Opinión: La cobertura del juicio contra Adolf Eichmann ayudó a convertirlo en un villano

MI PADRE DIRIGIÓ LA TRANSMISIÓN TELEVISIVA DEL JUICIO POR GENOCIDIO AL FUNCIONARIO NAZI. SIN QUERERLO, CONTRIBUYÓ A OPACAR LA COMPRENSIÓN REAL DEL FASCISMO.

Tenía 14 años la primera vez que vi a Adolf Eichmann en persona. Llevaba un traje mal ajustado y gafas de pasta, con el porte de un contador nervioso. No parecía alguien que hubiera planeado la muerte de millones de personas, excepto por el hecho, claro está, de que yo estaba en su juicio por genocidio.

Mi padre, Leo Hurwitz, dirigió la cobertura televisiva del juicio a Eichmann, que se celebró en Jerusalén y se retransmitió a todo el mundo en 1961. Mi padre fue elegido para ocupar ese puesto después de que el productor convenciera tanto a Capital Cities Broadcasting, entonces una pequeña cadena que organizaba la cobertura del pool de prensa, como a David Ben-Gurión, el primer ministro de Israel, de que era necesario ver el juicio en vivo. En la década de 1930, mi padre había sido uno de los pioneros del documental social estadounidense. En años posteriores, había dirigido dos películas sobre el Holocausto y había contribuido a inventar muchas de las técnicas de la televisión en vivo como director de producción en los inicios de la cadena CBS. Además, como socialista, había estado en la lista negra de todo trabajo en televisión durante la década anterior, así que era barato contratarlo.

Mi madre y yo nos reunimos con mi padre en Jerusalén. Todos los días, entraba a la sala de control y veía a mi padre dar las órdenes de cobertura: “¡Cámara dos lista, toma dos!”. Tal vez por primera vez en la historia, se estaba grabando un juicio, no al estilo de un noticiario, con una sola cámara posicionada de manera neutral, sino más bien como un largometraje, con cámaras ocultas colocadas para cubrir varios puntos de vista: el de los testigos, el de los jueces, el de los abogados, el del público y, por supuesto, el de Eichmann. Las tomas se editaban, una seguida de otra, a menudo en primer plano, de modo que el drama se volvía mucho más personal. El estilo del trabajo de mi padre llegaría a definir ese juicio, y su lugar en la memoria histórica, incluso más que la confesión de Eichmann.

El fiscal confrontó a Eichmann con sus propias palabras: “El hecho de tener en mi conciencia la muerte de 5.000.000 de judíos me produce una extraordinaria satisfacción”. El escritor y sobreviviente del Holocausto Yehiel De-nur declaró desde el estrado sobre las filas de personas seleccionadas para morir en Auschwitz, ese “planeta” diferente. De repente, De-nur se desplomó con un derrame cerebral. A pesar de todo, el rostro de Eichmann, como revelaban los primeros planos de mi padre, no mostraba sentimiento alguno, salvo algún tic ocasional.

Cada noche, el trabajo de mi padre se enviaba por avión, en una cinta de video de unos cinco centímetros, para ser emitida en Europa y Estados Unidos. De este modo, el mundo vio con más claridad las depredaciones antisemitas de los nazis. Mientras tanto, a mi padre le atormentaba la cuestión de cómo había surgido el fascismo en primer lugar, cómo las clases trabajadoras educadas y progresistas habían abandonado sus sindicatos para caer en la cerrazón de un régimen militarizado y autoritario.

Fue una cuestión que Occidente prácticamente ignoró. Con el final de la Segunda Guerra Mundial, la posibilidad de llevar ante la justicia a los criminales de guerra se disolvió rápidamente, sustituida por la necesidad de construir la alianza de posguerra contra el comunismo. Líderes y pensadores se dedicaron a rearmarse para un futuro nuclear y a erradicar a los izquierdistas, la tendencia que había dejado a mi padre sin empleo.

Pensó que podría utilizar el juicio con el fin de reunir a científicos sociales para un debate sobre cómo se arraigó el fascismo. Durante la preproducción del programa, empezó a buscar una institución israelí que pudiera acogerlo. Dijo que le preguntó a un antiguo compañero de clase que era editor de un importante periódico israelí, pero que no estaban interesados. Otro medio, el equivalente israelí de la BBC, aseguró que no era el lugar adecuado. Una prestigiosa universidad no veía la relevancia. Cuando empezó el juicio y su producción se volvió más intensa, tuvo que abandonar la idea.

Aunque él no lo sabía en ese momento, estas instituciones no mostraron ningún interés en las fuentes del fascismo porque el juicio no era contra el fascismo. Por el contrario, fue una oportunidad para que Ben-Gurión y la Agencia Judía renovaran la imagen del movimiento sionista. Aunque en los primeros días del sionismo se ensalzaba a pioneros musculosos y autosuficientes en una tierra nueva, vacía y prometida, esa imagen no encajaba en el mundo de la posguerra. Además, muchos judíos israelíes despreciaban a los judíos de la “vieja Europa”, a quienes veían temblando en sus shtetls y caminando impotentes hacia su muerte. Por supuesto, lamentaban el Holocausto y sus diplomáticos utilizaron su recuerdo para convencer a las Naciones Unidas de reconocer al Estado de Israel. Aun así, el círculo de la vergüenza se había instalado alrededor de los sobrevivientes, muchos de los cuales habían quedado traumatizados hasta el punto de la disfunción.

A medida que los testigos del juicio hablaban de crímenes y sufrimientos que no se habían oído antes, las actitudes israelíes cambiaron. Los sobrevivientes de los nazis —antes considerados como extraños tatuados que murmuraban solos en las esquinas de Tel Aviv— empezaron a ser vistos con más compasión. Sus muertes y sufrimientos, los crímenes de la Shoá, se trasladaron al corazón del sionismo. Ayudó a señalar a Israel como el refugio seguro para los perseguidos, con la consigna “¡Nunca más!” como grito de guerra.

Como señaló famosamente Hannah Arendt, el objetivo del fiscal era enmarcar el juicio como justicia por los crímenes contra los judíos. La matanza de gitanos, personas homosexuales, líderes sindicales, socialistas, comunistas, gente con discapacidad y cualquier grupo de oposición apenas se mencionó.

Sin quererlo, mi padre contribuyó a reforzar el aspecto emocional del juicio y, con ello, a debilitar sus implicaciones políticas. Aunque sus anteriores filmaciones incluían una visión más completa de los crímenes y las víctimas del nazismo, la forma en que rodó el juicio provocó lo contrario: su brillante cobertura individualizó a Eichmann y apartó a los espectadores de una visión más histórica. El trabajo de estudiar el fascismo no podía competir con la satisfacción de culpar a un villano e imaginar que los problemas podían resolverse con su condena.

Mi padre contribuyó a convertir a ese nazi en un personaje de un drama de enfrentamiento cinematográfico, no de comprensión real. Ahora era el Estado judío contra el asesino de judíos. Los crímenes contra otros grupos no tenían nada que ver con el propósito que el Estado de Israel y su fiscal jefe, Gideon Hausner, pretendían dar al juicio.

La cuestión de cómo el fascismo accede al poder no es menos urgente en la actualidad. A medida que los nacionalismos se multiplican en todo el mundo, las mentiras adquieren supremacía como armas políticas y la búsqueda de chivos expiatorios entre las minorías se revela como una poderosa fuerza movilizadora, el peligro crece, aquí y en Israel. Lo que presencié cuando tenía 14 años en aquella sala de control, lo estoy viviendo de nuevo. La fascinación por la culpabilidad o inocencia de personas individuales está ocultando el resurgimiento del fascismo en toda la sociedad. Y parece que ya no nos interesa ver el panorama completo.

c.2023 The New York Times Company