Opinión: Me encanta Taylor Swift. Su apoyo político no debería importar.
Las convenciones se acabaron. Se avecina el primer debate entre Donald Trump y Kamala Harris. Pero para muchos observadores, hay un acontecimiento muy esperado en esta temporada electoral que aún no se ha producido y que podría ocurrir en cualquier momento: el anuncio del apoyo de Taylor Swift.
Apenas un día después de que el presidente Biden anunció en julio que abandonaba su candidatura a la reelección, el historiador de Yale Timothy Snyder especuló públicamente sobre la posibilidad de que Swift apoyara a Harris. Los titulares “¿Apoyará Taylor Swift a Kamala Harris?” no tardaron en proliferar. Durante la Convención Nacional Demócrata de agosto, surgió un rumor sobre una supuesta invitada misteriosa en la última noche, que muchos observadores entusiasmados especularon que podría ser Swift (al final, no hubo ningún invitado sorpresa.) La cuenta atrás se puso en marcha de nuevo: ¿Cuándo llegará el apoyo oficial de Swift?
Una pregunta mejor podría ser: ¿Por qué debería importarnos? Ya sabemos que el apoyo de famosos tiene un poder limitado para influir en las elecciones. En 2004, John Kerry contó con el apoyo de celebridades como Leonardo DiCaprio y Larry David, y en 2020, Bernie Sanders tuvo el apoyo oficial de Ariana Grande y Killer Mike. Ambos perdieron. Swift, quien respaldó a Biden ya avanzada la contienda de 2020, no logró inclinar la balanza de manera significativa en 2018, cuando respaldó a Phil Bredesen, demócrata y exgobernador de Tennessee, en lugar de Marsha Blackburn cuando ambos se postularon para ocupar una senaduría que ganó Blackburn. Si las celebridades tuvieran el poder de persuasión que algunos estadounidenses aparentemente desean que tengan, un porcentaje considerable de la población ya sería cienciólogo vegano convencido.
La fantasía de que una superestrella como Swift pueda aparecer en un caballo blanco para influir en el electorado es seductora, pero vale la pena preguntarse de qué esperamos que nos salve esta superestrella. No es que los seguidores de Swift esperen que los salve de Donald Trump. Es más bien que, como electorado, seguimos albergando la esperanza de que los famosos, gracias a su carisma persuasivo, nos salven del duro trabajo de la política misma.
Sería muy conveniente que una superestrella del espectáculo hiciera irrelevantes las espinosas cuestiones de cómo convencer a los votantes de estados clave de votar por el candidato de nuestra elección. La popularidad de Swift es incuestionable y supera todo tipo de divisiones en Estados Unidos. Una encuesta realizada por NBC News en 2023 indicaba que casi el 80 por ciento de los votantes registrados veía con buenos ojos o consideraba neutral a Swift. Si, al salir de casa, ella lleva un par de zapatos específicos, esos zapatos podrían agotarse inmediatamente después de ser identificados. Pero nuestras decisiones políticas se basan, y deberían basarse, en preocupaciones más prácticas. El enojo de los votantes árabes estadounidenses de Míchigan por el apoyo de Estados Unidos a Israel y la guerra de Gaza, por ejemplo, es lo suficientemente importante como para costarles el estado a los demócratas. La idea de que un votante atento a las tendencias en torno a Swift pueda ignorar esas preocupaciones simplemente por el apoyo de su estrella del pop favorita no es solo insultante, sino distópica.
Puede que estés pensando: pero ¿qué hay de los años sesenta? ¿Y de Bob Dylan y “Blowin’ in the Wind”? ¿Acaso las celebridades no cambiaron el curso de la historia? La música de protesta sí floreció; sin embargo, se debió a otra causa. En una entrevista publicada en 2003 en la revista In These Times, Kurt Vonnegut reflexionó sobre su experiencia al manifestarse en contra de la guerra de Vietnam: “Todo artista que tuviera algún valor en este país, todo escritor serio, pintor, cómico, músico, actor y actriz, lo que fuera, se manifestó en contra”. Sin embargo, según Vonnegut, este “rayo láser de protesta” demostró tener “el poder de una tarta de plátano y nata de un metro de diámetro cuando se deja caer desde una escalera de un metro y medio de altura”.
El hecho de que un voltaje de celebridad tan alto produzca tan pocos cambios sociales puede deberse, al menos en parte, a que las celebridades son para nosotros figuras aspiracionales, no prácticas. Puedo probar el programa de ejercicios de Jane Fonda porque envidio su físico o unirme al club de lectura de Reese Witherspoon porque me hará sentir como si fuéramos amigas. Pero, en última instancia, los candidatos políticos son servidores públicos. Trabajan para nosotros; no somos sus seguidores, somos sus empleadores. De cuando en cuando, pueden adquirir un aura de celebridad — algo que se atribuye a figuras tan diversas como Barack Obama y Trump —, pero su trabajo debe ser convencer a los votantes de que mejorarán su vida. Si lo consiguen, ganarán. Si no, perderán. Pero deberíamos dejar al margen las opiniones de los famosos.
No quiero que parezca que creo que los famosos deberían, como dicen por ahí, “callarse y cantar”. Como individuos y como ciudadanos, los famosos deben sentirse libres para hablar públicamente de los temas que les preocupan, justo como deben sentirse libres para organizarse, ser voluntarios cuando sea posible y donar su dinero. Pero sus voces, en términos prácticos, deberían contar tanto o tan poco como la voz de cualquier otro individuo. No debemos esperar que encuentren soluciones en la política por el resto de nosotros… y es mejor que no lo hagan.
Si, a pesar de esto, esperas que los ‘swifties’ (como se conoce a los seguidores de Taylor Swift) hagan activismo político, la buena noticia es que ya lo están haciendo. “Swifties for Kamala” es una iniciativa liderada por los admiradores más fervientes de la artista para aprovechar el poder de su comunidad en la política y su reciente videollamada por Zoom contó, entre otros, con Elizabeth Warren y Carole King, si bien Taylor no estuvo presente. La decisión de Biden de abandonar la contienda animó a muchos votantes jóvenes, más de lo que podría hacerlo una publicación de Instagram de una celebridad. Y aunque Swift no tenga un historial probado de control sobre por quién votan sus seguidores, ha demostrado ser eficaz a la hora de animar a los jóvenes a registrarse para votar.
En la práctica, el arte puede hacer mucho por nosotros, como proporcionarnos un lenguaje común para hablar entre nosotros más allá de las diferencias políticas, religiosas y de clase. Pero en lugar de esperar sentados a que la fuerza bruta de las celebridades influya en las elecciones, los aficionados deberían adoptar el lenguaje compartido de su afición como una forma de hablar y, potencialmente, de persuadirse unos a otros sobre las cuestiones prácticas que importan. El verdadero trabajo de la política sigue siendo eso: trabajo. En (casi) palabras de Swift: en lugar de desanimarte por los mentirosos y los sucios tramposos del mundo, sacúdetelo… y participa.
Este artículo fue publicado originalmente en The New York Times.
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