Una nación bajo Xi: cómo el líder chino está reconstruyendo la identidad nacional

Una fotografía de Gyal Lo, un profesor tibetano de Educación que salió de China y ahora reside en Toronto, de la época en la que enseñaba el idioma tibetano en las escuelas chinas. (Brett Gundlock/The New York Times)
Una fotografía de Gyal Lo, un profesor tibetano de Educación que salió de China y ahora reside en Toronto, de la época en la que enseñaba el idioma tibetano en las escuelas chinas. (Brett Gundlock/The New York Times)

Por los pueblos tibetanos del suroeste de China, las autoridades del Partido Comunista han difundido el evangelio de unidad nacional del líder supremo Xi Jinping: todos los grupos étnicos se deben fusionar en una China indivisible con una herencia compartida que data de más de 5000 años.

Miles de funcionarios en Ganzi, una región tibetana de la provincia de Sichuan, han sido asignados a familias para recolectar información y regalar arroz, aceite para cocinar y retratos beatíficos de Xi: todo para acentuar su mensaje de una identidad china envolvente, desde Sinkiang al oeste hasta la isla disputada de Taiwán al este.

“En el futuro, también seré un miembro de tu familia”, le dijo Shen Yang, el secretario del Partido Comunista en Ganzi —Kardze en tibetano— a una familia, según un periódico local.

El impulso nacionalista detrás de esta campaña cada vez es más central para los esfuerzos de Xi para darle una nueva forma a China, con consecuencias de gran envergadura para la educación, las políticas sociales y la política. Aunque desde hace mucho tiempo los llamados a la madre patria han sido parte del juego de herramientas del partido, Xi ha llevado el imperativo a nuevas alturas, al exigir una “comunidad unificada de nacionalidad china” a manera de bastión contra las amenazas en casa y el extranjero.

Mientras Xi se prepara para reivindicar un tercer periodo innovador en el poder en un congreso del partido que comienza el domingo, en esencia se ha autonombrado el historiador jefe de China que ha escrito una historia —recontada en museos, programas de televisión y semanarios— en la que su agenda centralizadora y autoritaria ha sido representada como una consumación de valores arraigados en la antigüedad.

Según la visión de Xi, toda la gente de China, sin importar su origen étnico, está vinculada a través de lazos culturales que datan de antes de los primeros emperadores. La insinuación es que cualquiera que desafíe las prioridades de Xi también traicionará los valores sagrados y atemporales de China.

En una época en la que Estados Unidos, Rusia, India y otros países han experimentado su propio resurgimiento nacionalista, la visión de Xi también busca inocular a China en contra de las influencias desagradables, en especial de Occidente. En mayo, Xi le dijo al politburó, los 25 funcionarios de más alto rango del partido, que los occidentales a menudo se equivocaban a considerar a China como un Estado nación moderno.

El presidente de China, Xi Jinping, y su esposa, Peng Liyuan, acompañan al presidente Donald Trump y la primera dama Melania Trump en un recorrido por la Ciudad Prohibida en Pekín, el 8 de noviembre de 2017. (Doug Mills/The New York Times)
El presidente de China, Xi Jinping, y su esposa, Peng Liyuan, acompañan al presidente Donald Trump y la primera dama Melania Trump en un recorrido por la Ciudad Prohibida en Pekín, el 8 de noviembre de 2017. (Doug Mills/The New York Times)

“No ven a China desde la perspectiva privilegiada de una civilización de más de 5000 años”, comentó, usando una datación de sus orígenes que se utiliza con frecuencia, pero que es disputada, “por eso les es difícil comprender de verdad el pasado, el presente y el futuro de China”.

En su extremo, la insistencia de Xi sobre una identidad china única ha provocado que académicos y países extranjeros la acusen de genocidio cultural, citando la detención masiva de los uigures y otros grupos en Sinkiang, en su mayoría musulmanes.

Otros esfuerzos de adoctrinamiento están en proceso entre los tibetanos, los mongoles y los musulmanes hui. El mensaje de Xi también está dirigido a Hong Kong y Taiwán, la isla que cada vez se ha vuelto más aversa a las exigencias de unificación de Pekín.

“La identidad cultural es el tipo más profundo de identidad”, les dijo a los funcionarios.

‘La clave es la unidad’

Las reliquias, desenterradas en la provincia suroeste de Sichuan, lucían completamente distintas a todo lo que se había encontrado en China hasta la fecha. Esculturas enormes de unas cabezas con ojos saltones y forma de tubo. Máscaras de oro con orejas élficas. Un árbol de bronce de 4 metros, en apariencia un objeto de adoración.

El sitio de Sanxingdui, uno de los hallazgos arqueológicos más espectaculares de China, se ha excavado desde la década de 1980, pero ha provocado un nuevo estallido de atención en los últimos dos años, después del descubrimiento de 13.000 artefactos más. Muchas de las personas que lo ven se hacen la misma pregunta: ¿qué tienen que ver con China estos objetos de apariencia sobrenatural?

“Creo que Sanxingdui pudo venir de extraterrestres”, opinó Han Zhongbao, un turista que visitaba el museo dedicado al sitio. “Creo que Sanxingdui no tiene ninguna conexión con la cultura china”.

Las autoridades chinas han sido enfáticas al manifestar lo contrario. El gobierno ha promovido las reliquias de más de 3000 años de antigüedad como prueba de que la primera civilización china era más diversa de lo que muchos asumían, pero en esencia cohesiva.

“En ‘la diversidad en la unidad’, la clave es la unidad”, le dijo Sun Qingwei, arqueólogo de la Universidad de Pekín, a Xinhua, la agencia noticiosa del Estado. “La civilización de Sanxingdui es un capítulo de la formación de la civilización china y contiene muchos factores culturales, pero a final de cuentas está integrada en la civilización china”.

Los expertos apuntan a similitudes entre los materiales y las técnicas usados para darle forma a los bronces de Sanxingdui y los que usaron los reinos de la China central, a la cual históricamente se le considera una cuna de la civilización china.

“Mediante esta evidencia científica práctica muy específica, queremos recuperar esas conexiones una por una”, comentó en una entrevista Li Haichao, profesor de Arqueología en la Universidad de Sichuan que encabezó algunas de las excavaciones recientes. “‘La diversidad en la unidad’ no solo es una consigna vacía”.

Sin embargo, otros arqueólogos arguyen que los asentamientos antiguos no apoyan la afirmación moderna de China de ser un Estado unido que data de milenios.

“No había ninguna nación idealizada”, opinó Wang Ming-ke, académico taiwanés especializado en la antigua China que ha estudiado el sitio de Sanxingdui. Las autoridades construyen las historias de origen nacional —en China y en el mundo— para consolidar el poder, agregó. “Y luego dicen: ‘De aquí viene nuestra cultura, nuestra civilización y nuestros ancestros’”.

El gobierno ha aumentado el financiamiento de la investigación arqueológica e histórica. El apoyo proviene de la presión para que los hallazgos de los investigadores reflejen la narrativa oficial. Los proyectos deberían “revelar la formación y el desarrollo de una civilización china diversa, pero a pesar de todo unida”, señala el plan gubernamental de cinco años para la arqueología.

El objetivo es incitar el tipo de orgullo que sintió Nie Yuying, una estudiante de bachillerato de 17 años, cuando visitó el museo de Sanxingdui.

“Muestran la herencia de la cultura china”, opinó Nie sobre las exposiciones.

“La cultura y el arte de Occidente nos han influido con mucha profundidad”, agregó. “Por el bien de nuestro desarrollo futuro y para no olvidar nuestras propias raíces, debemos estudiar el pasado de esta nación”.

Los esfuerzos del gobierno chino se extienden más allá de Sanxingdui. Insiste en que los libros y las exposiciones sobre el Tíbet, Sinkiang y las zonas fronterizas los presenten como partes atemporales de China. Las autoridades arguyen que los vínculos genéticos y lingüísticos entre los tibetanos y los chinos han, el grupo étnico dominante en el país, muestran que incluso las montañas del Tíbet estuvieron unidas a la civilización china hace miles de años.

“En un inicio, la comunidad de la nacionalidad china existió como un fenómeno natural, una esencia natural, y tan solo en ese momento le dimos un nombre”, comentó en una ponencia reciente Li Hui, profesor de Genética en la Universidad de Fudan en Shanghái. “Primero fue la comunidad y solo después llegó cada uno de los grupos étnicos”.

‘Extranjeros en su propio país’

A Gyal Lo le preocupaba cada vez más que esta visión muscular de la nacionalidad china llegara a las ciudades y los pueblos remotos que visitaba con regularidad.

Gyal Lo, un profesor tibetano de Educación, había recorrido China occidental durante décadas, promoviendo entre los administradores, los maestros y las familias tibetanos de ahí que mantuvieran la educación viva en su lengua y cultura nativas. En años recientes, sus esfuerzos, de por sí nunca sencillos, cada vez se volvieron más complicados a medida que las escuelas comenzaron a dar clases casi exclusivamente en chino.

“Una lengua no es solo la gramática”, comentó en una entrevista. “Lleva nuestra cultura”.

Xi ha acelerado a fondo una iniciativa para instilar el idioma y la cultura chinos en las minorías étnicas, de manera más extensa en Sinkiang, pero también entre las etnias tibetanas y mongolas.

Las autoridades de Mongolia Interior, una región del norte de China, detuvieron a padres que protestaban contra el cambio al plan de estudios completamente en chino en 2022. El año pasado, el Ministerio de Educación chino emitió ordenes para que el preescolar para todos los niños de las minorías étnicas fuera en mandarín.

“Durante mucho tiempo, el trabajo étnico de nuestro país puso demasiado énfasis en la particularidad, la cultura y el derecho al autogobierno de las minorías étnicas”, escribió en julio Ma Rong —sociólogo de la Universidad de Pekín que ha defendido desde hace años esfuerzos más firmes para integrar a las minorías— en el Global Times, un periódico propiedad del Estado chino.

El gobierno de Xi ha ascendido a los funcionarios que apoyen ese punto de vista. Este año, designó a Pan Yue para dirigir la Comisión Nacional de Asuntos Étnicos de China. Desde la década de 1950 hasta el 2020, la comisión siempre estuvo a cargo de un funcionario de una minoría étnica. Sin embargo, Pan y su predecesor inmediato son Han y Pan ha aceptado con vigor la idea de una identidad compartida arraigada en el pasado antiguo.

“La civilización china nunca ha sido interrumpida y sus cimientos se encuentran en una gran unidad”, dijo Pan en un discurso del año pasado. “En términos históricos, a China no le ha faltado una diversidad de grupos étnicos y religiones, pero, sin importar cuán diversos sean estos grupos, siempre deben fusionarse en uno pues comparten destinos”.

Gyal Lo es un educador tibetano de 55 años que comenzó sus esfuerzos hace más de dos décadas, cuando el gobierno chino tenía un enfoque más relajado hacia la política étnica y las escuelas de las regiones tibetanas a menudo les enseñaban a los niños en sus propias lenguas locales.

Según Gyal Lo, esperaba que los niños tibetanos pudieran aprender primero su lengua local —el tibetano en realidad es una familia amplia de dialectos— y luego comenzaran a dominar la escritura y el idioma estándar.

Durante el gobierno de Xi, el espacio para las lenguas locales se redujo cada vez más. Las escuelas les exigían cada vez más a sus alumnos que estuvieran educados casi de forma exclusiva en chino. Desde 2016, se ha enviado una cantidad creciente de niños tibetanos, de apenas 4 o 5 años, a internados para acelerar su inmersión en la lengua china, comentó Gyal Lo, quien vio los efectos cuando los niños regresaban por el fin de semana.

“Se sentía como si fueran extranjeros, invitados, en su propio país”, comentó Gyal Lo. “Se mantienen alejados en vez de involucrarse en la conversación y tocar físicamente a sus padres”.

Gyal Lo dejó China a finales de 2020, después de que le fue rescindido su contrato para dar clases en una universidad en la provincia de Yunnan. Dijo que temía que su grupo étnico tibetano y su activismo educativo cada vez lo convirtieran más en un blanco de la sospecha política. Ahora, hace campañas desde Canadá, donde ya había estudiado, para ponerle fin a los internados obligatorios para niños tibetanos en China.

“Durante un tiempo, tuvimos un poco de espacio para tener nuestro propio enfoque”, comentó. “Ahora, podemos hablar de educación escolar en el Tíbet, pero ya no podemos decir que hay una educación tibetana”.

© 2022 The New York Times Company