Nacha Guevara escribe sobre su amigo Harold Prince
Ayer el mago se fue. Durante casi cuatro años, en las noches de insomnio del exilio me entretenía imaginando un momento que era imposible de lograr. Un encuentro con Harold Prince. Lo soñé de mil maneras, lo encontraba en un aeropuerto... lo esperaba a la salida del teatro en Nueva York... le escribía una carta pidiendo entrevistarlo... pero el encuentro ocurrió en Londres, audicionando para Evita. Al llegar al Palace Theatre, a las 2 de la tarde, empecé a temblar de una forma incontrolable. Apareció un inglés muy inglés, de bigote finito y bastante alterado, diciendo: "Como Mr Prince esta de muy malhumor, en lugar de cantar tres canciones como habíamos programado, tendrá que cantar solo una".
"¡¿Perdón?!", exclamé. "Mi querido señor, he estado soñando con este momento desde hace años!, vengo desde España... mande a comprar este traje a París... ¿usted cree que no voy hacer lo que acordamos?", le dije.
Al terminar mi primera canción, luego de un silencio, escucho una voz en la oscuridad diciendo, casi gritando: "¡¿Qué hace una canción como esta en una audición?!" (era "El alegre minuet"). "Cagamos", pensé. Pero muy digna contesté: "Me parece que es una gran canción". Él respondió: "¡Sí!... Y a mí también. ¿Podría cantar otra, por favor?"
Cuando terminé, lo vi a Prince avanzar por el pasillo. El corazón se me detuvo. Me tomó la mano y dijo: "¿Dónde has estado que no te conocía?". Subió de un salto al escenario, me abrazó, y el sueño se hizo realidad.
Hal, como todos lo llamabamos, fue mi mentor, mi consejero, mi maestro y mi amigo. Me hizo parte de su familia al alojarnos a Alberto Favero y a mí en su casa de la 76th Street, dándonos literalmente asilo por dos meses mientras preparábamos nuestro debut en el teatro St James.
En ese tiempo compartimos, comidas, lecturas, música, charlas con invitados notables como Lauren Bacall, Andy Warhol, Kevin Kline o Stephen Sondheim, quien una noche cantó y se acompañó al piano en su primera audición de Sweeney Todd.
Prince, en aquel momento estaba preparando El fantasma de la ópera, su obra maestra, y después de cenar yo solía acompañarlo a su estudio, donde tuve el privilegio de ver y aprender cómo se trabaja con maqueta hasta el más ínfimo detalle, además de presenciar sus ensayos llenos de humor, impaciencia y sabiduría. Fueron tres años mágicos en los que estuve rodeada de talento y de excelencia.
Y el Mago materializo mi sueño en esa noche de diciembre en la que se habló español por primera vez en un escenario de Broadway.
En los últimos años la mediocridad que se ha apoderado del teatro y del cine también lo alcanzo. En nuestra última conversación me dijio con tristeza: "Nacha, ya no nos quieren más en Broadway". Y su luz se fue apagando de a poquito.
Hal, a los creativos, los talentosos, los arriesgados como vos, la muerte los espera para llevarlos de la mano a ese lugar donde serás parte del musical más hermoso jamás representado. Y donde, además, tendrás toda la libertad y el presupuesto celestial a tu disposición.
Amigo, Maestro, Mago, buen viaje. Nos volveremos a ver.