Opinión: Otra Francia es posible, solo basta ver su equipo en el Mundial

Nunca olvidaré la alegría y la solidaridad posteriores a la victoria de Francia en la Copa del Mundo de 2018. Lo vi en París y, cuando el partido terminó con una victoria de 4-2 sobre Croacia, todos corrimos a las calles, con bengalas encendidas, saltábamos y nos abrazábamos. Alguien sacó un equipo de sonido y empezó a sonar el himno que adoptó el equipo, “Magic in the Air”, lo cual convirtió la plaza donde me encontraba en una pista de baile engalanada con banderas. Las celebraciones continuaron al día siguiente, cuando la multitud se congregó en los Campos Elíseos para ver al equipo viajar por la avenida.

Sin embargo, a pesar de la alegría de aquel momento, no pudimos celebrarlo de la misma manera que la última vez que Francia ganó la Copa del Mundo, en 1998. Entonces, existía la esperanza utópica de que la victoria en el torneo de un equipo formado por hijos de inmigrantes podría ayudar a superar el racismo en el país. En 2018, ya sabíamos qué esperar.

El fútbol internacional, como hizo notar hace poco el escritor Clint Smith, nos invita a imaginar los países no tanto como son, sino como podrían ser. Durante el Mundial, los jugadores literalmente encarnan a sus naciones. Sus acciones adquieren un significado simbólico porque reflejan y refractan a sus sociedades. La historia de la selección francesa en las últimas décadas, y de los debates que la han rodeado, nos ayuda a comprender los cambios que están rehaciendo la identidad nacional del país y dónde sigue habiendo limitaciones.

El equipo de 1998 fue celebrado por las historias que juntó: caribeños, africanos occidentales, argelinos, armenios, todos ellos también franceses. Parecía un nuevo modelo de lo que Francia podía ser. Lilian Thuram, nacido en Guadalupe, y Zinedine Zidane, hijo de emigrantes argelinos que creció en los complejos de viviendas subvencionadas de Marsella, marcaron goles que significaron victorias. Se convirtieron en iconos nacionales.

La fortaleza y la unidad del equipo sirvieron como un mensaje audaz para un país en el que la ciudadanía durante mucho tiempo se ha equiparado con similitud cultural y con una sociedad que en general rehúye las identidades compuestas. La victoria fue también una réplica contra Jean-Marie Le Pen, líder del partido de extrema derecha Frente Nacional, quien dos años antes atacó al equipo porque estaba conformado por “extranjeros” y “falsos franceses”. En particular, Thuram utilizó su plataforma para convertirse en una voz prominente contra el racismo y en un crítico de las estrategias del gobierno en materia policial y migratoria.

No obstante, cuando desapareció el resplandor de la victoria del 98, quedó claro que un trofeo en manos de un equipo multicultural no iba a cambiar la dinámica racial de Francia, ni a nivel nacional ni siquiera en el fútbol. Karim Benzema, uno de los delanteros estrella de Francia, dijo en 2011: “Cuando anoto, soy francés; cuando no o cuando hay problemas, soy árabe”. El año anterior, los dirigentes de la Federación Francesa de Fútbol habían debatido un plan para limitar el número de jugadores de ascendencia africana y norteafricana reclutados en las categorías juveniles. Cuando estas conversaciones se filtraron en la prensa, muchas personas quedaron impactadas al saber que el seleccionador nacional había participado en ellas.

A ese director técnico lo remplazó Didier Deschamps en 2012, otrora capitán del equipo de 1998 y famoso por fomentar la unidad al interior de la selección. En 2018, Deschamps había reunido un plantel que en su mayoría era de jugadores negros, repleto de algunos de los talentos futbolísticos más notables del planeta. Junto a Paul Pogba, el capitán del equipo, cuyos padres emigraron de Guinea, jugaban el joven fenómeno Kylian Mbappé, de madre argelina y padre camerunés, y el brillante centrocampista N'Golo Kanté, de padres malíes.

Cuando se acercaba el Mundial de 2018, la extrema derecha no atacó públicamente al equipo. Haberlo hecho habría parecido un potencial inconveniente político. Esto podía ser porque para muchos franceses, en particular los de las generaciones más jóvenes, el multiculturalismo que la derecha ha demonizado durante tanto tiempo ahora simplemente es una realidad. Las historias familiares de muchos de estos jugadores cada vez forman más parte del tejido de la vida francesa.

En la celebración en el palacio presidencial después de la Copa del Mundo, Kanté se sentó junto a su madre, quien llevaba un velo, y saludó a Pogba con un “as-salamu aláikum”. Con la islamofobia que hay en Francia, este momento llamó la atención por lo natural que lució. Los jugadores transmitieron una sensación de tranquilidad por ser todos africanos, franceses y musulmanes al mismo tiempo.

Estos jugadores personifican lo que algunos académicos y activistas llaman “Francia negra”, pues arguyen que la nación necesita reconocer el lugar central de África y el Caribe en su historia y futuro. Como lo dijo la escritora y académica feminista francesa Maboula Soumahoro en una autobiografía reciente, es una simple exigencia de reconocimiento: “Yo también soy Francia”.

Sin embargo, sigue habiendo una fuerte resistencia. Este año, Marine Le Pen, heredera del partido de extrema derecha de su padre Jean-Marie, obtuvo más de 13 millones de votos en su candidatura a la presidencia. Las demandas de aceptación de la diversidad racial en Francia se enfrentan constantemente a acusaciones de todo el espectro político pues las consideran amenazas que pueden dividir y socavar la República. Aunque mutan, el racismo y el legado del colonialismo le siguen dando forma a la cultura francesa.

Sin duda que algunas de las mismas personas que votaron por Le Pen también celebraron cuando Francia venció a Australia, Dinamarca y Polonia en Catar y alentaron al equipo en su victoria sobre Inglaterra el sábado. Sorprende lo fácil que es, incluso para quienes expresan opiniones a todas luces racistas, apoyar a los atletas negros cuando es conveniente. No obstante, la experiencia acumulada de apoyar y celebrar a la selección nacional puede, a pesar de todo, contribuir al “cambio en nuestro imaginario colectivo” que Thuram defiende en sus escritos y con el trabajo de su fundación contra el racismo. Por medio de sus éxitos, los atletas de la nación ofrecen una visión positiva de cómo la diversidad es una fortaleza para el equipo y, por extensión, para Francia, en el proceso de alimentar nuevas maneras de pensar sobre lo que es y puede ser la nación.

Francia llegó al Mundial de este año sin varios jugadores de 2018, incluido Pogba, debido a una serie de lesiones. Sin embargo, Mbappé regresó, junto con otros veteranos de 2018 y nuevos jugadores, como Moussa Dembélé, Aurélien Tchouaméni, Dayot Upamecano y Marcus Thuram, hijo de Lilian Thuram.

En sus dos primeros partidos, Francia iluminó la cancha con el tipo de juego fluido y alegre que le ha hecho ganar adeptos en todo el mundo. Ahora va en camino a las semifinales, donde se enfrentará a Marruecos. Mbappé ha sido su estrella y ya ha marcado cinco goles. Como lo dijo el periódico Libération, Francia “navega con sus alas” mientras el equipo avanza en el torneo como uno de los favoritos.

Este año, en Francia, el debate ha girado más en torno al propio torneo que al equipo.

Los alcaldes de muchas de las principales ciudades francesas optaron por no preparar las zonas donde se suelen ver los partidos como un modo de protestar contra la corrupción y los abusos de los derechos humanos asociados con el torneo y los activistas de algunas ciudades incluso han ido tan lejos como para utilizar controles remotos especiales para apagar las televisiones de los bares que emitían los partidos. No obstante, si se mantiene el nivel de Francia, es probable que esta reticencia inicial al torneo ceda ante el zumbido y la alegría irresistibles de una buena racha en el Mundial y una nueva ronda de entusiasmo por los jugadores de la selección. Por supuesto, cómo nos podría recordar Benzema, eso siempre puede cambiar con base en lo que ocurra después.

Cuando aliento a la selección francesa, también estoy alentando a una Francia que a final de cuentas confronta y acepta todas sus historias complejas y las percibe como una fuente de fortaleza y posibilidades colectivas. Cuando se dirigió a sus compañeros antes de la final de 2018, Pogba dejó claro que ellos, y por consecuencia las comunidades a las que pertenecen, son parte constitutiva del futuro del país: “Esta noche quiero que formemos parte de los recuerdos de todos los franceses que nos están viendo. Y de sus hijos, de sus nietos, incluso de sus bisnietos”.

Este artículo apareció originalmente en The New York Times.

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