Opinión: Con equipo para entrega: por qué les surto pedidos a los soldados ucranianos

Soldados ucranianos con un dron en la región de Zaporiyia en Ucrania, el 6 de julio de 2023. (David Guttenfelder/The New York Times).
Soldados ucranianos con un dron en la región de Zaporiyia en Ucrania, el 6 de julio de 2023. (David Guttenfelder/The New York Times).

UN EJÉRCITO DE INDIVIDUOS TRANSPORTA SUMINISTROS NO LETALES SEGÚN LOS NECESITAN MIEMBROS DEL EJÉRCITO UCRANIANO EN EL CAMPO.

Járkov, Ucrania — Este verano recién concluido, Ben Wallace, quien era el ministro de Defensa del Reino Unido en ese momento, reprendió a Ucrania por no mostrar suficiente gratitud por las armas recibidas de Occidente. “No somos Amazon”, dijo.

No lo son; pero el Ejército ucraniano sí tiene una especie de Amazon, aunque en versión análoga: una red de grupos de ciudadanos voluntarios que entregan por pedido distintos tipos de mercancía a los soldados en el campo.

Lo sé porque soy de esos voluntarios. Entregamos torniquetes, sellos de pecho para cerrar heridas en los pulmones, drones de observación, monoculares con visión nocturna, baterías portátiles, ropa interior y calentadores para pies, todo en solo unos días. La entrega de un vehículo todoterreno de segunda mano o un dron térmico tarda un poco más, hasta dos semanas.

Los voluntarios han desempeñado un papel de enorme importancia en la historia reciente de Ucrania. Fueron voluntarios quienes mantuvieron las barricadas durante la revolución del Maidán de 2014, y muchos de los combatientes que resistieron el avance ruso hacia el Dombás más adelante ese año eran ciudadanos comunes y corrientes. Cuando Rusia lanzó su invasión en pleno en 2022, innumerables ucranianos se ofrecieron como voluntarios para luchar. Millones de ucranianos, a su vez, se han movilizado para brindarles apoyo a esos hombres y mujeres: una encuesta de opinión realizada ese verano, cuando la economía ya sufría debido a los ataques rusos, reveló que el 86 por ciento de los ucranianos habían hecho algún donativo a instituciones benéficas y el 33 por ciento eran voluntarios activos.

No es fácil realizar entregas rápidas para el Ejército, muchas veces de artículos importados, a través de otro mecanismo: la persistente burocracia postsoviética del Ejército hace difícil responder a las necesidades de sus propios soldados. Todos reciben su equipo cuando se enlistan, pero no es posible remplazar automáticamente artículos perdidos o dañados, ya sean calcetines o cascos. El Ministerio de Defensa solo se encarga de los artículos más costosos; distribuye tanques y armamento pesado que recibe de todo el mundo.

Así que nosotros, los voluntarios, nos encargamos de recaudar fondos y surtir muchísimas cosas esenciales gracias a acuerdos específicos con ciertas partes del Ejército de Ucrania. Dada la escala general del conflicto, nuestros esfuerzos individuales son minúsculos, pero de cualquier manera son salvavidas.

Dos de los mayores grupos de voluntarios no afiliados al gobierno, Come Back Alive y la fundación Serhiy Prytula, le entregan al Ejército automóviles y vehículos blindados, instrumentos de visión nocturna y térmica, drones y otros artículos. Tan solo Wave91, con sede en Odesa, surte cientos de drones con cámara Mavic hechos en China y fabrica miles de drones con visión en primera persona.

Mi entrega más reciente fue a la unidad militar 3017 de la Guardia Nacional de Ucrania.

La unidad 3017 combatió unos cinco meses en Bajmut este año y hace poco los enviaron a una base cerca de Zolochiv, al norte de Járkov, a 16 kilómetros de la frontera rusa. Con esta información a la mano, arranco la camioneta “pick-up” Mitsubishi comprada en el Reino Unido con dinero recaudado en Polonia. El volante está del lado derecho, pero no hay problema porque aprendí a conducir vehículos estilo británico en mi entrega anterior, una camioneta “pick-up” Nissan que les llevé a unos soldados en Odesa.

Recojo el vehículo en Berlín. Del lado polaco del cruce fronterizo Rava Ruska hacia Ucrania, me hacen ademanes con las manos para que pase. Del lado ucraniano, los agentes de aduanas me conocen de entregas anteriores, así que todo procede sin dificultades también ahí. Una hora más tarde en Leópolis, me reúno con Olga Shpak, bióloga especializada en ballenas que abandonó su investigación, sus amigos y su apartamento en Moscú dos días antes de la invasión para regresar a Járkov, de donde es oriunda. Ahora es representante de otro grupo de voluntarios ahí, Assist Ukraine, cofundado por la periodista retirada de NPR Anne Garrels.

Grupos pequeños y flexibles como estos son cruciales en esta guerra porque las grandes organizaciones humanitarias internacionales le huyen a cualquier cosa remotamente militar. Incluso un torniquete que salva vidas tiene olor marcial para ellas. Pero, como señaló Garrels poco después de la invasión, los ucranianos “no necesitan ositos, necesitan chalecos antibalas”.

Shpak les surte de todo a las unidades militares que conoce. Sus necesidades van desde espuma limpiadora para la piel y repelente de insectos hasta dispositivos de visión nocturna. Encuentra el producto en el mercado (en Ucrania o en el extranjero, a través del productor o en línea), lo adquiere con fondos de Assist Ukraine o grupos similares y luego organiza la entrega. “¿Puedes encontrar urgentemente una camioneta resistente para la unidad 3017?”, me escribió en un mensaje de texto. Poco después, ya estaba en el carrito de compras de la unidad.

Ahora, en un convoy de dos, vamos (una experta en ballenas y una escritora) a Zolochiv para entregarle la Mitsubishi y los torniquetes a la unidad de la Guardia Nacional. Shpak se encarga de los documentos del auto, mientras Dima, el comandante de 26 años que está al frente de la unidad de 150 soldados me lleva a un recorrido por sus instalaciones. Grabamos un breve video de agradecimiento a los principales donadores por la transferencia del vehículo. El trabajo de voluntariado se basa en la confianza recíproca, así que grabar las entregas es una manera de rendir cuentas.

Además de ser una asistente de compras accidental, también soy recaudadora de fondos: consigo dinero de un grupo diverso de amigos. Me puse en contacto con unos suecos a través de un periodista de Estocolmo. Un grupo judío de Nueva York aportó más de 5000 dólares. Una directora cinematográfica exiliada nacida en Rusia y sus colegas enviaron todavía más dinero. Una amistad de Australia se comunicó con un conocido adinerado, que transfirió 5000 dólares mientras iba de camino hacia la Antártida.

A la mañana siguiente, ya de regreso en Járkov, pasamos al almacén de Shpak, donde tiene almacenados todo tipo de artículos: medicamentos, uniformes, mochilas, linternas, baterías, binoculares. Se prepara como un Papá Noel militar y llena cajas y bolsas con las cosas que les repartirá a los soldados. Me asigna la tarea de ordenar por talla 100 calzoncillos tipo bóxer coloridos cosidos por refugiados ucranianos en Austria.

Esa tarde, conducimos unas tres horas a Kramatorsk, donde nos reunimos con el primer beneficiario: Gena, quien solía ser productor de tintes para cabello y ahora es uno de los soldados del batallón 225. Además de algunos calzoncillos, se queda con baterías portátiles y frazadas especiales de supervivencia de múltiples capas que no sirven para dar calor sino para ocultar sus posiciones de las cámaras térmicas de los rusos. La estrella de esta entrega es un dron Mavic-3 que compré en eBay en Estados Unidos.

En épocas recientes, las solicitudes de las unidades se han vuelto más eclécticas… y más desesperadas. Para mi siguiente entrega, estamos en proceso de adquirir botas de araña con cuatro patas, que ofrecen cierta protección contra las minas, y aeropatines, que pueden emplearse para construir robots de eliminación de minas. Ambos artículos demuestran que cada vez son necesarias medidas más urgentes para reducir el número de heridas y muertes a causa de las minas rusas.

En lo personal, nunca he visto una guerra (y miren que mi trabajo de periodista me ha llevado a varias decenas de conflictos) que haya recibido tanta ayuda voluntaria, aunque un espíritu similar impulsó la revolución de la solidaridad en mi nativa Polonia.

Los ucranianos están comprometidos porque su vida depende de ello. Para que no se acaben las personas dedicadas a defender su país, hacen todo lo que está en sus manos para apoyar a quienes están en la línea de fuego. Así que a muchos ciudadanos de Ucrania les parece más fácil ser voluntarios que no hacer nada.

En cuanto a mí, una periodista que se ha olvidado por completo de la imparcialidad, me siento un poco menos culpable porque sé que intenté hacer algo para detener esta locura. Así que de repente llevo suministros, siempre para grupos pequeños, siempre artículos específicos por pedido. Solo surto órdenes.

Este artículo apareció originalmente en The New York Times.

c.2023 The New York Times Company