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Opinión: Biden puede inspirar a Latinoamérica

Una transformación de la agenda de Estados Unidos tendría un impacto importante en la región.

CIUDAD DE MÉXICO — La elección de Joe Biden impactará a Latinoamérica de varias maneras. Una de ellas será un cambio de tono. Otra será la política exterior per se, la cual, dada la asimetría entre Estados Unidos y el resto del hemisferio, siempre es significativa. Y mucho más hoy en día, en vista de la creciente necesidad de una estrategia multilateral para afrontar la pandemia de coronavirus.

Pero quizá lo más importante será la inspiración, o la transmisión de ideas. Esto tiene precedentes históricos.

A principio de los años treinta, después de la elección de Franklin Delano Roosevelt y el Nuevo Acuerdo, América Latina comenzó a tomar en cuenta los acontecimientos en Estados Unidos. Todo el mundo estaba sufriendo los efectos devastadores de la Gran Depresión: el desempleo galopante, el colapso de los precios de las materias primas y la crisis institucional.

Golpes de Estado habían derribado gobiernos en Brasil y Argentina; después, cayeron regímenes autoritarios en Cuba y Chile. La región encontró inspiración en Washington. Políticos como Lázaro Cárdenas en México, Getúlio Vargas en Brasil, Ramón Grau San Martín en Cuba, El Frente Popular y Pedro Aguirre Cerda en Chile, junto a otros, impulsaron estrategias similares al Nuevo Acuerdo, algunas más radicales que la propuesta de Franklin Delano Roosevelt y otras más moderadas. Ese “poder blando” estadounidense complementó la política del buen vecino.

Pero en los años ochenta, la influencia de Estados Unidos se movió en la dirección contraria. En varios países de Latinoamérica, las crisis por la deuda externa y la elección de Ronald Reagan dieron paso a una “Reaganomía tropical”, o lo que vino a definirse como el Consenso de Washington o neoliberalismo. Carlos Salinas en México, Carlos Menem en Argentina, la dictadura de Pinochet en Chile; todos siguieron el ejemplo de Estados Unidos, la mayoría de las veces de manera más radical.

Con Biden, una nueva respuesta a la pandemia y la subsecuente contracción económica, junto con un mayor impulso para reparar y ampliar la maltrecha red de seguridad social estadounidense, podrían provocar un cambio correspondiente en Latinoamérica.

El acceso universal a la atención médica y el cuidado infantil, impuestos más altos a los ricos, aumentos del salario mínimo, las pensiones y las prestaciones por desempleo, educación superior pública y gratuita y reducir o mitigar el cambio climático son temas que ya se encuentran en la agenda latinoamericana.

Las diferentes naciones seguirán cada una esta ruta a su manera: Chile con una nueva Constitución. Argentina mientras sale de otra crisis de deuda. Brasil con sus aumentos de las ayudas en efectivo, pero haciendo lo contrario en cuanto al cambio climático. México y Venezuela con respuestas todavía impredecibles. Pero si Biden logra implementar una transformación interna de Estados Unidos, esta tendrá un impacto enorme en América Latina.

La falta de un mandato contundente de Biden y los probables resultados en el Senado estadounidense podrían frustrar la materialización de este escenario. Un sustituto mediocre sería el llamado “cambio de tono”. En vez de la “intimidación” de Trump, Biden restauraría una era de “respeto mutuo”, “responsabilidad compartida” y “voluntad de escuchar”.

La región necesita inspiración y una política exterior de Washington, no lugares comunes ni eslóganes vacíos. Trump apaciguó a presidentes como Jair Bolsonaro de Brasil, Andrés Manuel López Obrador de México y Nayib Bukele de El Salvador, quienes lo consideraban un aliado. Biden debería —y seguramente lo hará— cambiar significativamente la política exterior estadounidense de cara a la región a pesar de lo que posiblemente será un Senado con mayoría republicana.

Los temas más importantes para México, Centroamérica y el Caribe serán la inmigración y las políticas de asilo. El presidente de México aceptó cumplir de manera expedita las instrucciones de Trump de detener el flujo de migrantes provenientes de Centroamérica. Albergó a casi 80.000 solicitantes de asilo o inmigrantes de Centroamérica, Cuba, Haití y otras naciones en campamentos en condiciones miserables a lo largo de la frontera entre Estados Unidos y México. Sin embargo, su país sentirá un alivio cuando se elimine el Protocolo de Protección al Migrante o “Quédate en México”, como también se le conoce.

Se espera que se deje de enviar a los menores no acompañados que cruzan la frontera a México o a sus países de origen sin antes tener una audiencia en Estados Unidos. Los solicitantes de asilo legítimos serán escuchados y sus casos serán procesados. Estados Unidos aceptará el creciente consenso internacional sobre la violencia criminal, la violencia interna en el país de origen y el cambio climático como motivos legítimos para solicitar asilo.

Lo más importante es que Biden ha prometido enviar un proyecto de ley al Congreso con una “ruta hacia la ciudadanía” para los 11 millones de extranjeros indocumentados en Estados Unidos, gran parte de los cuales provienen de México, Centroamérica y el Caribe. También ha dicho que insistirá en la aprobación definitiva del proyecto de ley de los dreamers, impulsado por el gobierno de Barack Obama, que beneficiará a más de 700.000 jóvenes principalmente provenientes de México y Centroamérica con una ruta hacia la ciudadanía.

Si Biden cumple otra de sus promesas, una buena cantidad de recursos serán transferidos al Triángulo Norte de Centroamérica, conformado por las naciones de Guatemala, Honduras y El Salvador. Los 4000 millones de dólares que se destinarían a esos países superan los fondos que él mismo distribuyó durante el gobierno de Obama como director del plan Alianza para la Prosperidad. Estos recursos no detendrán la migración, mucho menos la violencia, pero la diferencia en el enfoque será evidente de manera inmediata.

Del mismo modo, en la lucha antidrogas, incluso si Biden continúa la tradicional guerra contra el narcotráfico lejos de las fronteras de Estados Unidos, el anuncio de la legalización de la marihuana enviará un mensaje drásticamente distinto a todos los países productores o de tránsito de las drogas en América Latina. Un cambio tan radical a nivel federal en la política antidrogas estadounidense y en la actitud en torno al asunto generará inevitablemente discusiones y reformas en muchos lugares. La región continúa plagada de altos índices de violencia y corrupción relacionados directamente con la guerra que libra contra el narcotráfico a petición del gobierno estadounidense.

En temas que también interesan a los países sudamericanos, y por supuesto al Caribe, todo parece indicar que Biden, si creemos en sus voceros de política exterior, buscará regresar a la normalización de las relaciones con Cuba del gobierno de Obama. Podría insistir un poco más que Obama en asuntos como los derechos humanos y la democracia, pero su principal objetivo será restaurar el turismo entre ambos países y los lazos políticos y financieros con La Habana. Sin embargo, también podría insistir en que Raúl Castro coopere con Washington y el resto de América Latina, particularmente con Colombia, para encontrar una solución a la dramática crisis en Venezuela.

Esto último tal vez sea el asunto más delicado para Biden en Latinoamérica. Por un lado, todos los intentos de terminar con la dictadura de Nicolás Maduro han fallado. Por otro lado, la situación económica, social, política y humanitaria en Venezuela se deteriora día con día. Claramente, la única salida es la celebración de unas elecciones presidenciales libres, justas y supervisadas por el mundo entero, sin Maduro y con garantías para el chavismo y los cubanos beneficiados desde mucho tiempo atrás por la generosidad petrolera de Venezuela. Cada intento de sugerir esto en la mesa de negociaciones ha fracasado. Biden podría lograrlo. Tratar de incorporar a China, además de a Cuba, en las negociaciones y neutralizar el apoyo en declive por parte de Rusia, así como conseguir el apoyo de México y Argentina para una solución similar a la antes mencionada, podría funcionar. Una apuesta arriesgada, pero la única posible.

Otra apuesta sería involucrar al presidente de Brasil, Bolsonaro, y convencerlo de modificar su postura respecto al cambio climático. Mientras que la Amazonía siga considerándose un asunto interno de Brasil y las compañías madereras y ganaderas sigan teniendo autorización para destruir la vegetación en la medida de sus necesidades, cualquier gestión estadounidense con una “mente conservacionista” estará enfrentada a Brasil. Esto requerirá de un gran esfuerzo diplomático. Biden probablemente termine con el amorío entre Trump y Bolsonaro, que no ha traído beneficio alguno a Brasil, a Estados Unidos ni a un mundo que necesita desesperadamente la protección de la Amazonía, su pulmón vegetal.

Un tema igual de complejo que Biden tendrá que abordar, y con el que podría mejorar la calidad de vida de millones de latinoamericanos, es el de asegurar el cumplimiento de las disposiciones ambientales y laborales en los tratados de libre comercio con los países del hemisferio. El tratado con México es el más reciente y estricto, pero todos incluyen referencias a los derechos laborales y la protección del medioambiente. La cuestión siempre ha sido el cumplimiento. Biden tiene tanto el interés como la capacidad de seguir adelante con eso, en especial si los demócratas progresistas en el Congreso lo empujan en esa dirección.

Biden inspira a América Latina porque defiende los valores que Estados Unidos debería representar: los derechos humanos, la democracia, la lucha contra la corrupción, la voluntad de mitigar el cambio climático. Además, porque es un presidente fundacional que pretende reconstruir un estado de bienestar estadounidense digno de ese nombre, otorgar a los millones de votantes de Biden y Trump socialmente marginados la red de seguridad social que se merecen. Y, finalmente, porque puede inspirar a los latinoamericanos que siempre han estado a favor del multilateralismo volviendo al multilateralismo, ya sea en las instituciones o en los valores. ¿Una transformación muy ambiciosa? Sí, pero América Latina no debería esperar menos.

Jorge G. Castañeda es el autor de America Through Foreign Eyes. En sus columnas de opinión cubre la política y la cultura latinoamericanas y las relaciones entre Estados Unidos y América Latina.

This article originally appeared in The New York Times.

© 2020 The New York Times Company