Netanyahu avanza hacia reocupación militar de Gaza sin estrategia de salida | Opinión

Ver a Benjamin Netanyahu entrar precipitadamente en Rafah sin ningún plan para “el día después” es como asistir a una tragedia griega cuyo final está previsto pero ya no puede impedirse.

La ofensiva de Netanyahu contra la ciudad situada en el extremo sur de Gaza –sin ninguna estrategia para su final– obligará a las tropas israelíes a reocupar toda la franja. Garantizará la supervivencia política y militar de Hamás, y atrapará a las tropas israelíes en una insurgencia interminable.

Probablemente condenará a la mayoría de los rehenes israelíes que quedan. También puede condenar a miles de civiles palestinos más, incluidos niños.

Lo peor de todo es que dará a los terroristas de Hamás y a los extremistas israelíes una victoria devastadora que seguirá causando estragos en el pueblo palestino y en el Estado judío.

Al centrarse en la victoria total sobre Hamás, Netanyahu confunde ciegamente la guerra de Gaza con una guerra terrestre convencional del siglo XX a la que se puede poner fin únicamente por medios militares. Compara falsamente a Israel con las fuerzas aliadas que derrotaron a Adolf Hitler en la Segunda Guerra Mundial.

Supuestos aliados de Israel como el senador republicano Lindsey Graham alientan los delirios de Netanyahu cuando citan los ataques nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki como modelo para bombardear Gaza. Este discurso no solo es moralmente repugnante, sino que demuestra una nula comprensión de cómo derrotar a Hamás,

El presidente Joe Biden tenía toda la razón al prohibir un cargamento de bombas de 2,000 libras que pueden arrasar barrios enteros en busca de un solo comandante de Hamás. Este tipo de acciones solo aumentan el apoyo a Hamás en todo el mundo y en el mundo árabe (incluso en los Estados árabes moderados cuyos líderes desprecian a Hamás).

La guerra de Gaza es una lucha no tradicional con una fuerza no convencional –Hamás– que libra una guerra de guerrillas desde túneles subterráneos. La población civil de dos millones de personas está atrapada en un territorio no mayor que Filadelfia, sin posibilidad de escapar. Sí, Hamás usa a los civiles como escudo, pero la indiferencia de Israel ante las víctimas civiles juega a favor del grupo terrorista.

La comparación militar adecuada para la guerra de Gaza es la situación que enfrentó Estados Unidos en Afganistán después del 11 de septiembre, o la que enfrentó Israel en Líbano después de 1983. Ambos países estuvieron empantanados durante años intentando derrotar a una insurgencia. En ambos casos, los militares por sí solos no pudieron ganar porque no existía una estrategia política concurrente para aislar a las milicias islamistas. Los continuos ataques militares alienaron aún más a los civiles.

Aplastar Rafah, a donde ha huido la mitad de la población de Gaza, no destruirá a Hamás muchos de sus líderes y combatientes sobrevivirán en túneles o casas, se mezclarán con la población restante o incluso escaparán al Sinaí. Las bombas israelíes condenarán a muchos de los rehenes que siguen vivos.

Tras decenas de miles más de muertes de civiles palestinos, incluso los gazatíes enfadados con Hamás por su difícil situación adoptarán su ideología de una solución palestina de un solo Estado sin Israel. Una insurgencia continua burbujeará bajo la superficie y se expandirá a Cisjordania.

Israel se verá atrapado en Gaza, tratando sin cesar de aplastar a los insurgentes.

El ministro de Defensa israelí, Yoav Gallant, lo entiende. Ha protestado públicamente por la falta de un final del juego en Gaza por parte de su gobierno, diciendo en una conferencia de prensa la semana pasada que no permitiría el establecimiento de un gobierno militar en la Franja de Gaza.

“El hecho de que [Netanyahu] no tome una decisión sobre una estrategia para el día después equivale a una peligrosa decisión de instaurar un régimen militar y civil israelí en la Franja de Gaza”, declaró Gallant.

“El fin de la campaña militar debe ser un acto político”, advirtió. “El día después de Hamás solo se logrará mediante el gobierno de elementos palestinos que constituyan una alternativa a Hamás. Por encima de todo, este es de interés para Israel. Desgraciadamente, no se ha presentado a debate ningún plan de este tipo”.

En otras palabras, la única forma de condenar a Hamás es proporcionar a los palestinos una opción alternativa que separe a los civiles de los combatientes de Hamás. Eso dejaría a Hamás expuesta política y físicamente.

La administración de Biden, junto con los Estados árabes moderados del Golfo, presentó la única alternativa plausible: planes que implicarían una posible fuerza árabe de mantenimiento de la paz, junto con financiamiento árabe e internacional para la reconstrucción tras los bombardeos israelíes.

Pero esos planes estaban supeditados a dos pasos por parte de Israel: el primero, poner fin a la insensata matanza de civiles.

Si Netanyahu hubiera pensado estratégicamente, habría hecho todo lo posible para establecer verdaderas zonas seguras para los civiles, con agua y saneamiento, que habrían separado a los no combatientes de los combatientes. Esta estrategia habría dado a Israel más tiempo y más margen para destruir a los terroristas de Hamás en los túneles y en la superficie.

En lugar de ello, Israel se dejó llevar por la venganza, bombardeando indiscriminadamente y bloqueando la ayuda. Después de los horrores de la masacre de Hamás del 7 de octubre, esto puede ser comprensible desde un punto de vista emocional, pero fue estratégicamente estúpido y moralmente feo. Incluso hoy, después de que Israel cerrara casi todos los puntos de entrada de ayuda humanitaria a Gaza, Netanyahu permite que los seguidores de sus aliados políticos de derecha bloqueen los pocos envíos de alimentos que todavía se dirigen allí por carreteras israelíes.

En segundo lugar, el plan de Biden está supeditado a que Israel facilite el retorno a Gaza del gobierno de una rejuvenecida Autoridad Palestina, o AP, el órgano de gobierno que ejerce un control parcial sobre Cisjordania. El retorno de la AP depende, a su vez, de que Israel respalde una vía política hacia el fin de la ocupación, una vía que en última instancia conduciría a una solución de dos Estados.

Sin embargo, Netanyahu se ha opuesto con vehemencia a cualquier papel de la AP. Ha fantaseado con que, de algún modo, surgirán líderes palestinos o tribales apolíticos para dirigir la vida cotidiana en Gaza, y las fuerzas israelíes seguirán vigilando Gaza, que estará “desmilitarizada” y “desradicalizada”.

Eso es una quimera, ya que Hamás sobrevivirá entre bastidores, y ningún líder tribal ayudará a Israel a mantener una ocupación militar. Además, con la mayor parte de las viviendas de Gaza destruidas o en ruinas, la mayoría de los palestinos vivirán entre escombros, incapaces de funcionar o alimentarse.

Israel quedará gobernando sobre las ruinas. Los Estados árabes moderados no financiarán la reconstrucción de la franja si continúa la guerra allí; ninguna fuerza internacional vigilará esas ruinas.

La ocupación militar israelí continuada de Gaza socavará gravemente los tratados de paz de Israel con Egipto y Jordania, e impedirá cualquier normalización futura con Arabia Saudita. Enajenará a amplios sectores de la opinión pública en Europa y Estados Unidos y convertirá al país en un paria internacional.

Socavará a uno de los amigos más cercanos de Israel, que intentó y fracasó en su esfuerzo de obligar a los dirigentes israelíes a enfrentar la realidad: el presidente Biden.

Quizá sea demasiado tarde para invertir el curso autodestructivo de Netanyahu, incluso con más presión estadounidense.

Sin embargo, el camino que ha elegido –para conservar el poder y evitar la cárcel por corrupción– mantendrá vivo a Hamás e intimidará a cualquier oposición naciente. Causará la muerte de muchos más israelíes y palestinos.

Trudy Rubin es una columnista para el Philadelphia Inquirer.