Opinión: Mi año de estar muy atenta a lo que se dice en internet sobre los perros

Mi año de estar muy atenta a lo que se dice en internet sobre los perros. (Mark Peckmezian para The New York Times).
Mi año de estar muy atenta a lo que se dice en internet sobre los perros. (Mark Peckmezian para The New York Times).

EN EL MUNDO DEL ENTRENAMIENTO CANINO HA HABIDO FRACTURAS IMPORTANTES DEBIDO A DIFERENCIAS IDEOLÓGICAS. RESULTA QUE NADIE ESTÁ A SALVO DE LAS GUERRAS CULTURALES… NI SIQUIERA TU SHIH TZU.

Si tienes un perro y alguna vez has buscado en internet consejos para su cuidado, es muy probable que te hayas topado con Zak George.

George, un hombre de 45 años con 3,69 millones de seguidores en YouTube y la energía un poco bobalicona e hiperactiva de un doodle mestizo, es el adiestrador de perros más popular de la plataforma. Es el más popular por mucho: César Millán, conocido como “el encantador de perros”, tiene 2,71 millones de seguidores. Los que intentan ridiculizar a George, y hay muchos, suelen decir que dejó de ser un adiestrador de perros hace mucho tiempo, para convertirse en un influente canino.

Desde hace años, veo los videos de Zak George; los reproducía como ruido de fondo mientras lavaba los platos o doblaba la ropa. He visto cómo trabajaba con perros rescatados sin ningún adiestramiento con el fin de prepararlos para nuevos hogares. Vi cómo recorría el país en una casa rodante, acompañado de sus dos perros y su esposa. De vez en cuando, había indicios de que tenía cosas más importantes en mente: como en los videos en los que decía que la industria del adiestramiento canino necesitaba enfrentarse a su “misoginia”, por mencionar un ejemplo. Pero la mayor parte de su contenido consistía en entrenar a sus perros: Inercia, un border collie blanco y negro, y Verónica, una perrita mestiza rescatada con una linda mordida prognata.

Entonces, el año pasado por estas fechas, vi con estupefacción cómo George empezaba a arremeter contra un método de adiestramiento canino conocido como “adiestramiento equilibrado” (en breve, explicaré lo que es). En un video tras otro, declaraba que la industria del adiestramiento canino había llegado a un punto de inflexión y que era momento de ajustar cuentas con los profesionales que adiestran con lo que se denomina aversivos; es decir, herramientas que causan incomodidad al perro.

Los videos lograron su objetivo: suscitaron una respuesta. Pero no fue una respuesta cualquiera. La sección de comentarios se llenó de debates sobre “los idiotas con conciencia social” en el adiestramiento canino. “Los extremistas se apoderan del adiestramiento canino”, publicó un adiestrador, calificando el adiestramiento sin métodos coercitivos, el movimiento antiaversivo del que George es sin duda el rostro más prominente, como una “ideología” y una “secta” con una “agenda radicalizada”, un lenguaje que me resultaba terriblemente familiar.

Incluso antes de esto, había visto una que otra publicación en Instagram de un adiestrador que utilizaba terminología que parecía sacada de otro contexto: me había detenido en varias publicaciones que aplicaban el término “consentimiento” a los perros, como si debiéramos obtener su consentimiento antes de acariciarlos. En algunos casos, el vocabulario del adiestrador parecía sacado de lugares aún más lejanos: “No proyectaré conceptos coloniales, capitalistas ni patriarcales en mi perro”, se leía en una publicación, entre consejos sobre la reactividad a la correa y la ansiedad por separación; “no le apliques el ‘gaslighting’ a tu perro”, exhortaba otra publicación (en referencia al abuso psicológico en humanos que consiste en negar la realidad de una persona).

Pero la serie de videos de George pareció acelerar el proceso que se había iniciado en esos mensajes. “Parece que el adiestramiento canino se ha convertido en un objetivo más de la comunidad que afirma tener conciencia social”, escribió un usuario de YouTube. “Esta es la misma gente que tiene perros con ‘género fluido’”, escribió otro, una afirmación que me hizo gracia y que luego pasé demasiado tiempo intentando analizar. (¿Cuál es la expresión de género estándar en los perros?) Vi un video en el que un adiestrador se refería al “adiestramiento canino de extrema izquierda”, lo que no debería haber tenido sentido, salvo que, en ese momento, yo ya sabía a qué se refería.

En la mayoría de los casos, no vi que nadie cuestionara esta confusa red de asociaciones; cuando encontraba comentaristas que compartían mi perplejidad, hacía una captura de pantalla con alivio. “La gente intenta mezclar su política antiliberal con el adiestramiento de perros”, publicó un usuario de YouTube llamado Bar. “Es muy raro”, concluía.

Claro está que sería tonto decir que los perros no pueden ser políticos: cualquiera que haya visto fotografías de pastores alemanes en marchas por los derechos civiles debería darse cuenta de que sí pueden.

Pero lo que ocurría aquí parecía diferente. La introducción de este tipo de lenguaje en un tema tan lejano parecía la apoteosis de algo. Cuando les describía a mis amigos lo que había visto, solía provocar una combinación visceral de hartazgo y desesperación (“Creo que odio saber esto”, decía uno; “Nos merecemos el cambio climático”, comentó otro). Eran las últimas fases de las guerras culturales, quizás en declive, pero aún con vida suficiente para estallar e incendiar territorios nuevos e inesperados, como el de los perros.

En la superficie, la controversia en la que George se metió se centraba en un debate añejo: ¿hay que causarle una incomodidad física a los perros para cambiar su comportamiento?

El adiestramiento libre de coerción —o adiestramiento de refuerzo positivo, como suele llamársele— en términos muy simples rechaza el uso de castigos físicos, que se conocen como correctivos. En lugar de entrenar a los perros mediante castigos por el mal comportamiento, se premia el buen comportamiento: por ejemplo, un perro que se sienta paciente en su cama mientras sus dueños cenan debe recibir un montón de premios.

Hoy en día, pocos adiestradores se opondrían a la idea de reforzar positivamente un comportamiento que nos gusta. Donde las cosas se ponen más polémicas es en qué hacer con los comportamientos que no nos gustan.

Los defensores del adiestramiento con refuerzo positivo afirman que el mal comportamiento se detiene mediante una combinación de medidas de control (correr las cortinas en el caso de un perro que no deja de ladrar a los transeúntes) y el refuerzo de comportamientos alternativos que se prefieren (dar premios para recompensar los momentos en los que no ladra). Por otra parte, un adiestrador equilibrado podría sugerir un collar antiladridos, un dispositivo que emite un estímulo negativo, como una descarga o un sonido agudo, cada vez que el perro se vuelve reactivo.

Quienes abogan por poner fin a los castigos dicen, en el mejor de los casos, que son innecesarios y carentes de ética y, en el peor, que pueden tener consecuencias no deseadas: un perro castigado puede volverse más temeroso y, por ende, más propenso a la agresión. Quienes afirman que los correctivos tienen su razón de ser dicen que el adiestramiento positivo prioriza demasiado a menudo la comodidad del perro sobre la del dueño y que, en casos extremos, herramientas como los collares de castigo, ya sean eléctricos o de púas, son la única forma de tratar a perros que, de otro modo, serían sacrificados por su agresividad. Los adiestradores positivos cuentan con el respaldo de organizaciones como la Sociedad Veterinaria Estadounidense de Comportamiento Animal; los adiestradores equilibrados rechazan estas organizaciones por considerarlas contrarias a su experiencia en el mundo real.

Todo esto es un terreno sensible y puede dar lugar a una discusión tensa. Pero aún no me parecía suficiente para explicar cómo, en un mundo ya inundado de palabras clave con una carga política, los métodos de adiestramiento canino se habían convertido aparentemente en otro significante más.

¿Era una mera coincidencia que tantos adiestradores equilibrados parecieran ser hombres con camisas muy pegadas al cuerpo que entrenaban pastores belgas malinois en deportes de protección? ¿Por qué los adiestradores positivos parecían publicar tan a menudo sobre salud mental (canina y humana) y por qué tantos adiestradores equilibrados se quejaban de que los perros estaban sobremedicados? ¿Por qué tantos adiestradores positivos hablan de atenerse a la ciencia y tantos adiestradores equilibrados hablan de que la ciencia tiene motivaciones ocultas? Cada una de estas preguntas, por separado, tenía una explicación. En conjunto, conseguían trazar las líneas de batalla de las guerras culturales con una precisión inquietante.

A veces me preguntaba si estaba exagerando lo que veía. Al fin y al cabo, es casi seguro que la mayoría de los dueños de mascotas desconocían por completo esta dinámica. ¿Estaba yo demasiado atenta a lo que se dice en internet sobre los perros, animales famosos por insistir en que nos pongamos en contacto con la realidad, y de paso con el pasto, dos veces al día?

Entonces me topaba con algo que me dejaba atónita de nuevo por su insistencia en que los métodos de adiestramiento canino eran un frente cultural (“los adiestradores equilibrados que intentan pintarse a sí mismos como ‘los chicos buenos’ también serán el objetivo de la turba de los que tienen conciencia social”) y me invadía una renovada sensación de que lo que estaba viendo era muy real y, al mismo tiempo, era absurdo y terrible.

Hay una manera de interpretar lo que está sucediendo en el adiestramiento canino en función del internet y las plataformas sociales. El adiestramiento canino se ha adaptado con mucha facilidad a plataformas de video como YouTube, Instagram y TikTok, que se prestan a demostrar habilidades físicas. Además, no requiere ningún proceso de certificación, un enfoque que concuerda con el espíritu del internet, donde cualquiera puede afirmar ser cualquier cosa y los usuarios tienen que determinar por sí mismos la credibilidad.

En los últimos años, estos factores se combinaron con la pandemia, que lanzó a internet una oleada de nuevos dueños de perros en busca de ayuda, lo cual, a su vez, atrajo a más adiestradores a la web. Hoy en día, el mundo del adiestramiento canino en línea puede resultar abrumador: ¿quién sabe realmente de lo que habla? ¿Cómo puede un dueño saber qué consejos seguir?

Lo que yo veía era, en parte, que el adiestramiento canino simplemente adoptaba el lenguaje del internet. Según Robert Topinka, quien estudia la cultura digital en Birkbeck, Universidad de Londres, estas plataformas son donde consumimos todo: política, cultura, entretenimiento. Cada una tiene su propia gramática, sintaxis, vocabulario y estética. Las palabras clave pasan fácilmente de un tema a otro. Así, la idea de que no hay que ejercer la autoridad a través del miedo en el adiestramiento se convierte en: “No seas un policía para tu perro”.

Topinka afirma que, ante más información de la que cualquiera puede clasificar, los usuarios tienden a juzgar a los creadores de contenido por su actitud y su vibra. En 2023, una forma fácil de indicar una vibra es afirmar que se tiene conciencia social o que se está en contra de quienes afirman tenerla. Entonces, ¿a quién debo acudir para que le enseñe a mi perro a caminar con correa? Al tipo que insiste en que no va a ser políticamente correcto al respecto.

Pero esta explicación podría implicar un nivel de cálculo que no está del todo bien. Todas las personas con las que hablé para este artículo fueron muy honestas (después de todo, se trata de personas que aman a los perros): “El mundo de los perros no existe en un vacío en el que solo está el cuidador y el perro, sino que está interconectado con la opresión sistémica”, me dijo Rachel Forday, adiestradora positiva, cuando le pregunté sobre su uso del lenguaje político. “La opresión sistémica dicta a quién se le permite tener un perro y qué tipo de perro puede tener”. Robert Cabral, adiestrador equilibrado, se mostró preocupado en uno de sus videos porque el auge de las citas científicas en el adiestramiento canino estuviera convirtiendo la profesión en un “ámbito elitista”. “Tengo un problema con eso”, dijo. “Soy un tipo sencillo, no fui a la universidad ..... Creo que cuando complicas las cosas dejas fuera a mucha gente buena”. Las vibras que proyectan estas personas son simplemente quienes son.

Sin embargo, “las vibras generan su propio impulso”, comentó Topinka. Se alimentan de las vibras de otros creadores; fomentan la estridencia y el posicionamiento dentro de un ecosistema.

A pesar de haber iniciado una campaña de alto perfil contra el adiestramiento equilibrado, Zak George no parecía, al principio, especialmente dispuesto a establecer una conexión entre los métodos de adiestramiento y la política. Sin embargo, con el tiempo, noté que esto cambiaba: en un video de Instagram Live a finales de verano, él y su mujer trataron temas que iban desde los pronombres y los derechos de los transexuales hasta el racismo en la policía y la masculinidad tóxica y cómo todos estos temas, de alguna manera, se relacionan con los perros.

¿Se trataba de un caso en el que las vibras generaban su propio impulso?

Logré hablar con George en septiembre. Durante nuestra conversación, aceptó que hablaba más de estos temas; parecía verlo simplemente como una creciente voluntad por su parte de establecer conexiones válidas entre el adiestramiento canino y las cuestiones culturales. Nuestra conversación me recordó que, en algunas articulaciones, no hay nada tan descabellado en la idea de que la cosmovisión de una persona pueda moldear su forma de adiestrar a los perros. Me explicó que las razones por las que la gente entrena con herramientas aversivas son múltiples y no todas tienen que ver con su política. Pero algunas sí: por ejemplo, la idea aún generalizada de que en el adiestramiento los humanos tienen que establecer el dominio, no es tan difícil de relacionar con las ideas sociales sobre la masculinidad.

Pero nuestra conversación fue también un recordatorio de que meter todo lo que discutimos en internet en el mismo debate (uno que además sigue los mismos guiones y utiliza las mismas palabras clave) no es bueno si el objetivo es sostener un debate productivo.

Aplicar el término “consentimiento” a la cuestión de acariciar a los perros me ha llamado la atención en este sentido: puede que no nos guste que se utilice esta palabra en este contexto, pero la mayoría de las personas, incluidos los adiestradores equilibrados, estarían de acuerdo en que es importante reconocer cuándo un perro no quiere que lo toquen. Un término polémico estaba enmascarando un área de acuerdo.

No obstante, cuando mencioné el tema del consentimiento con George, se apresuró a defenderlo: “La gente tiene una reacción visceral: ¿cómo te atreves a decir que los perros necesitan dar su consentimiento?”, me dijo. “Y, de hecho, eso subraya gran parte de la masculinidad tóxica que tenemos”. Cuando lo interrumpí para aclararle que las objeciones que había oído no se referían a la masculinidad tóxica, sino a la equivalencia implícita entre la agresión sexual y las caricias no deseadas a los perros, hizo una pausa; parecía que realmente nunca lo había pensado así. ¿Sería mejor utilizar un término menos cargado para hablar del tema que nos ocupa? Admitió que tal vez sí.

Para el momento de nuestra charla, la guerra de George contra el adiestramiento equilibrado había dado un giro dramático: ahora dirigía lo que solo podía describirse como una auténtica campaña de cancelación contra otro adiestrador de perros, uno bastante atroz, cuyas tácticas también despreciaban algunos adiestradores equilibrados.

Desde luego, el conflicto parecía ir en aumento. George pedía a sus seguidores que se presentaran en los eventos en los que participaba este adiestrador y protestaran, que se pusieran en contacto con los establecimientos que lo recibían y les escribieran críticas negativas, además de etiquetar a instituciones y a otros adiestradores caninos destacados, instándolos a que se pronunciaran al respecto. Entre mediados de agosto, cuando empezó la campaña, y mediados de septiembre, cuando hablamos, había publicado en Instagram docenas de veces; la gran mayoría de esas publicaciones habían sido sobre este adiestrador.

¿Aquello era un ejemplo de vibras que generan su propio impulso? El compromiso de George con el adiestramiento libre de coerción es muy profundo y, de nuevo, no hay duda de que es sincero. Me dijo que no hacía esto para obtener seguidores ni vistas y también me pareció que era cierto: sus videos más vistos en YouTube, por mucho, no tienen nada que ver con las guerras de adiestramiento canino, sino con consejos para entrenar a un cachorro. Y ese otro entrenador de verdad es espantoso.

Al mismo tiempo, la campaña parecía calibrada a la perfección para validar las perspectivas de quienes antes habían sonado histéricos y exagerados. En otras palabras, después de todo, parecía una turba de adiestradores de perros que afirmaban tener conciencia social.

Existe otra manera de interpretar lo que está ocurriendo aquí que no tiene tanto que ver con internet.

En un artículo de 2017, una investigadora noruega, Ane Moller Gabrielsen, detalló un fenómeno extraño: el adiestramiento canino en Noruega también se había dividido en dos campos, que, en esencia, reflejaban los de Estados Unidos: el adiestramiento positivo (mediante un dispositivo llamado “clicker”) y el adiestramiento “tradicional”. Esos campos también habían trazado una división social, pero ligeramente diferente: no de “gente que afirma tener conciencia social” y “gente que está en su contra”, sino de mujeres contra hombres.

Según Gabrielsen, no es que necesariamente hubiera más mujeres que entrenaran de una forma y más hombres que entrenaran de otra; de hecho, había más mujeres que hombres en todas las formas de entrenamiento. Pero los propios métodos de formación se habían vuelto sexistas: los anuncios de Canis, la principal institución de adiestramiento positivo del país, “a menudo mostraban a mujeres que tenían éxito en el adiestramiento con ‘clicker’ mientras varios hombres observaban con incredulidad”, escribió Gabrielsen. Por el contrario, Hundefaggruppen, la escuela de adiestramiento tradicionalista, “presentaba a menudo a las adiestradoras con ‘clicker’ como jovencitas ingenuas”.

El trabajo de Gabrielsen parecía describir un fenómeno similar al que observé un contexto social muy diferente. Cuando hablamos, me dijo que había reflexionado sobre mis preguntas: ¿tenía que ver con las redes sociales? ¿Con el 2023? Ella quiso presentar una idea distinta: tenía que ver con los perros.

Lo más importante es que ambos métodos de adiestramiento, el positivo y el equilibrado, funcionan, afirmó. Con tiempo y constancia, esfuerzo y habilidad, ambos resultarán, en la mayoría de los casos, en que tu perro se comporte como tú quieres. Los perros —tan en sintonía con los humanos— han vivido con nosotros durante mucho tiempo; son buenos para entender lo que queremos de ellos. Por eso, se convierten en vehículos de nuestra autoexpresión de un modo que no ocurre con la mayoría de los demás animales.

En los perros proyectamos nuestras “fantasías sobre lo que queremos: ya sea quiénes queremos ser o cómo queremos que sea el mundo”, afirmó Katharine Mershon, profesora de Religión y Filosofía en la Universidad de Carolina Occidental que estudia el papel de los perros en la sociedad estadounidense.

Mershon me dijo que los perros se habían convertido en una fuente de tensión en su pueblo rural apalache: su aplicación NextDoor estaba llena de discusiones sobre si dejar vagar libremente a los perros de caza, que están un poco desnutridos y casi siempre viven al aire libre, constituía maltrato. Se trataba de una discusión, en apariencia sobre perros, que en realidad versaba sobre la gentrificación y sobre si los recién llegados podían imponer sus valores a la vida de los lugareños.

En distintos momentos de mis conversaciones, tanto con Gabrielsen como con Mershon, hablamos de la poetisa, filósofa y adiestradora de animales Vicki Hearne. “Los perros están domesticados por y para nosotros”, escribió Hearne en su libro de 1986, “Adam’s Task”. “Y nosotros estamos domesticados por y para ellos”.

Hearne no era una observadora neutral en las luchas intestinas del adiestramiento canino, sino que era brutal hasta el punto de causar un impacto profundo con sus métodos de adiestramiento. En sus escritos arremetía contra la mojigatería de quienes, en su opinión, se negaban a respetar a los perros lo suficiente como para dejar que vivieran las consecuencias de sus decisiones.

Pero entre los diversos puntos que destacó en “Adam’s Task” —su esfuerzo para zanjar la brecha entre el mundo académico y el adiestramiento de animales— estaba la capacidad de la humanidad para contarse a sí misma historias sobre perros y caballos, las criaturas que hemos criado para que nos acompañen en el mundo humano. Vemos en ellos lo que queremos; ellos responden a nuestra visión. “Las disputas sobre técnicas de adiestramiento casi nunca tienen que ver con lo que parece ser la cuestión superficial”, escribió.

“Es tan fácil proyectar ideas de disciplina, lealtad, obediencia y todo ese fuerte liderazgo sobre el adiestramiento canino”, me dijo Gabrielsen. “Pero al mismo tiempo, es igual de fácil proyectar ideales de democracia, igualdad, recompensa, no castigo... porque todo funciona”.

Desde esta perspectiva, no es que las estructuras de internet garanticen que las guerras culturales se desatarán en todos los temas; es que las guerras culturales son inevitables tratándose de los perros.

Una confesión, y es algo que tal vez ya hayan adivinado: lo que me hizo meterme en este embrollo para empezar fue un problema con mi propio perro.

Hace unos dos años y medio, en una soleada mañana de verano, Finn, nuestra mezcla de spaniel, galgo gris y saluki, persiguió a un corredor. Nunca lo había hecho antes y aunque me morí de miedo y fui a recogerlo, esperaba que fuera un evento aislado.

No lo fue. Todavía temo que la foto que nos tomó el corredor después de que Finn saltara tras él aparezca en las redes sociales, aunque me disculpé una y otra vez. Durante este periodo, pasé horas en internet buscando respuestas sobre cómo tratar a mi animal problemático.

Zak George fue mi primera escala en este trayecto. Pero una vez que lo seguí en Instagram, el algoritmo hizo lo suyo y comenzó a ofrecerme contenido de otras cuentas de adiestramiento positivo. ¿Me dejé perrinfluenciar? No estoy segura, pero acabé optando por una solución a la compulsión de mi perro por corretear corredores que es muy común en el adiestramiento de refuerzo positivo (aunque también la utilizan algunos adiestradores equilibrados): comencé a usar una correa ridículamente larga. Mide casi 10 metros de largo, lo suficiente para que podamos jugar a la pelota mientras la lleva puesta, pero aun así puedo sujetar la correa y tirar de ella de inmediato si se porta mal. Es tan larga que a menudo suscita comentarios y preguntas.

Otra confesión: en algún momento, comencé a pensar en adquirir un collar eléctrico para mi perro. En cierto modo, parecía el candidato ideal: ni agresivo ni miedoso, solo un perro que podría correr un poco más libremente si le dejaba muy claro que perseguir a los corredores distaba de ser un juego divertido.

Nunca lo compré. No sabría especificar por qué; no puedo desenmarañar mi madeja de motivaciones lo suficientemente bien como para entenderlas a cabalidad. ¿Me preocupaba ser un policía para mi perro? ¿O solo era el tipo de persona que no usa esos collares de castigo? (en términos de significante, no lo soy.) ¿Sencillamente no quería que escuchara un zumbido si hacía algo malo? Desde luego que no, pero no puedo decir con seguridad que ese fuera el único impulso.

Vivimos una coyuntura curiosa en lo que respecta a las guerras culturales y el internet. Las estructuras cibernéticas evolucionan al mismo tiempo que cambian las bases sobre las que se libran las guerras culturales. Incluso en los últimos meses, he notado un sutil cambio de tono en esta parte concreta de la red. No es que haya bajado la temperatura de la guerra del adiestramiento canino; en todo caso, puede que esté subiendo: Zak George ha empezado a hablar de legislar en contra de las herramientas aversivas. Pero los adiestradores parecen estar, de un modo difícil de explicar, más centrados en los perros: cada vez hay menos hilos sobre técnicas de adiestramiento que se conviertan en peleas sobre vacunas; he visto muy pocas cuentas importantes sobre perros que se aventuren a opinar sobre Israel y Gaza. Ya veremos si, en unos cuantos años, estamos en un punto en el que la gente que adiestra perros todavía debe mostrar una vibra con tintes políticos y si los dueños como yo todavía interiorizamos esas vibras. Lo que sí parece garantizado (y, para ser honesta, es una pena) es que, independientemente de lo que ocurra con esta iteración particular de la guerra cultural, los perros siempre estarán destinados a convertirse en vehículos bobos e inconscientes del conflicto humano.

Por otra parte: ¿qué más les da? Finn y yo seguimos paseando con la correa inmensa; sigo recibiendo comentarios al respecto y lucho contra el impulso de acomplejarme. A Finn, por su parte, no parece importarle y probablemente no sabe de lo que se pierde.

Este artículo apareció originalmente en The New York Times.

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