Si no hay noticias sobre el mercado de transferencias, eso es una buena noticia

No es del todo correcto decir que este ha sido un enero tranquilo para el negocio multimillonario de las transferencias en el mundo del fútbol. La banda sonora habitual del mes —los susurros que se acumulan, los teléfonos que repican, la máquina que arranca como un zumbido hasta producir tercios inferiores vívidos para las emocionantes transmisiones televisivas— tal vez se haya silenciado, pero eso no significa que no haya nada que oír. Si escuchas con atención, se puede distinguir el estallido de una burbuja.

Se supone que el mercado de transferencias de enero es muchas cosas, en particular en la Liga Premier, un lugar donde el dinero fluye a raudales tan grandes que con el tiempo oculta casi cualquier error. Esperamos —queremos— que el mercado sea un monumento a la gratificación inmediata. Nos encanta que cunda el pánico. No nos importa que sea una fuente de arrepentimiento largo y duradero.

Y hay muchas cosas que se supone que no debe ser. Por ejemplo, juicioso. Moderado. Modesto. Este año, enero ha sido un mes en el que el acuerdo más destacado y caro tuvo que ver con el precio perfectamente razonable que el Tottenham Hotspur pagó por un defensa central que ha encajado a la perfección en el equipo de Ange Postecoglou.

Por lo tanto, no debería ser ninguna sorpresa que esta edición particular del equivalente futbolístico del Black Friday se haya sentido como un fiasco. Hace un año, el Chelsea estaba ocupado gastando 132 millones de dólares en Enzo Fernández. Esta vez, los clubes de la Liga Premier se desprendieron de unos 100 millones de dólares entre todos durante enero.

Hay varias razones para esto.

Una es que, desde hace tiempo, la creencia popular es que enero no se presta para producir valor: la mayoría de los entrenadores y ejecutivos ahora se apegan a la lógica invertida de Groucho Marx, según la cual no vale la pena comprar a nadie que los clubes estén vendiendo de forma activa en enero. Es posible conseguir un objetivo elegido con cuidado, pero cuesta.

Debido a que la mayoría de los equipos de la Liga Premier ahora cuenta con algún tipo de planificación a largo plazo —y, de hecho, la mayoría sigue operando con los directores técnicos que tenían en verano, otra señal de que la competencia se está volviendo más inteligente—, tan solo una oportunidad excepcional o una emergencia absoluta pueden tentarlos a pagar ese monto adicional.

Una segunda razón es el modo en que el poderío financiero de la Liga Premier ha distorsionado el mercado. Es comprensible que la mayoría de sus equipos no quieran pagarles a muchos jugadores para no jugar fútbol. Prefieren modificar sus plantillas, no abotagarlas. El problema es que pocos equipos afuera de Inglaterra pueden permitirse siquiera comprar en los estantes de segunda mano y en esencia eso está creando un cuello de botella.

La tercera, y a la que se le ha dado el crédito de tener el efecto más profundo el mes pasado, es el espectro repentino y muy real del castigo por exceso. Al Everton ya se le han descontado 10 puntos por incumplir el reglamento financiero de la Liga Premier. Ahora también se le cierne una segunda acusación, pendiente de sentencia. Al menos en eso, el Everton no está solo. El Nottingham Forest también enfrenta un castigo.

Casi no cabe duda de que esto ha tenido algún efecto en el resto de la Liga Premier: parece que los clubes se están aclimatando a un entorno en el que sus acciones tienen consecuencias reales.

En el último día del periodo de fichajes, más de la mitad de la liga no había gastado ni un centavo en transferencias permanentes. El entrenador del Newcastle, Eddie Howe, y su homólogo en el Manchester United, Erik ten Hag, no tardaron en culpar de la inercia de sus equipos este año a la necesidad de cumplir con las Reglas de Beneficios y Sostenibilidad.

Ha habido un acalorado debate en torno a cómo debe considerarse esto. Todo el mundo coincide en que el fútbol debe ser sostenible. Los clubes no deben acumular deudas colosales en busca de una satisfacción a corto plazo. Los equipos deben darles el tiempo y el espacio necesarios a sus directores técnicos para implementar sus ideas, entrenar a sus jugadores y obtener talento de sus canteras con personal costoso.

Una línea de pensamiento contraria en esencia se reduce a que igualdad y equidad no son exactamente lo mismo. Las reglas pueden inhibir al Manchester United en una pequeña medida, pero su impacto es mucho más pronunciado en el Newcastle. Es válido —aunque no es lo mismo que correcto— sugerir que el efecto de esa realidad parece mucho más justo desde una perspectiva que desde la otra.

No obstante, gran parte de la oposición tiene su origen en algo mucho más simple. La frugalidad no es muy divertida. Durante décadas, en lo que podría describirse como el complejo industrial de las transferencias, la Liga Premier y sus compañeros de viaje han enganchado a los aficionados en una dieta constante de equipos que sueltan dinero con un abandono imprudente. Simplemente no basta fingir que el traspaso de Morgan Rogers del Middlesbrough al Aston Villa vale un emoji de sirena.

Sin embargo, lo que está ocurriendo no es exclusivo de Inglaterra. Tampoco es nuevo en ningún sentido real, no para quien sea que le guste el fútbol y sea de cualquier otro país.

De la gran cantidad de acuerdos que no se produjeron a lo largo de enero, el más instructivo fue el de la Lazio, de la primera división italiana, un club que se empeñó y fracasó en su intento por fichar a Morgan Whittaker, un prometedor extremo del Plymouth Argyle, un club de la segunda división inglesa. Para que quede claro: la Lazio —antiguo empleador de Hernán Crespo, Juan Sebastián Verón y Christian Vieri— no tuvo la influencia suficiente para llevarse a un jugador de la ciudad más grande de Inglaterra que nunca ha tenido fútbol de primera división.

Sin embargo, aquí es donde ha estado gran parte de Europa durante algún tiempo: luchando con uñas y dientes por las migajas de la mesa de la Liga Premier. Más que nada, este enero se presenta mejor como algo entre restaurador y correctivo, algo que vuelve a alinear a Inglaterra con todos los demás.

En muchos sentidos, a todos nos interesa que se mantenga esta nueva realidad. Los equipos de la Liga Premier —los depredadores alfa del deporte— se benefician del enfriamiento del mercado, solo un poco: significa que hay más valor para los compradores y una base de clientes más amplia para los vendedores. Reducir los costos en todos los ámbitos no reduce la competitividad, pero ayuda a que los clubes sean más sostenibles.

Determinar si así funcionará es otra cuestión. Enero ya había sido tranquilo. Hace tres años, cuando el fútbol seguía lidiando con el déficit financiero a causa de la pandemia de la COVID-19, los clubes ingleses cerraron el grifo y apenas gastaron una tercera parte de lo que habían gastado el año anterior. Después de un año, volvieron a batir récords. La historia sugiere que ese sonido no es el estallido de una burbuja. Es energía almacenada, compactada y combinada, a la espera de su liberación.

c.2024 The New York Times Company