No, Francia no hace trampa al usar a jugadores de raíces africanas, aunque los racistas se enojen

Francia ha utilizado a muchos jugadores de raíces africanas en los últimos treinta años. (JEWEL SAMAD/AFP via Getty Images)
Francia ha utilizado a muchos jugadores de raíces africanas en los últimos treinta años. (JEWEL SAMAD/AFP via Getty Images)

Francia se ha convertido en una potencia futbolística durante las últimas tres décadas. Desde que ganaron el Mundial de 1998, en casa, han crecido a una velocidad exponencial. Tienen talento a raudales y cada vez salen más y mejores jugadores. En Qatar 2022 están otra vez entre los mejores del torneo y van en busca de un bicampeonato, hito que no se consigue desde la época del Brasil de Pelé, monarca en las ediciones de 1958 y 1962.

Pero hay un aspecto que, desde algunos sectores, incomoda sobre ellos: la cantidad de jugadores de ascendencia africana, o de territorios ultramarítimos, que tienen en su plantel. Desde Kylian Mbappé, la gran estrella de padre camerunés y madre argelina, hasta Raphael Varane, cuyo padre es originario de Martinica, departamento ultramar de Francia. Ambos nacieron en Francia. El primero en París y el segundo en Lille. Sin embargo, como a ellos, a la mayoría de los jugadores franceses que no cumplen con el estereotipo que el imaginario se ha construido se les cuestiona su legitimidad para representar a Les Bleus. 

El padre de Varane nació en Martinica, territorio ultramar de Francia. Su hijo juega para la selección gala y fue campeón del mundo en 2018. (Getty Images)
El padre de Varane nació en Martinica, territorio ultramar de Francia. Su hijo juega para la selección gala y fue campeón del mundo en 2018. (Getty Images)

Por principio de cuentas, habría que decir que Francia no le ha robado jugadores a nadie, porque éstos no son una mercancía y porque todos ellos han elegido libremente a quién representar. Así como otros, caso de Koulibaly con Senegal, han optado jugar con el país de sus padres. Lo mismo que Sébastien Haller, delantero del Borussia Dortmund, que optó por representar a Costa de Marfil. Ambos nacieron en Francia, Saint-Dié-des-Vosges y Ris-Orangis, respectivamente.

Esta idea de que Francia "hace trampa" busca hacer una distinción entre ciudadanos de primera y de segunda. Como argumentando que los hijos de inmigrantes no son franceses de verdad. Claro, en esta óptica, se les reconoce su gran calidad como jugadores —y eso es evidente, en vista del éxito que tienen—, pero para los racistas discretos, no es válido que ellos representen a Francia, aunque sean franceses en toda regla. No son jugadores naturalizados (que hayan nacido en otro país y luego adoptado la nacionalidad francesa), y si así fuera, por favor, también sería válido, que por algo vivimos en el siglo XXI.

Los padres de todos estos jugadores, como los de Achraf Hakimi de Marruecos, se marcharon de sus países de origen porque querían un futuro mejor, como lo hacen los migrantes de todos los países del mundo. No lo hicieron por gusto ni tenían en mente que algún día sus vástagos le darían brillo a un equipo de futbol en una Copa del Mundo. ¿Qué se diría en el caso contrario, si Francia no tomara en cuenta a todos esos jugadores? Es muy fácil imaginar la respuesta porque, tristemente, es lo que sucede en otros contextos diferentes al futbol: serían los jugadores segregados, ignorados arbitrariamente por un sistema que no quiere ver a nadie de raíces africanas representando a su país.

Kalidou Koulibaly nació en Francia pero eligió representar al país de sus padres: Senegal. (REUTERS/Carl Recine)
Kalidou Koulibaly nació en Francia pero eligió representar al país de sus padres: Senegal. (REUTERS/Carl Recine)

Luego, es verdad que la integración de hijos de inmigrantes no debería limitarse al futbol y que hay cientos de profesiones y oficios en los que debería valorarse de verdad el aporte de los trabajadores provenientes de países africanos (como tampoco se puede ignorar el pasado colonial de Francia). Curiosamente, y por paradójico que sea, el futbol ha sido el ámbito en el que Francia mejor ha logrado una integración racial y étnica. Juan Villoro lo explicó a la perfección en Dios es Redondo en un pasaje dedicado al Mundial de 1998, trazando una analogía entre Zinedine Zidane, hijo de argelinos y figura rutilante de ese torneo, y Albert Camus, Premio Nobel de Literatura nacido en Argelia y avecindado en Francia al momento de su muerte:

"Como Zidane, Albert Camus padeció la pobreza de los argelinos y decidió superarla en el futbol. Su abuela lo golpeaba cada vez que maltrataba sus únicos zapatos. Por eso decidió jugar de portero, la posición en la que se gastan menos las suelas. No llego a ser un gran guardameta, porque el destino lo convirtió en algo más raro, pero no olvido sus días en la hierba: «Mis mayores convicciones sobre la moral y los deberes de cada quien se los debo al futbol». ¿Qué enseñanza deja la selección francesa? Los once de Zizou fueron saludados por el periódico L' Humanité en estos términos: «todos somos futbolistas», lo cual quiere decir «todos somos segregados». Los arrabales de Francia se han apoderado de la cancha".

Francia no hace trampa y los jugadores franceses tampoco. El mundo es demasiado grande. Hay que disfrutar de su juego y respetar sus decisiones.

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