Dos mujeres entre la locura y la utopía: Aurora y Hildegardt Rodríguez

Fotograma de 'La virgen roja' de Paula Ortiz, con Najwa Nimri y Alba Planas en el centro como Aurora y Hildegart Rodríguez, respectivamente. <a href="https://elasticafilms.com/catalogofilms/la-virgen-roja/" rel="nofollow noopener" target="_blank" data-ylk="slk:Elástica Films;elm:context_link;itc:0;sec:content-canvas" class="link ">Elástica Films</a>

Hablemos de dos mujeres, madre e hija. Dos mujeres que resultan particularmente fascinantes tanto por la complejidad de su relación y de sus respectivas personalidades, como por los dramáticos acontecimientos que acompañaron sus vidas.

Ellas son Hildegart Rodríguez y su madre, Aurora Rodríguez. El contexto en que transcurrieron sus años más públicos fueron el de la Segunda República española. Y el de la eugenesia fue el debate intelectual en el que con más fervor participaron… hasta la prematura muerte de la hija a manos de su propia madre y la definitiva deriva mental de Aurora.

Su historia ha alimentado diferentes narraciones cinematográficas y literarias. Próximamente se estrenará La virgen roja, una película dirigida por Paula Ortiz, que evoca este relato.

La eugenesia

La eugenesia puede explicarse como la defensa de que la intervención para la reproducción de determinados rasgos hereditarios en humanos puede mejorar la especie. Esta creencia, desde su mismo origen, vino a tener significados diferentes para personas diferentes. Históricamente, el término ha sido usado para referirse a cuestiones que irían desde el cuidado prenatal de las madres hasta la esterilización forzada y el genocidio.

Un ejemplo del uso perverso de la eugenesia sería el caso del psiquiatra Antonio Vallejo-Nájera, claramente comprometido con los sectores más reaccionarios de la política y la sociedad. El médico la utilizó como excusa para poner en marcha mecanismos de extinción de hombres y mujeres republicanos, para evitar así lo que él llamaba la “degeneración roja”.

Pero también para sectores progresistas anarquistas y de izquierdas la eugenesia era vista como una fórmula para lograr la mejora de la vida de las personas, especialmente de la clase trabajadora, través de la educación sexual y el control de la natalidad. Esa era la apuesta de las dos mujeres, como analizamos en nuestro trabajo sobre ellas.

La madre

Aurora (nacida en Ferrol en 1879 y fallecida en el psiquiátrico de Ciempozuelos en 1955) recibió una escasa formación escolar reglada. Aunque fue una lectora empedernida, sus lecturas eran desordenadas y no dirigidas, y su fuente principal era la surtida biblioteca de su padre. Allí entró en contacto con la obra de los socialistas utópicos –Henri de Saint-Simon, Robert Owen, Charles Fourier– que le fascinaron y cuyas ideas asimiló a su particular manera.

Fotografía en blanco y negro de un niño sobre una butaca.
Fotografía del niño Pepito Arriola, el ‘Mozart español’. Wikimedia Commons

La vida de Aurora está llena de episodios que, sorprendentemente, le salen al paso para reforzar su teoría de que la aplicación de la eugenesia mejoraría la vida de las personas, muy particularmente de la clase trabajadora, y poder ponerlas a prueba. Así, la primera oportunidad vendrá de la mano de su propia hermana, quien tuvo un hijo de soltera. Aurora se hizo cargo de él con gran entusiasmo, enseñándole desde muy pequeño a tocar el piano. Y el niño se convirtió en un prodigio: se llamaba Pepito Arriola, y fue conocido como el “Mozart español”.

Cuando le quitaron la tutela del niño, programó su plan definitivo: crear una niña a la que pudiese moldear a su gusto y convertir en instrumento del cambio social que tanto deseaba. El delirio se iba estructurando poco a poco.

Aurora se puso manos a la obra, y nuevamente la vida le salió al paso. De entre todas las posibilidades, y contra todo pronóstico consiguió su objetivo, tras concebir sin amor, pasión ni placer –según su propia declaración– a una niña, Hildegardt. La niña inmediatamente sería sometida a una educación precoz: a los tres años ya sabía leer, y a los diez hablaba alemán, inglés y francés. Su vida infantil se dedicó al estudio constante, con dos temas prioritarios: la filosofía racionalista y todo lo relacionado con el sexo.

El delirio solo podía ir a más. Sin duda la madre se debía creer poderosa al comprobar cómo ese plan descabellado iba surtiendo efecto y su hija se convertía en una activista reconocida y personaje famoso, especialmente en los primeros años de la segunda República Española.

Cuando Hildegart dió muestras de aspirar a una autonomía personal, que su madre solo pudo interpretar como una traición a su persona y a sus poderosos ideales, la destruyó. Lo hizo bajo la autoatribuida legitimidad de que ella bien podía acabar con aquello que había creado.

Así, el 9 de junio de 1933, Aurora mató de tres tiros a su hija mientras ésta dormía en su domicilio de Madrid. Inmediatamente se entregó a la policía y reconoció el crimen. Ya en la cárcel, y posteriormente en el psiquiátrico, su deterioro mental fue definitivo.

Una mujer de pie al lado de dos hombres junto al retrato de otra mujer más joven.

La hija

Antes de su asesinato, a los 18 años, Hildegardt había alcanzado logros desconocidos para una mujer de su edad. Además de los idiomas antes mencionados, a los 13 años había acabado el Bachillerato y a los 17, tras licenciarse en Derecho, había comenzado la carrera de Medicina.

Lectora de las obras de Carlos Marx, la joven se sentirá atraída por el movimiento socialista, del que finalmente se desengañaría.

Portada del libro _Educación sexual_ escrito por Hildegart Rodríguez en 1931.
Portada del libro Educación sexual escrito por Hildegart Rodríguez en 1931. Wikimedia Commons

Junto a su madre se movió entre ideas anarquistas más o menos claras, y fue elaborando un discurso político que fascinó a no pocas personas en los primeros años de la Segunda República española. Después de todo, era una chica muy joven y a la vez muy madura, tenía muchos conocimientos y mucha soltura para escribir y daba conferencias sobre un tema muy “nuevo”. Porque Hildegart, que se declaraba feminista, alcanzó prestigio internacional en el campo de la sexología. La joven defendía la liberación femenina de toda clase de tabúes y prohibiciones sexuales. Consideraba que este aspecto superaba en importancia a todas las revoluciones que había conocido la humanidad y que contribuiría en mayor medida que ninguna otra a liquidar injusticias.

Sin embargo, en su propia vida no tuvo tiempo para experimentar esta libertad personal y sexual que defendía. Vivió entre la asfixia de una madre más que controladora, con claros signos de demencia, y una proyección y un compromiso político públicos, posiblemente elaborando unos proyectos que nunca pudo llevar a cabo.

Resulta así trágica y contradictoria la diferencia entre las teorías que Aurora y Hildegart habían seguido o elaborado y la realidad de las vidas que tuvieron, mucho más cercanas a la ficción.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation, un sitio de noticias sin fines de lucro dedicado a compartir ideas de expertos académicos.

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