La ofensiva contra el régimen de Bashar al Asad resulta embarazosa para Rusia

El presidente sirio Bashar el-Asad y su homólogo ruso Vladimir Putin en Damasco en 2020 (foto ilustrativa).

Junto con Turquía, Rusia es el patrocinador del alto el fuego en Siria en 2020. La ofensiva relámpago iniciada el 28 de noviembre obliga a Moscú a hacer frente a las responsabilidades que se ha creado y que ahora le resulta difícil cumplir, con el Gobierno dedicando todos sus recursos a la guerra de Ucrania.

Por Anissa El Jabri, corresponsal de RFI en Moscú

Durante mucho tiempo, el gobierno ruso se jactó, a bombo y platillo, de ser el protector de Bashar al-Assad y de su régimen. Pocos meses después de la firma del alto el fuego en marzo de 2020, Rusia celebró lo que presentó a su público interno como un éxito total. El 30 de septiembre de 2020, cinco años después del envío de soldados rusos a Siria, uno de los presentadores de un programa de noticias de la principal cadena de televisión estatal rusa dijo: “Nuestros soldados y oficiales han contribuido decisivamente a derrotar a los terroristas. El terrorismo internacional ha recibido un golpe mortal”. El ministro de Defensa, Sergei Shoigu, subrayó que la operación había demostrado la capacidad de las fuerzas armadas para defender los intereses nacionales, había reforzado la autoridad y la influencia de Rusia, y que el ejército había adquirido una experiencia de combate inestimable.

El informe que siguió, con imágenes de soldados en posición de firmes recibiendo medallas y aviones en acción, comenzaba así: “Nuestro país ha escrito con determinación un nuevo capítulo en la historia mundial, impidiendo que todo un Estado fuera borrado de la faz de la tierra y cubriendo hoy Siria con un poderoso escudo. Un escuadrón de cazas Suskhoï-35, muy maleables, está en constante servicio de combate. Nuestros pilotos en el aire detectan regularmente las amenazas desde tierra”.


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