La playa roja de cuatro habitantes que se volvió el refugio patagónico de los amantes de la tranquilidad
“Estás offline, salís del sistema y entrás a otro mundo”, dice Mailén Hughes, desde su pequeña y acogedora biblioteca de adobe en Piedras Coloradas, a 5 kilómetros al sur de Las Grutas, Río Negro. Nació aquí y su padre fue el primero en ver la belleza que encierra esta costa con grandes formaciones de roca rojiza y aguas transparentes a las que se les atribuye poderes energéticos.
Solo viven cuatro habitantes, ella y su hija forman la mitad de la población. La llaman la playa roja de la Patagonia. “Para nosotros es una playa literaria”, afirma Hughes.
Las Grutas desde Piedras Coloradas se ve como si fuera una ciudad hecha de luz, su resplandor se refracta en el cielo y se refleja en el mar, es un destino consolidado. “Acá todo es silencio, de noche dormís con el susurro de las olas”, dice Mailén.
“Muchos vienen a conocer la biblioteca antes que la playa o las piedras”, dice. A un costado de su parador y casa de té, mimetizada por el ocre de la formación rocosa, la biblioteca de adobe atrae la vista de todos. ¿Cómo funciona? Mailén lo explica en sencillas palabras: “Se maneja sola, abro la puerta y el que llega a la playa puede elegir un libro y llevarlo durante su estadía”. Por el servicio no cobra nada y se autogestiona. Recibe donaciones y muchos lectores playeros al finalizar sus días en el destino llevan otro como una ofrenda a la celebrada oportunidad de poder leer frente al mar.
“Tenemos literatura que se puede leer en la playa, novelas cortas y cuentos”, dice Mailén. Los niños son los primeros en explorar la casa de barro, a primeras vista misteriosa y enigmática. Enmarcada en la gran bahía y dentro de un recoleto cabo frente al Golfo San Matías, la playa es un remanso de paz. “El libro cobra un significado especial”, dice Mailén.
Es usual ver solitarios caminando por la costa, muchos de los que se hospedan en Las Grutas se acercan a primera hora a buscar esa energía que dice tener el lugar. Caminantes en busca de epifanías y señales. “Los que vienen a Piedras Coloradas son especiales y leen”, afirma Mailén.
“Buscamos preservar la paz y cuidamos al mar, nuestro protector”, dice Mailén. Piedras Coloradas es famosa por ser territorio de los pulperos. En la restinga, cuando baja la marea, quedan allí estos cefalópodos y por medio de una técnica ancestral que cosiste en llevar un gancho, los atrapan. Para llegar a la playa se pasa por su barrio, cada familia pulpera tiene un puesto en la calle donde los venden al escabeche, elixir enfrascado que caracteriza esta costa rionegrina, también frescos y toda clase de mariscos. Es hacendoso el Golfo San Matías, y la restinga un bioma de productos con sabores que en otros lugares del país son costosos y exclusivos, y aquí constituyen un maná accesible.
¿Es verdad que las Piedras tienen energía? Rojizas, y llamativas, parecen emergen del mar e invaden la playa en geoformas extrañas. La formación queda expuesta aunque la marea sea alta. Como peregrinos, los que entran se dirigen en procesión hacia ellas. Laberínticas e irregulares, cada cual sigue su propio camino para recibir alguna señal. No son piedras comunes o las que se suelen hallar en cualquier restinga, esta formación se determinó que tiene 500 millones de años y que emergieron en el periodo precámbrico. Fueron estudiadas y su composición es de mica, cuarzo y feldespato, la atención está puesta sobre estos últimos minerales.
“Creo en la energía del universo, y este es un lugar mágico”, Maién señala las piedras. Los feldespatos son minerales que han están presente en el 60% de la corteza terrestre y son el componente esencial de todas las rocas ígneas, se constituyen en formas irregulares que se han originado luego del enfriamiento de lava volcánica. “Dicen que tienen conexión con la energía del núcleo terrestre”, dice Mailén. No son pocos los que creen en el poder de las piedras y los que frecuentan la playa conocen los beneficios de estar en contacto con el feldespato.
“Te ayuda a ver la vida de otra manera, produce un equilibrio de fuerzas, vuelve a conectarte con la vida, con todo lo espiritual, atrae el éxito y genera autoconfianza”, dice Beatriz Rébora, quien visita Piedras Coloradas hace ocho años por este motivo. Es de Córdoba capital. Como ella, son miles por años que llegan para hacer diferentes actividades de relajación; las más comunes son tocar las piedras con las palmas de las manos y acostarse sobre ellas. “No es una playa más: te puede cambiar la vida”, confiesa Rébora.
Sueño de galeses
Piedras Coloradas fue el sueño de Alberto “Toto” Hughes, el padre de Mailén. Descendiente de galeses, llegó en la década del 60 y se enamoró del lugar. Fue el promotor de esta costa íntima. Instaló un pequeño chiringo, el primero, y fue el puntapié para que el destino creciera. “Amaba el mar”, dice su hija, que sigue sus pasos.
Organizaba acciones para limpiar la playa y con los años fue el impulsor de todas las ideas que sirvieron para mejorar los servicios; él fue el responsable de traer la energía eléctrica. También le dio a la playa un aire galés. Nunca abandonó sus tradiciones.
“Sus padres llegaron en El Mimosa”, dice Mailén. Se refiere al famoso velero en el que arribaron los 153 colonos galeses a la costa del Golfo Nuevo, donde hoy se halla Puerto Madryn. La costa les resultó hostil, ya que no hallaron agua y se fueron tierra adentro, originando los primeros pueblos de Chubut, como Gaiman, Dolavon y Rawson. Religiosos y trabajadores, establecieron una relación estrecha con los tehuelches, con quienes comerciaron. Ambas culturas estrecharon lazos fraternales.
“Nunca llegó a ver todo esto”, confiesa Mailén. Su padre falleció en 2014, pero su legado está vigente. Siempre sintió simpatía por los jotes, aves majestuosas que planean en la costa. Desde aquel año, sobrevuelan Piedras Coloradas. Una estatua hecha con hierro reciclado, lo recuerda, junto a un jote.
“Kapenke Yaten” es la casa de té y parador que tiene Mailén junto a su familia. Es un homenaje a su sangre galesa y al pueblo tehuelche. La voz significa “Piedras Coloradas” en lengua originaria. Su hermano es marisquero y responsable de que en el menú haya marisco y pescado del día. La picada de mariscos es elogiada, al igual que los sorrentinos de langostinos. Cuando la temporada termina, se abre la casa de té, entonces el espíritu galés domina la playa.
“Somos una humanidad mínima”, dice Mailén. Cuando los turistas se van, quedan apenas cuatro habitantes. Todo el ruido y la actividad se va a Las Grutas. Entonces regresa la calma. “El mar te conecta con lo mejor de vos”, dice.
Ella es diseñadora textil. Estudió en Mar del Plata, pero reconoce diferencias en las costas. Toda su vida estuvo entre artes de pesca, tablas de mareas y arena. “No encontré la conexión”, dice sobre el mar de la ciudad balnearia bonaerense. Regresó a Piedras Coloradas y sí logró restablecer la comunicación con el mar. “Es diferente, aquí existe magia”, confiesa.
Antes del amanecer, los pescadores comienzan a encender los tractores para llevar los barcos amarillos al mar. Es una tarea de hombres silenciosos. Antes de salir, todos se fijan el clima y todo depende de las mareas, el mar controla la vida de aquellos que viven de él. “No estás en línea aunque tengamos internet, estamos en otro mundo, es un paraíso”, cuenta mirando las piedras rojizas que tiene enfrente y que dan nombre a esta solitaria playa.