Opinión: Cómo Biden vencería a Trump
EL PRESIDENTE TIENE UN SÓLIDO ARGUMENTO POPULISTA EN FAVOR DE UN FUTURO EN EL QUE LOS CIUDADANOS ESTADOUNIDENSES, Y LOS IDEALES ENCARNADOS EN NUESTRA CONSTITUCIÓN, PUEDA PROSPERAR.
Durante meses, golpeados por las pésimas encuestas sobre la reelección del presidente Biden en 2024, los demócratas han sufrido una especie de ataque de nervios colectivo por las posibilidades de reelección de Biden frente a Donald Trump.
Tras la victoria de Trump en New Hampshire y con el inicio no oficial de la campaña para las elecciones generales, no hay razón para que el equipo de Biden entre en pánico. Las encuestas a estas alturas de la carrera son casi siempre un referéndum sobre el actual presidente en lugar de una elección clara. Sin embargo, las malas encuestas y el bajo índice de aprobación de Biden son, o deberían ser, algo más que un gran argumento para sus críticos. Son la prueba de que su campaña necesita cambiar su mensaje.
Joe Biden todavía no explica con claridad por qué se presenta a un segundo mandato. He llegado a esa conclusión después de hablar con más de una decena de exdirectores de campaña presidencial y estrategas políticos de alto nivel; de hecho, pasé dos años escribiendo un libro sobre la presidencia de Biden.
Para articular su visión de Estados Unidos y sus argumentos a favor de la reelección, el presidente —a quien, debo señalar, apoyo— necesita hacer campaña tanto en poesía como en prosa. La poesía estará en su promesa de preservar la integridad de la Constitución y salvaguardar la democracia, y la prosa en su promesa de cumplir en los temas de actualidad en los que muchos votantes creen que se ha quedado corto.
Como presidente en ejercicio, Biden no puede presentarse como elemento aparte de la política actual. Pero tiene un sólido argumento populista en favor de un futuro en el que los estadounidenses de a pie y los ideales consagrados en nuestra Constitución puedan prosperar. Este argumento supondría un marcado y optimista contraste con el de Trump, cuya única lealtad es hacia sí mismo y hacia la venganza por sus agravios imaginarios.
UNA NARRATIVA DE RECUPERACIÓN
El principal problema para muchos votantes es la economía, y para superar las sombrías perspectivas de los estadounidenses en este frente, Biden necesita una nueva narrativa.
La llamada Bidenomics, un torpe recital de sus logros (creación de empleo, reducción del desempleo, límites para el costo de los medicamentos, etc.), no ha calado entre los votantes. Tampoco lo ha hecho su eslogan “acabar lo que se empezó”, porque no ha sabido definir la naturaleza de los retos a los que se enfrentan los estadounidenses.
El presidente debería decir lo obvio —que los precios de muchas cosas son más altos de lo que solían ser— y luego debería explicar la razón de ello, admitiendo que su estímulo en el marco del Plan de Rescate Estadounidense, aunque necesario en su momento para rescatar la economía, podría haber sido un factor. Y debería decir a la gente qué va a hacer al respecto.
Como me dijo un antiguo director de la campaña presidencial demócrata, los votantes pueden soportar precios más altos si creen que Biden tiene un plan para bajarlos.
Existe un modelo para ese tipo de narrativa de recuperación que es apropiado para el predicamento de Biden. Puede que sea un mensajero imperfecto, pero el discurso memorable de Bill Clinton en la convención demócrata de 2012 dio en el clavo de lo que es un presidente demócrata que limpia el desastre que dejó su predecesor. Demasiados demócratas han perdido una habilidad en la que Clinton destacaba: comprender las dificultades económicas de los estadounidenses de a pie y explicarles cómo los llevará a un lugar mejor.
Como “secretario de explicar las cosas” durante el gobierno de Barack Obama, en la convención de 2012, Clinton se dirigió francamente a los votantes sobre la trayectoria de Obama tras la Gran Recesión: “Heredó una economía profundamente dañada”, comentó Clinton. “Puso un suelo bajo el desplome. Comenzó el largo y duro camino hacia la recuperación y sentó las bases de una economía moderna y más equilibrada que producirá millones de nuevos y buenos puestos de trabajo, nuevas y vibrantes empresas y mucha riqueza para los innovadores”.
“Ahora, miren, ese es el reto al que se enfrenta”, dijo Clinton a su embelesada audiencia. “Muchos estadounidenses siguen enfadados y frustrados por esta economía. Si miran las cifras, saben que el empleo está creciendo, los bancos están empezando a prestar de nuevo”.
Aquí hizo énfasis: “Pero aún hay demasiada gente que no lo percibe”.
Esta nota de empatía, que Clinton domina, hasta ahora está extrañamente ausente del repertorio de campaña de Biden.
“Ningún presidente —ningún presidente, ni yo, ni ninguno de mis predecesores— pudo haber reparado por completo todo el daño que se encontró en solo cuatro años”, continuó Clinton. “Pero ha sentado las bases de una economía nueva, moderna, exitosa y de prosperidad compartida”. La sala de convenciones estalló en aplausos. Y, no por casualidad, Obama logró la reelección.
Biden no necesita reclutar a Clinton como representante; de hecho, aunque el presidente no tenga las dotes oratorias de sus predecesores, pocas personas son mejores diciendo verdades sencillas.
Las campañas presidenciales de éxito rara vez se centran en el pasado. (Una excepción fue la contienda de Trump en 2016, cuando prometió “hacer grandioso de nuevo a Estados Unidos” o, como se le conoce en inglés, el movimiento MAGA). “Lo último que le dije al presidente antes de dejar la Casa Blanca”, aseguró Ron Klain, exdirector de gabinete del gobierno de Biden en la Casa Blanca, “es que tenía que recordar que las campañas se tratan del futuro. No son recompensas por buen comportamiento”.
DEJEN A BIDEN SER BIDEN
El presidente no puede ser eficaz si sus asesores lo mantienen encubierto. A pesar de su edad y de sus ocasionales tropiezos verbales, a menudo está a la altura de las circunstancias en momentos no programados. Recordemos el discurso sobre el Estado de la Unión de 2023, en el que superó en intelecto a los opositores del Partido Republicano. O más recientemente, cuando apareció en la Sala Roosevelt de la Casa Blanca y arremetió contra el Congreso republicano por no aprobar fondos para Ucrania e Israel.
Cuando un periodista lo importunó sobre las acusaciones de negocios corruptos en el extranjero con su hijo Hunter, las calificó de un “montón de mentiras”. A la pregunta de si algún otro demócrata podría derrotar a Trump, el presidente respondió: “Quizá 50 de ellos,” y agregó: “Pero yo lo venceré”. Fue una actuación sólida y combativa.
La campaña tendrá más éxito si deja que “Joe sea Joe” y hable como realmente habla.
En los últimos días, Biden ha trasladado a asesores clave de la Casa Blanca para reforzar su equipo de reelección: Jennifer O’Malley Dillon, la dura y experimentada gestora de la exitosa campaña ganadora de Biden en 2020, y Mike Donilon, el estratega en jefe del presidente, se han unido a la campaña. Esa iniciativa llega ahora que se necesita.
ATACANDO A TRUMP
Su reto, y el de Biden, es definir a Trump como una amenaza para la economía, la Constitución y muchas cosas más.
Como señala Jim Messina, que dirigió la campaña ganadora de Obama contra Mitt Romney: “Los votantes piensan en política unos minutos a la semana y tienen varios trabajos. Así que, si eres un votante indeciso en Wisconsin, simplemente no tienes tiempo para centrarte en todo eso”.
Habrá que recordar a los votantes que Trump hizo que se perdieran más puestos de trabajo que ningún otro presidente en la historia; que promulgó recortes fiscales que beneficiaron de manera abrumadora a los ultrarricos por encima de la clase trabajadora y dispararon el déficit; que, aparte de su apoyo al desarrollo de una vacuna, se mostró ajeno o indiferente (vendiendo cloro como si fuera una cura mágica) cuando una pandemia extraordinaria y repentina mató a cientos de miles de estadounidenses; que separó a los niños de sus padres en la frontera; que tachó a soldados caídos de imbéciles;
y que incitó a una insurrección sangrienta para anular unas elecciones y todavía vende la idea de la “Gran mentira”.
Quizá lo más importante sea que Biden haga hincapié en la amenaza del movimiento “MAGA” a los derechos reproductivos de las mujeres. Hay mucho material fresco con el que trabajar en el todavía potente tema del aborto. La campaña de Biden y Harris publicó hace poco un anuncio en el que se presenta a una joven madre que se vio obligada a huir de Texas para abortar. Esto debería ser solo la primera bomba de un ataque implacable en el que se exponga a las mujeres víctimas de las leyes draconianas sobre el aborto con los momentos en los que el expresidente presumió de haber “eliminado el caso Roe contra Wade”.
Aún más importante es subrayar lo que Trump ha dicho que hará si le dan una segunda oportunidad: desde ir tras sus enemigos políticos hasta deportar a millones de personas, construir campos de concentración, invocar la Ley de Insurrección y radicalizar aún más un Tribunal Supremo profundamente conservador que amenaza con recortar las libertades estadounidenses.
En cuanto a su agenda económica, lo que Trump promete es polvo mágico y la vaga noción de que puede rebobinar el reloj a una época dorada en la que los tipos de interés estaban cerca de cero y los precios en mínimos prepandémicos. Esa economía, por cierto, fue la que él heredó de Obama y luego llevó a la zanja.
Ah, y en otro tema importante, la salud, Trump ha renovado su promesa de derogar el sistema de Obamacare sin un plan realista para sustituirlo.
De hecho, el equipo de Biden no puede enfatizar con suficiente seriedad o frecuencia que el Partido Republicano dominado por el movimiento MAGA no tiene respuestas o planes realistas para hacer frente a los problemas de nuestros días. Sin importar de cuál desafío hablemos —reducir la inflación, recortar el precio de la vivienda, proporcionar asistencia sanitaria accesible, acabar con los tiroteos masivos, detener a Vladimir Putin, frenar el calentamiento global—, la caja de herramientas del Partido Republicano está vacía. Incluso en el tema de la frontera sur, la Cámara controlada por el movimiento MAGA parece dispuesta, por orden de Trump,
a impedir un posible acuerdo bipartidista, al menos en parte porque negaría al expresidente un tema de campaña. El partido no representa nada, excepto la pertenencia a un culto a la personalidad.
UN POPULISTA PARA TODOS LOS ESTADOUNIDENSES
No cabe duda de que Biden tiene algunos puntos débiles. Por ejemplo, el impacto de la guerra de Israel contra Hamás en muchos demócratas progresistas y votantes jóvenes. Tras haber apoyado a Israel el 7 de octubre, Biden debería denunciar públicamente su bombardeo casi indiscriminado de Gaza.
Sin embargo, consideremos lo siguiente: aunque el presidente obtendrá pocos beneficios políticos por mostrarse seguro en el entorno internacional, reunir a la OTAN ante la invasión de Ucrania por parte de Vladimir Putin ha sido vital para la democracia occidental.
Y sigue siendo el mejor defensor de muchas cuestiones que preocupan a los electores jóvenes, como la reducción de los préstamos estudiantiles, la reforma de las leyes sobre armas y la mitigación del cambio climático.
Presentarse a la reelección al tiempo que se gestionan las crisis mundiales es una tarea hercúlea. Pero como me lo dijo un alto asesor de la Casa Blanca (bajo condición de anonimato para hablar libremente de las conversaciones en la Casa Blanca): “Sigo diciéndole al presidente y a su equipo que sí, que Ucrania es muy importante. Sí, la economía es muy importante. Sí, Israel es muy importante. Pero, al fin y al cabo, cuando pensamos en el futuro de este país y del mundo, se trata de que el presidente sea reelegido. Así que tenemos que poner eso en lo más alto de la lista, ¿no?”.
Es hora de que Joe Biden salga de la Rosaleda de la Casa Blanca, se deshaga de sus redactores de guiones y recupere el carácter franco que le dio la victoria hace tres años por un margen de siete millones de votos.
Biden tiene un argumento populista abrumador para la reelección, y puede y debe ganar un segundo mandato, pero solo si el presidente y su equipo explican qué pretende hacer a continuación, y por qué devolver a Trump al poder sería una calamidad para nuestra democracia y el papel de liderazgo de Estados Unidos en el mundo.
Este artículo apareció originalmente en The New York Times.
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