‘La muerte cubana de Hemingway’, una novela de espionaje tropical

En 1942, justo después de que Estados Unidos entrara en la Segunda Guerra Mundial, submarinos alemanes comenzaron a atacar barcos mercantes en aguas del mar Caribe y el Golfo de México. Uno de ellos, el petrolero SS Hagan, fue hundido el 11 de junio de ese mismo año frente a las costas de Cuba. Unos meses antes, la Marina de Guerra de Estados Unidos había pedido a los ciudadanos propietarios de embarcaciones que estuviesen alertas ante la presencia de sumergibles del Tercer Reich. A ese grupo de hombres de mar que respondió al llamado se les conoció como The Hooligan Navy.

Ernest Hemingway, que ya vivía en la finca Vigía, se unió a ellos en la patriótica búsqueda. Solo que lo hizo a su manera. Salió a patrullar en su barco Pilar, sí; pero no para avistarlos, sino para atacarlos con las armas (granadas de mano, explosivos, fusiles antitanques y ametralladoras) que había logrado conseguir a través de su amigo John Thomason Jr., entonces miembro de la oficina Naval de Inteligencia.

¿Cómo pensaba Hemingway enfrentarse a los submarinos alemanes con un barco de madera y una tripulación de pelotaris vascos que supuestamente lanzarían las granadas con sus cestas de mimbre? Quién sabe. Lo cierto es que este fue el contexto histórico que el fallecido escritor Reinaldo Bragado (1953- 2005) escogió para situar la trama de su novela, La muerte cubana de Hemingway (Editorial El Ateje, 2023), publicada póstumamente.

Todo comienza en el momento en que, a consecuencia del mal tiempo, Hemingway debe interrumpir la misión. Contrariado, ordena a Gregorio Fuentes, patrón de su barco, regresar al muelle de Casablanca. Mientras, desde el muro del malecón habanero, “un hombre con guayabera blanca de hilo y calobares con armadura de carey, observaba las maniobras de atraque de la embarcación”.

El hombre, que siguió caminando junto al muro hasta llegar al embarcadero de las lanchitas de Regla, se llamaba Luis Cruz Mandel y era un cubano aspirante a escritor que había sido reclutado por un supuesto comerciante dinamarqués que le pagaba a cambio de información sobre las actividades de Hemingway. Su mundo, como el de muchos de los personajes de Graham Greene, era sombrío y desesperanzador. Vivía solo, bebía mucho whiskey y tenía una amante, Paula, que trabajaba -también por dinero- para Armando, miembro de los servicios de inteligencia de Cuba.

La Habana era entonces una ciudad repleta de espías en la que se vendían pasaportes falsos y se reclutaban informantes, tanto para Alemania como para la Unión Soviética y Estados Unidos. La guerra, aunque lejana, era una dolorosa realidad que todos debían, a su manera, enfrentar. Hemingway y Cruz Mandel no eran la excepción.

Así, en los capítulos que siguen, Bragado utiliza algunos de los más conocidos recursos literarios del género, como el suspense, la intriga y los giros inesperados, logrando que el argumento resulte, a pesar de su fuerte carga de ficción, plausiblemente creíble. En algunos de ellos, buscando otorgarles profundidad a sus personajes, describe a fondo sus personalidades. Y todos, quizás con la excepción de Armando, el excéntrico y colorido agente del gobierno cubano, son seres atormentados por infancias infelices y secretos de familia, pero con un oculto deseo de encontrar un camino mejor para sus vidas.

Una gran parte de la novela está escrita en tercera persona por un narrador omnisciente que, no solo puede describir los históricos escenarios de La Habana con gran detalle, sino que también puede, salvando escollos de estructura, hacer avanzar la trama con fluidez cinematográfica. Algunos segmentos, no obstante, están contados en las voces de Luis y Paula, lo que permite al lector conocer mejor sus motivaciones para, a la vez, comprender sus acciones. Sobre todo, las emprendidas cuando les ordenan matar a Hemingway.

La escena final está montada en secuencias cortas pero alternadas entre el restaurante Floridita, donde se produce el atentado, y el edifico del Centro Asturiano, desde donde le disparan al escritor.

La muerte cubana de Hemingway es una estupenda novela; de gran complejidad psicológica. Está escrita con mucho oficio: prosa limpia, descripciones detalladas, diálogos creíbles y una adecuada secuencia narrativa. Es, quizás, la mejor novela de Reinaldo Bragado. Qué triste que no haya podido verla publicada. Le habría gustado tanto.