“Quiero que la pesadilla termine”: vivir bajo amenaza en la frontera con Rusia
CHERNIGOV, Ucrania.– “Mi familia ahora está bien, yo estudio, trabajo, soy voluntaria y ayudo con la recaudación de fondos para el Ejército. Pero da miedo no saber qué pasará en tres minutos. Vives aquí y ahora porque no hay otra opción”, cuenta a la nacion la ucraniana Dariia Nevidomaya, de 19 años, que vive en Chernigov, una histórica ciudad del norte del país a solo 90 kilómetros de la frontera con Rusia y a 140 de Kiev, cercada en el inicio de la invasión a gran escala del 24 de febrero de 2022.
“Solo quiero que esta pesadilla termine”, añade la joven, que estudia periodismo a distancia en la Universidad Tax de Irpin, en las afueras de la capital, adonde planeaba mudarse. Pero la guerra cambió sus planes por completo.
Aunque una imagen instantánea de Chernigov –característica por sus monumentos, iglesias antiguas y arbolados parques– en un día soleado de primavera dé la impresión de una ciudad apacible, la tensión está muy latente: los constantes ataques en los pueblos a lo largo de 225 kilómetros de frontera que la región comparte con Rusia mantienen en alerta máxima al Ejército ucraniano con acciones defensivas.
“Los bombardeos están en proceso en toda la frontera, todos los días. Allí viven unas 50.000 personas que están en constante amenaza de ataque”, advierte Vyacheslav Chaus, gobernador de la región de Chernigov, a un grupo de periodistas de medios sudamericanos, entre ellos la nacion. “La intensidad de los ataques es muy alta. Los rusos usan todo tipo de armamento: artillería pesada, morteros, aviones, misiles y drones”, describe.
Como parte de su estrategia, Rusia infiltra por esa zona grupos chicos, de entre ocho y diez personas, para reconocimiento y ataques a objetivos civiles e infraestructura, aunque últimamente sin mucho éxito. “Lo hacen también para evitar el traslado de nuestras unidades a otras zonas amenazantes en el frente de batalla”, señala Chaus.
Según el Ejército ucraniano, Moscú está tomando medidas encaminadas a ampliar sus unidades militares en la frontera con Chernigov –donde viven unas 944.000 personas, menos que antes de la agresión– y el resto del límite con la región de Sumy, la que sigue hacia el este. En contrapartida, para evitar otra invasión, las fuerzas de Kiev incrementaron tropas y minado, y fortificaron defensas.
“En esas zonas, cuando suenan las sirenas que avisan de un ataque, contamos de uno a seis, escuchamos un impacto y decimos: ‘Gracias a Dios no estaba allí’”, cuenta Chaus, vestido con la característica remera verde oliva y pantalones estilo militar que también usa el presidente Volodimir Zelensky. “El miedo a una nueva invasión está entre nosotros desde abril de 2022, cuando las tropas rusas se retiraron”, confiesa. “Si lo harán… no lo sabemos”.
En la plaza central de la ciudad, uno de los avisos palpables de que aquí se desarrolla una guerra –y muy cercana– son decenas de carteles con los rostros de soldados muertos en el conflicto. “Las imágenes van rotando, y a veces, desafortunadamente, muy rápido”, dice a la nacion Volodimir, profesor universitario de historia en Chernigov. Tampoco faltan las sirenas –sobre todo nocturnas, alertan– y los cortes de energía son recurrentes por los ataques rusos a la infraestructura eléctrica.
El minado es otra de las grandes amenazas para la población civil a lo largo de la frontera, con vastas zonas rurales. Casi 82.000 explosivos fueron removidos desde 2022, pero todavía quedan decenas de miles, advierten las autoridades ucranianas.
Al comienzo de la invasión, partes de la región que están muy cerca de la ciudad fueron ocupadas durante poco más de un mes por las tropas, en el intento de Moscú de capturar Kiev. “Sufrimos mucho por la guerra. Rusia es un Estado terrorista y es un enemigo muy poderoso”, advierte Chaus en Chernigov, que también comparte 232 kilómetros con Belarús, país aliado del gobierno de Vladimir Putin y por donde empezó la movilización militar rusa en febrero de 2022. El presidente ruso visitó ayer en Minsk a su par bielorruso, Aleksander Lukashenko, y afirmó que la frontera occidental de ambos socios está asegurada “de manera íntegra” con el despliegue de sistemas de defensa, tropas y armas nucleares en territorio bielorruso.
Para los habitantes de Chernigov, una de las mayores sorpresas de la invasión fue la incursión de pelotones bielorrusos, comunidad con la cual aquí mantenían un buen vinculo, cuentan.
Desde 2022, unos 700 civiles murieron, 1400 resultaron heridos y 14.000 objetivos de infraestructura en la región fueron destruidos por la ofensiva rusa, lo que llevó al gobierno local a lanzar un monumental plan de reconstrucción de casas, escuelas y hospitales. El mes pasado, un ataque con misiles mató a 18 personas e hirió a 60 en un edificio de ocho pisos en una zona densamente poblada de la ciudad de Chernigov, que ronda los 285.000 habitantes.
El horror a 20 kilómetros
Solo 20 kilómetros al sur, en una zona rodeada de pinos y álamos, está el pueblo de Yahidne, donde se produjo una de las historias más dramáticas de la ofensiva rusa. Aunque pasaron poco más de dos años, Ivan Polgui, de 64 años, recuerda todo al detalle. Su relato del secuestro masivo de 367 personas –entre ellas 70 chicos– retenidas durante 27 días en un espacio de 197 m2, incluido él junto a toda su familia, aún estremece.
Para la gente de este pueblo ese almanaque registra un período de trauma inimaginable que se extendió desde el 3 al 31 de marzo, con diez civiles muertos por el hacinamiento y las condiciones inhumanas. No había baños, las necesidades se hacían en baldes y los prisioneros –entre ellos un bebé de un año– apenas recibían agua y repollo hervido en pequeños vasos de plástico.
“Nadie sabe qué esperar en una situación semejante. Antes de morir la gente se volvía loca”, cuenta Polgui, que pasó el secuestro sentado en un banco junto a su esposa, dos hijos, sus nueras y dos nietos. “Cada vez que una persona fallecía les pedíamos a los rusos que nos dejaran sacar el cuerpo”, cuenta, mientras muestra el lugar donde eran puestos los cadáveres. Tan poco era el espacio que tenían, incluso sin luz, con falta de oxígeno y temperaturas extremas, que no tenían cómo moverse durante el encierro.
La tragedia marcó para siempre al pueblo, que de los 400 habitantes que tenía solo quedó con menos de la mitad. “Muchos tienen miedo de volver y otros se quedaron sin casas, destruidas por los rusos”.
En una pared blanca y húmeda del sótano de la escuela en Yahidne, en la que trabajaba Polgui, el hombre señala un rudimentario calendario, dibujado con un crayón rojo. También una parte del himno ucraniano escrito en la pared, y otro con las fechas claves del encierro que lo marcaron para siempre: “31 de marzo: nuestras tropas vinieron”.