La New World Symphony y Stéphane Denève, una presentación memorable

La química instantánea entre director y orquesta no es casual ni tan habitual como parece o debería ser, marca un encuentro; en última instancia, es la resultante de un líder rigiendo un centenar de voluntades. Cuando sucede es motivo de celebración.

Y esto viene sucediendo entre Stéphane Denève y la New World Symphony (NWS) desde que el director francés asumió el cargo de director artístico de la “Academia Orquestal de América”. Es un elemento sutil pero vital que contribuye a la armonía y crecimiento de los jóvenes becarios de la entidad hacia el perfeccionamiento y madurez interpretativa.

Este rasgo reconfortante pudo apreciarse en el concierto del 21 de enero en el Auditorium Michael Tilson Thomas del New World Center de Miami Beach, donde Denève se zambulló en un repertorio que literalmente adora y del que es uno de máximos especialistas actuales. Un repertorio donde el estilo es todo y al que pocos acceden sea por elusivo o por falta de “charme”, esa delicada combinación de encanto y gracia que la gran soprano Régine Crespin irónicamente definió como condición esencial para abordarlo.

Al concentrarse sólo en composiciones básicamente ilustrativas del albor del siglo XX, de hecho primera preguerra mundial, el director se arriesgó con un extenso programa que a priori pudo pecar de cierta monotonía dentro de la opulencia sonora que caracteriza el período y que hoy por hoy constituye una rareza. Sin empastar las densas texturas ni empalagarse con demasiado en el plato, Denève supo navegar al filo de la navaja para llevar adelante su misión y convencer con un menú tan sofisticado como exuberante.

Entre las raramente ejecutadas “La tragedia de Salomé” de Florent Schmitt de 1907-10 y “El festín de la araña” de Albert Roussel de 1913 existen varios puntos de contacto. Amén de pertenecer al mismo período, fueron fuertemente influenciadas por el prevalente impresionismo de Debussy y Ravel – del que Molly Turner, la enérgica becaria de dirección, cinceló una febril “Alborada del gracioso” abriendo la velada – siendo a la postre ballets, el primero para la mítica bailarina Loie Fuller (1862-1928) luego transformado en suite sinfónica y el último una pantomima de la que Denève presentó la versión completa.

Vale anotar que Schmitt y Roussel fueron integrantes del grupo Los Apaches (“los vándalos”) que se reunía entre 1902 y 1914 y entre los cuales se hallaban Manuel de Falla, Ravel, Maurice Delage, Igor Stravinsky y Tristan Klingsor, autor de los versos de la “Shéhérezade” también en el programa. Curioso destino el de ambos compositores.

Stéphane Denève, las animaciones de Grégoire Pont y la New World Symphony.
Stéphane Denève, las animaciones de Grégoire Pont y la New World Symphony.

Después del éxito de “El festín de la araña”, Roussel marchó a la Primera Guerra Mundial como voluntario y al regreso, con un mundo cambiado sólo su ópera “Padmavati” repetirá el suceso de preguerra. Por su parte, Schmitt caerá en desgracia después de la Segunda acusado de colaboracionista con los nazis y el régimen de Vichy, siendo su obra prácticamente olvidada hasta hace unas décadas en que ha sido rehabilitada.

Denève es un paladín de ambos compositores, ha grabado las sinfonías completas de Roussel y el dominio que evidencia no es otro que excepcional. Al lidiar con dos obras para la escena teatral, con buen tino para “El festín de la araña” encargó al notable animador e ilustrador Grégoire Pont la visualización del cuento. Point ideó dibujos animados de gran simpleza y efectividad no exentos del humor requerido. La inclusión de elementos visuales en conciertos es un divide aguas pero en esta ocasión fue un toque astuto que sin estorbar cumplió su misión.

Si el director se deleitó con el “Festín” rousseliano, con “Salomé” remató vigorosamente la noche gálica. Compuesta dos años después de la escandalosa ópera de Richard Strauss, su trabajo está en las antípodas. Según el poema inspirador de Robert d’Humières “Salome es esencialmente inocente, obediente a su madre. No desea la ejecución del profeta y su decapitación la horroriza hasta luego ser perseguida por su fantasma que la lleva a un frenesí de culpa y miedo”.

Esta es una obra que debe ser escuchada para familiarizarse, el despliegue tímbrico es opulento, repleta de elementos orientales y momentos exóticos – la encantadora melodía “Les enchantements sur la mer” a cargo del oboe proviene de un documento del Mar Muerto – mientras que la danza del terror final con inesperada violencia concluye este vasto poema tonal que fuera dedicado a Stravinsky en cuya “Consagración de la primavera” años después se verían ecos de “Salome”.

Stéphane Denève, Isabel Leonard y la New World Symphony.
Stéphane Denève, Isabel Leonard y la New World Symphony.

Entre ambas composiciones, la “Shéhérazade” de Ravel aportó la necesitada obra con solista, en este caso la bella Isabel Leonard, una de las ascendentes estrellas del firmamento lírico fue la elección ideal. Los tres poemas de Tristan Klingsor pintan un Oriente idealizado de “Las mil y una noches”, salido de las pinturas de Gerome y Delacroix, máximos representantes de la fiebre orientalista que abrasó Europa hacia finales y principios del siglo. En esa vena, Ravel plasmó esas soñadas comarcas con magia exquisita siendo la voz femenina la razón e hilo conductor. Si la popular “Shéhérazade” marca un hito en el catálogo vocal francés, las versiones paradigmáticas acechan a toda cantante actual, sin ir más lejos la mencionada Crespin fue incomparable intérprete.

Con su impactante presencia, Leonard sirvió a Ravel con envidiable naturalidad y estilo donde cada palabra e inflexión tuvo su importancia, cada matiz e incluso gesto contribuyeron a una literal delicia oriental. Su voz de mezzo lírica se explayó comodísima en “Asie”, el primer poema, más largo y demandante, y tanto en “La Flûte enchantée”, como en “L’Indifférent” regaló la delicadeza y sensualidad requeridas con la línea vocal esfumándose finalmente hacia el silencio. Denève transformó la inmensa orquesta en un fresco colorido pero transparente que arropó la voz de Leonard para obtener un resultado memorable.

En síntesis, una noche que revivió sonidos y colores de un mundo ido por un director y una orquesta del presente.

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