Opinión: Por favor no hagan un universo cinematográfico de Tolkien

“LOS ANILLOS DE PODER” DE AMAZON TENDRÁ DIFICULTADES PARA RECREAR LA MAGIA DE LA TIERRA MEDIA, UN MUNDO QUE NO ESTÁ HECHO PARA QUE SE LE APLIQUE EL TRATAMIENTO DEL “UNIVERSO CINEMATOGRÁFICO”.

En los meses previos a su estreno este viernes, “El Señor de los Anillos: Los Anillos de Poder” de Amazon Prime ha suscitado tanto emoción como preocupación entre los seguidores ante la expansión del mundo de J.R.R. Tolkien en la era del “universo cinematográfico”.

Tanto interés puede explicar por qué Amazon Studios pagó casi 250 millones de dólares por los derechos de “El Señor de los Anillos” y casi 1000 millones de dólares más para producir la serie que sería la precuela de la saga. Pero la inversión también es parte de una estrategia común en Hollywood: las empresas de entretenimiento parecen haber decidido que hacerse de los derechos de obras de culto, en lugar de producir historias originales, es la clave para maximizar sus ganancias.

Las historias establecidas brindan espacios de audiencias probadas donde se pueden incluir varios productos mediáticos, con todo tipo de mercancías asociadas y “experiencias” que ofrecen ingresos adicionales (como el universo cinematográfico de Marvel, “La guerra de las galaxias” de Disney y el Potterverso de Universal). Pero no todas las historias se prestan por igual a ser explotadas por los estudios y una Tierra Media dispersa —“como mantequilla untada sobre demasiado pan”, para citar a Bilbo Bolsón— tal vez no tenga el mismo atractivo.

No se puede culpar a los ejecutivos de la industria del entretenimiento por pensar que la Tierra Media podría convertirse en otro lucrativo “universo cinematográfico”. A la gente le fascina ese mundo. Adoran el paisaje, los idiomas y las historias profundas que se construyen en la narrativa de Tolkien. El deseo no solo de leer sobre la Tierra Media sino de ir a ella es tan fuerte que décadas antes de la adaptación de la historia en las películas de Peter Jackson de principios de la década de los 2000 , los entusiastas ya cosían trajes, aprendían el idioma de los elfos e imaginaban cómo sería este mundo mediante arte, poesía y ficción de fanáticos (como estudioso de las obras de Tolkien, suelo recibir solicitudes de que revise la redacción de tatuajes que utilizan la lengua élfica de Tolkien). La cohesión cultural y lingüística que le imprime su magia a la Tierra Media no es tan fácil de imitar.

“Los Anillos de Poder”, serie que se podrá ver una vez a la semana después de su estreno de dos episodios, se basa principalmente en apenas una decena de páginas de uno de los apéndices históricos de “El Señor de los Anillos”, lo cual quiere decir que casi toda la trama del programa fue creada por los guionistas y productores de Amazon Studios. Hay un mar de diferencia entre la originalidad, la sofisticación moral y la sutileza narrativa de Tolkien y la cultura de Hollywood en 2022, el pensamiento de grupo que se produce en las salas de guionistas del ecosistema contemporáneo, los hilos de Twitter y los grupos focales. La escritura que esta dinámica produce tan bien —bromas ingeniosas, referencias dramáticas a temas contemporáneos, violencia gráfica y a menudo sexualizada, santurronería— no encaja con la Tierra Media, un mundo con una historia de múltiples capas que evita tanto los juegos morales ordenados como el gore de las superproducciones.

¿Acaso es justo para los legados de escritores como Tolkien crear franquicias a partir de sus obras sin su conocimiento o permiso? Tolkien, quien murió en 1973, protegía con bastante celo el mundo que creó en sus novelas. Rechazó con dureza los guiones especulativos de “El Señor de los Anillos” que leyó y afirmó en una ocasión que la obra no era adecuada para el cine (vendió los derechos cinematográficos en 1969 solo para pagar sus impuestos; sus herederos vendieron a Amazon los derechos televisivos).

Su biógrafo narra que, cuando asistió a una producción de “El hobbit” adaptada para una obra de teatro infantil, Tolkien frunció el ceño cada vez que el diálogo se apartaba de lo que había escrito. Así que cuesta creer que hubiera aprobado que un equipo de guionistas creara nuevas historias casi desde cero con muy poco sustento directo en sus obras.

Tal vez Tolkien hacía bien en ser tan receloso. Las exigencias de ampliar obras de culto en franquicias de mayor envergadura a menudo resultan incompatibles con las visiones únicas que atrajeron al público original. Y vale la pena señalar que la participación del autor —como la de J.K. Rowling en las películas de “Animales fantásticos”— no garantiza que las obras derivadas en un medio distinto tengan los atributos especiales que hicieron que la obra original tuviera éxito.

Muchos de los universos cinematográficos más populares nacieron de medios centrados en lo visual: “La guerra de las galaxias” en el cine, “Viaje a las estrellas” en la televisión y Marvel en los cómics. La adaptación de obras literarias a franquicias tiene una historia menos favorable, sobre todo cuando los guionistas se alejan de la fuente. Por ejemplo, la serie “Juego de tronos” fue muy criticada después de que dejó de basarse en los libros de George R.R. Martin.

Tal vez las obras de Tolkien sean aún más difíciles de adaptar. Este hombre, un profesor de literatura medieval que en su juventud ayudó a escribir las definiciones de palabras como “wasp”, “wain” y “walrus” en el Diccionario de Inglés de Oxford, escribió una prosa rica en textura que dista mucho de la de sus imitadores de obras fantásticas. Evoca el sabor de la poesía épica anglosajona y las antiguas sagas nórdicas, lo cual les da a los lectores la sensación de estar leyendo algo muy antiguo que fue traducido por el profesor Tolkien, no escrito por él.

El arte narrativo de Tolkien es tan dramático como sutil. Escribe desde el punto de vista de sus personajes menos informados (por lo general los hobbits, pero en ocasiones Gimli o Gollum y una vez incluso un zorro confundido), por lo que ellos y el lector descubren juntos el mundo más allá de la Comarca y van reconstruyendo la Tierra Media a través de pistas y fragmentos. No es de extrañar que la gente diga que leerEl Señor de los Anillos” se siente más como una experiencia que como un libro; a nivel cognitivo, lo es. Y ese es precisamente el tipo de efecto que puede trasladarse mal al cine, sobre todo cuando una serie tiene que partir de un breve resumen.

No solo el carácter, sino también la claridad moral, pueden perderse cuando un equipo de guionistas, inherentemente sujetos a las preocupaciones, la política y los tropos de la época, toma el relevo de un único autor e intenta construir una narrativa que satisfaga de mejor manera el deseo de un estudio de obtener un flujo de ingresos interminable.

Lo que hace que la obra de Tolkien sea única es el corazón moral de su historia y la coherencia con la que se mantiene. En lugar de deleitarse con la adquisición y el ejercicio del poder, “El Señor de los Anillos” celebra su renuncia, insistiendo en que el dominio de los demás siempre es moralmente malo. Tolkien se mantiene firme en esta moral, incluso a costa de sus personajes más queridos: Frodo no tiene más remedio que utilizar el poder del anillo para dominar a Gollum, pero aun así paga por ese acto inmoral cuando no logra completar su búsqueda ni disfrutar de su vida después. ¿Acaso una empresa tan interesada en el dominio como Amazon puede entender realmente esta postura y llevar esa moral a la pantalla?

Si los espectadores se sienten decepcionados por “Los Anillos de Poder”, tal vez no sea porque las imágenes generadas por computadora no son de alta calidad ni porque no hay suficientes secuencias de combates. Será porque la nueva adaptación carece de la profundidad literaria y moral que hace que la Tierra Media no sea un universo cinematográfico más, sino un mundo que vale la pena salvar.

Este artículo apareció originalmente en The New York Times.

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