, y él le dio eso, el despacho del Ala Oeste, además de dejar a su cargo los asuntos de mujeres. Ella le ofreció elegancia, dicción de buena cuna y resistencia a prueba de balas a la humillación. Y para la disonancia cognitiva, nadie mejor: tuiteó a favor del movimiento Time’s Up cuando llegó el momento. A veces su padre hasta la escuchaba. Es muy posible que ella —o sus lágrimas al menos— haya ayudado a conseguir la disculpa pública por la cinta que publicó “Access Hollywood”.

Pero han pasado muchas cosas desde aquella tarde en la carpa de la Elipse. Ha perdido a su madre, su marido se ha sometido a una segunda operación de cáncer y el logro más importante de la vida de Kushner, los Acuerdos de Abraham, se ha convertido en papel mojado en la guerra entre Gaza e Israel. Y su padre, el perfecto embaucador y creador de marcas, enfrenta 91 cargos penales en tres estados y el Distrito de Columbia.

Como una muñeca rota pero, quizás, impecablemente reparada, no se inmutó al pasar ante la pequeña multitud de neoyorquinos que coreaban: “¡Familia del fraude!”. Su padre, sus hermanos y la fiscal general de Nueva York parecen haber acabado o, como mínimo, reducido enormemente el negocio que puso en marcha su bisabuela a pesar de nunca haber recibido el crédito, un reconocimiento que podría haber tenido una óptica muy positiva si su padre hubiera estado dispuesto a reconocer el mérito de una mujer y a celebrar que es hijo y nieto de inmigrantes.

Puede que ahora el poder sepa a cenizas.

Este artículo apareció originalmente en The New York Times.

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