Moscú en el Mediterráneo: una guerra lejana transforma una ciudad turística turca

El paseo marítimo de la ciudad turística de Antalya, Turquía, el 20 de diciembre de 2022. (Sergey Ponomarev/The New York Times).
El paseo marítimo de la ciudad turística de Antalya, Turquía, el 20 de diciembre de 2022. (Sergey Ponomarev/The New York Times).

ANTALYA, Turquía — El heladero se preguntaba hasta qué punto la guerra de Ucrania había cambiado su vecindario.

Tantos rusos se habían mudado a Antalya, una ciudad turística del sur de Turquía, que el precio de las viviendas de las familias locales estaba aumentando hasta desplazarlas. Los espacios de trabajo conjunto, las peluquerías y otros negocios rusos estaban usando carteles en su propio idioma para anunciar sus servicios.

Era evidente que los rusos superaban en número a los turcos en el parque donde trabajaba el heladero: empujaban a sus hijos en los columpios, hacían videoconferencias desde las bancas del parque con personas en lugares lejanos y, por suerte, compraban muchos helados.

“De pronto, una mañana nos despertamos y ya no escuchamos ninguna palabra en turco. Todo es ruso”, afirmó el vendedor, Kaan Devran Ozturk, de 23 años. “Los turcos se sienten extranjeros en su propio país”.

La invasión rusa de Ucrania ha provocado la huida de un gran número de personas de ambos países y decenas de miles han ido a parar a esta ciudad histórica de la llamada Riviera turca, donde se están instalando mientras el conflicto continúa en su país.

Entre ellos hay desertores de ambos bandos de la guerra y rusos que disienten con su gobierno, así como opositores a la guerra o personas que les temen a los problemas económicos en su país y han aprovechado la apertura de las fronteras de Turquía y los requisitos de residencia relativamente fáciles para empezar una nueva vida en un clima más cálido y soleado.

Compradores en un mercado abierto en la ciudad turística de Antalya, Turquía, el 20 de diciembre de 2022. (Sergey Ponomarev/The New York Times).
Compradores en un mercado abierto en la ciudad turística de Antalya, Turquía, el 20 de diciembre de 2022. (Sergey Ponomarev/The New York Times).

Aunque desde hace mucho tiempo los rusos han viajado en masa a las playas de Antalya para pasar las vacaciones de verano, y algunos viven aquí todo el año, la afluencia y su presencia en barrios donde antes no se les veía han aumentado de manera drástica este año.

Los rusos han aportado a Turquía muchas de las divisas que tanto necesita, lo que ha ayudado a mantener a flote su economía, pero sus nuevos vecinos turcos se quejan de la subida vertiginosa de los precios de la vivienda y se preguntan cuánto tiempo se quedarán estos nuevos residentes, lo cual podría alterar el tejido social.

“Como ya están establecidos, son visibles”, comentó Ismail Caglar, director de una asociación inmobiliaria de Antalya. “Pasean por la playa con sus hijos. Se sientan en una cafetería con ellos. Están por todas partes”.

Caglar dijo que la magnitud de la afluencia de este año ha hecho que los precios de la vivienda se tripliquen y ha permitido a los agentes inmobiliarios rusos cobrarles a los propietarios, en su mayoría rusos, tarifas desorbitadas y dejar fuera a sus competidores turcos.

“La gente cree que son turistas y que se irán después de la guerra”, afirmó. “Yo no lo creo, porque Antalya es como el paraíso. ¡Mira nada más el clima! ¿Dónde hay un clima así en Rusia?”.

En septiembre, el gobernador de la provincia de Antalya, que incluye la ciudad y sus alrededores, declaró que el número de habitantes extranjeros en su jurisdicción era más del doble que hace dos años, hasta superar los 177.000. Entre ellos había más de 50.000 rusos y 18.000 ucranianos.

En noviembre, los extranjeros compraron más de 19.000 propiedades en la zona, la cifra más alta en Turquía después de Estambul, cuya población es cinco veces superior.

Para limitar su concentración, las autoridades turcas cerraron 10 vecindarios de Antalya a los nuevos residentes extranjeros, lo que los ha desplazado hacia otras zonas de la ciudad.

Los monumentos, la arquitectura y las ruinas de Antalya reflejan más de 2000 años de historia: griega, romana, bizantina y otomana, entre otras. La presencia de tantos rusos está cambiando la ciudad de nuevo, pues hace que algunas zonas parezcan un Moscú en el Mediterráneo. Los rusos abarrotan los centros comerciales, corren y andan en bicicleta por los paseos marítimos, ocupan los asientos en Starbucks y llevan sus cestas de la compra a los mercados al aire libre para abastecerse de productos agrícolas turcos.

En ocasiones, en medio de la mezcla de turcos, rusos y ucranianos, han surgido tensiones. Han aparecido carteles de origen desconocido que llaman asesinos a los rusos y les dicen que se vayan a casa. Algunos ucranianos usan brazaletes con la bandera y vándalos no identificados han desfigurado en repetidas ocasiones las estatuas de la muñeca matrioska rusa que hay en un parque público dedicado a la amistad entre rusos y turcos. En fechas más recientes, más de 14.000 personas firmaron una petición en internet que pedía que se prohibiera la entrada de extranjeros en el mercado inmobiliario de Antalya.

No obstante, en su mayor parte, las comunidades han forjado una coexistencia viable.

Desde el púlpito de la iglesia ortodoxa de San Alipio, en el casco antiguo de Antalya, el reverendo Vladimir Rusanen, decano de la iglesia, ha intentado mantener el rencor europeo fuera de su congregación, constituida por un 60 por ciento de rusos y un 35 por ciento de ucranianos.

“Tenemos familias en las que han muerto personas en ambos bandos de esta guerra”, dijo Rusanen en una entrevista, y añadió que hay muchos otros lugares donde la gente puede hablar del conflicto.

“La iglesia es un hospital espiritual donde la gente sana”, aseveró. “No está construida para traer el discurso político al santuario”.

La mayoría de los rusos son sinceros sobre las razones por las que se trasladaron a Turquía.

“Todos entendemos por qué estamos aquí”, señaló Igor Lipin, quien, a sus 32 años, afirmó que, de haberse quedado en Rusia, lo habrían reclutado para luchar o lo habrían metido a la cárcel.

“Aquí hace mucho más calor que en Siberia”, afirmó.

Hablaba dentro de un centro comercial de lujo donde resaltaba el cabello rubio brillante, la piel pálida y la vestimenta a menudo impúdica de los compradores rusos. Una pareja de mujeres rusas se turnaba para oler frascos de perfume en una tienda; un hombre con chamarra de cuero fotografiaba a su acompañante, quien iba muy maquillada y con ropa muy reveladora; una pareja rusa paseaba con los brazos cargados de bolsas de la compra.

Los turcos se indignaron al ver a los rusos comprando con despreocupación productos que la mayoría de la población local no podría permitirse.

Mehmet Cetinkal, estudiante universitario, dijo que trabajaba seis días a la semana por un salario mensual de unos 320 dólares. Compartía un departamento de una habitación con otros dos estudiantes para poder pagar el alquiler, pero hace poco su casero les había pedido que se marcharan para poder subir el precio.

“Siento que les entregamos Antalya”, afirmó Cetinkal, de 25 años. “Siento que ahora existimos para servirles a los rusos”.

c.2022 The New York Times Company