Opinión: Cuando estalló el caos en Ecuador, sobrevino la desinformación

Cuando estalló el caos en Ecuador, sobrevino la desinformación (Akshita Chandra/The New York Times)
Cuando estalló el caos en Ecuador, sobrevino la desinformación (Akshita Chandra/The New York Times)

CUANDO ESTALLÓ LA VIOLENCIA, UNA ABRUMADORA AVALANCHA DE DESINFORMACIÓN EN LÍNEA DESORIENTÓ AÚN MÁS A LA NACIÓN.

Quito, Ecuador — El 7 de enero se desató una de las rachas de violencia más aterradoras de la historia moderna de Ecuador. En una sucesión rápida, dos líderes de pandillas que estaban en prisión, se fugaron, se desataron motines en las principales prisiones del país y estallaron bombas en varias ciudades. Una cadena de televisión nacional fue atacada por hombres armados y enmascarados durante una transmisión en vivo. Poco más de una semana después, el fiscal que investigaba ese atentado fue asesinado a tiros. Más de 20 personas han sidoasesinadas en medio del caos.

Al ver el caos desarrollarse en sus teléfonos y televisores, los ecuatorianos se sintieron presa de un miedo desconocido. Las calles de Guayaquil, la ciudad más grande, y Quito, la capital, estaban casi vacías, ya que se recomendó a los ciudadanos que permanecieran en sus casas. El nuevo presidente, Daniel Noboa, decretó el estado de excepción durante 60 días y se apresuró a declarar que el país se encontraba en “un conflicto armado interno”, una estrategia que le permitió al ejército patrullar las calles y tomar el control de las prisiones.

Pero la crisis adquirió otra dimensión inquietante. Mientras se producían todos estos acontecimientos aterradores y muy reales, una abrumadora inundación de desinformación en las redes sociales desorientó aún más al país. La ola de noticias falsas, aunada a la explosión de la violencia de las pandillas y las extensas medidasde seguridad del gobierno, han suscitado inquietantes interrogantes sobre el futuro de un país que, hasta hace unos años, en general se consideraba pacífico.

La violencia de este mes no surgió de la nada. Ecuador se ha enfrentado a un aumento de la delincuencia organizada. Desde 2021, los enfrentamiento mortales entre las pandillas que se encuentran en prisión se han vuelto comunes, al igual que las acusaciones de que los funcionarios gubernamentales, los oficiales del Ejército y los políticos son parte del narcotráfico. En este momento, por desgracia, mi país se distingue por ser uno de los más mortíferos en la región, con un promedio de unos 40 homicidios por cada 100.000 habitantes, una estadística funesta que incluye al candidato presidencial Fernando Villavicencio, quien fue asesinado poco después de las elecciones del año pasado.

Este brote de violencia comenzó un lunes por la mañana con la noticia de la fuga de prisión de Adolfo Macías, alias “Fito”, líder de una de las muchas pandillas poderosas de Ecuador. Esa noche, se registraron ataques de pandillas en varias ciudades, además del secuestro de decenas de custodios de las cárceles. Para la mañana del martes, circulaba la noticia de que Colón Pico, líder de otra pandilla, también se había fugado.

Se trataba de una serie de acontecimientos alarmantes, pero la avalancha de noticias falsas que siguió describió una situación exagerada de caos casi total, lo cual exacerbó el pánico. La desinformación no es algo nuevo para Ecuador; como cualquier otro país, tenemos que filtrar una buena cantidad de la información falsa que hay en internet. Pero esto era diferente, ya que la avalancha hacía difícil distinguir entre información legítima y puro rumor en un momento de crisis. Aunque sigue sin estar claro quién, de haberlo, estaba detrás de las noticias falsas, durante unas horas pareció imposible distinguir entre realidad y ficción, o discernir de manera objetiva la gravedad de la situación.

Un usuario de redes sociales informó sin que fuera cierto sobre un tiroteo cercano al palacio presidencial. Otro advirtió de manera falsa sobre la toma de una estación deMetro de Quito y otro más sugirió, de manera incorrecta, que hombres armados y enmascarados habían invadido una universidad y un hospital. Para el fin de esa semana, los funcionarios de la ciudad afirmaron que se habían reportado 53 incidentes violentos relacionados con las pandillas en todo el país, pero solo se pudieron confirmar 18.

En medio de la cascada de realidad y ficción llegaron los decretos de emergencia por parte del presidente. Aunque, en el pasado, se ha criticado a los presidentes anteriores por declarar con demasiada regularidad estados de emergencia, Noboa casi no se enfrentó a la resistencia de sus opositores políticos. Uno de sus predecesores, Rafael Correa, le ofreció inicialmente su “total e irrestricto respaldo”. La líder de la oposición legislativa, María Paula Romo, señaló que tenía algunas dudas sobre los actos de Noboa pero hizo énfasis en que el país estaba obligado a respaldar al presidente en este momento de incertidumbre.

En general, la reacción tanto en los círculos políticos como en la sociedad civil a la serie de medidas de seguridad adoptadas por Noboa para contener la crisis —y ampliar su poder ejecutivo— ha sido preocupantemente silenciosa en una región donde otros países están empezando a renunciar a las libertades personales a cambio de seguridad personal.

Noboa ya iba en esa dirección antes de la violencia generalizada del 8 de enero. Cuatro días antes, anunció que planeaba construir dos prisiones de máxima seguridad e introducir otras medidas de seguridad para frenar a las pandillas y mencionó el éxito de la estrategia de mano dura contra la delincuencia de El Salvador. Y aunque es cierto que el presidente salvadoreño, Nayib Bukele, tiene un altísimo índice de aprobación en gran parte debido a estas acciones, la estrategia tiene un lado oscuro: según varias organizaciones de derechos humanos, el gobierno de Bukele ha cometido varias violaciones que amenazan los derechos fundamentales, como el uso indebido del sistema de justicia penal, el maltrato a los presos y las restricciones del espacio cívico.

Cuando estalló la violencia en Ecuador este mes, yo también me dejé llevar por el pánico. Estaba en Quito cuando vi en internet noticias de tiroteos que se producían peligrosamente cerca de mi casa. Corrí a la zona, pero cuando llegué me encontré con que no pasaba nada, solo era el miedo. Aunque, como periodista, estoy acostumbrado a hacer un alto para verificar la información, no dudé de las noticias que vi, al igual que tantos otros y, como tantos otros, tenía miedo.

Todavía lo tengo. Me preocupa la desinformación que sigue infiltrándose en las redes sociales y me preocupa la nueva estrategia de seguridad de Noboa. Más de 3000 personas han sido arrestadas desde el 9 de enero. La policía incluso dio a conocer imágenes de algunos detenidos en ropa interior, lo cual recuerda las infames imágenes de las prisiones multitudinarias de Bukele. Las acciones del gobierno tras esa semana sangrienta deberían preocupar a todos en una región que se enfrenta a amenazas a la democracia y en la cual las noticias falsas pueden distraer de las historias verdaderas que podrían dar forma al futuro de nuestros países.

Ecuador se enfrenta a una amenaza existencial planteada por los narcopandilleros que requerirá un esfuerzo colectivo para superarla. Pero esta unidad no puede ser producto del miedo y la desinformación. La circulación de desinformación que ocurrió esa semana, y que seguimos viendo hoy, debe servir de recordatorio a todos los ecuatorianos y al mundo para mantener la cautela, para que nadie, ya sea político o delincuente, sea capaz de aprovecharse de nuestra legítima indignación en favor del caos o del debilitamiento de la democracia.

Este artículo apareció originalmente en The New York Times.

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