El mito revolucionario
DE TIEMPO Y CIRCUNSTANCIAS
Mi padre nació en Durango, en medio de una batalla y en medio de la Revolución. Mi abuelo andaba con Pancho Villa. No se hizo villista por seguir a Madero ni por liberar a México de la tiranía. Se metió a la bola para escaparse de los demás grupos armados.
Mi abuelo vivía en un pueblo de Jalisco. Su papá era jefe de la policía, y alguno de los grupos combatientes tomó el pueblo. El bisabuelo supo que venían a invadir y sabía que lo primero era apresar a las autoridades. Así que don Eliseo —así se llamaba mi venerable antepasado— se esfumó. Cuando los invasores buscaron al jefe policiaco, por supuesto que no lo encontraron; alguien les dijo dónde vivía su hijo y se llevaron a don Salvador —así se llamaba mi abuelo— al bote para sacarle el paradero de su padre.
Un buen día llegaron los villistas. A sangre y fuego tomaron la plaza y lo primero que hicieron fue abrir las cárceles. Mi abuelo agarró su fusil, y al grito de “¡vámonos con Pancho Villa!” se hizo revolucionario.
Esto lo traigo a cuento porque estamos en vísperas de conmemorar la Revolución. En días recientes leí un artículo de un escritor, Francisco Martín Moreno, quien en su defensa del INE se ocupó tangencialmente de la Revolución. Una de las frases del artículo dice:
“En 1920 Carranza intentó el Maximato a través de Ignacio Bonillas. ¿Resultado? Fue asesinado en Tlaxcalantongo… al violar el principal postulado de la Revolución: sufragio efectivo, no reelección”.
Difiero de la opinión de don Francisco. A mi entender, la Revolución Mexicana se dio por una perversa combinación de factores y una celada que nos pusieron los estadounidenses. Pero no por defender ideales.
UN PRIMER CAMBIO POSITIVO
Macario Schettino, en su libro 100 años de confusión, hace un análisis cuidadoso de la situación de México en el centenario de la Independencia. De 1887 a 1910 el cambio que había vivido el país era positivo e intenso. La economía había crecido en un 50 por ciento, y la producción manufacturera, a más del doble. Las vías ferroviarias habían aumentado en un 1,000 por ciento al pasar de 2,000 kilómetros a más de 20,000. En contraste, los años previos a Díaz, desde la Independencia hasta la República Restaurada, la economía del país se había contraído. De manera que el progreso había sido una constante. Schettino establece una tesis razonable y afirma:
“Lo que llamamos Revolución Mexicana no es si no una construcción cultural realizada por los ganadores de la larga secuencia de guerras civiles que vivimos entre 1910 y 1935”. Es decir, después de una matazón que había durado 25 años teníamos que buscar un marco conceptual que le diera sentido a esa sinrazón.
En 1910 México surgía como un competidor internacional serio. El surgimiento de un país en vías de desarrollo, emanado de los salvajes del sur, era, además de una sorpresa, una piedra en el zapato para los yanquis. Los agravios de la guerra de Texas estaban recientes, y si los mexicanos cobraban fuerza económica, industrial y militar quien sabe qué problemas les podrían dar.
Por otro lado, Estados Unidos ya recelaba de don Porfirio, que no lo había apoyado en su política contra Nicaragua, había nacionalizado los ferrocarriles, que estaban en manos de estadounidenses, y estaba dando las concesiones del petróleo a compañías inglesas y holandesas.
DINERO Y ARMAS CONTRA DÍAZ
Desestabilizar al gobierno de Díaz de manera alevosa iba contra la imagen de defensores de la libertad y la democracia que los gringos pretendían en el concierto internacional. Cuando Madero huyó a Estados Unidos en busca de apoyo, su grito de auxilio fue música para los oídos estadounidenses, que de inmediato recibieron a su enviado: don Ernesto Fernández de Arteaga. El encargado de atenderlo fue el secretario de Estado del presidente William Howard Taft: Philander C. Knox, quien le dio las instrucciones para obtener dinero, armas y pertrechos.
Madero tenía a Villa y a Orozco apalabrados en el norte para iniciar la batalla. Solo le faltaba dinero, municiones y armas. Los yanquis, al proporcionárselas, completaron la ecuación revolucionaria.
Hagamos un recuento del proceso en el que quedamos inmersos durante ese tiempo. Como ya dijimos, el país había progresado lo que durante 50 años no pudo hacer. El gobierno de Díaz era de corte liberal y pragmático. Pactó con los líderes ofreciendo, a cambio del poder político, una serie de concesiones que les permitirían enriquecerse. El ferrocarril vino a completar la ecuación virtuosa, pues abrió los mercados, se multiplicaron las ventas y, con ello, las ganancias. Sin embargo, la desigualdad creció, y si bien todos estaban mejor que antes, en algunos lugares las desigualdades se acentuaron dolorosamente.
LAS DECLARACIONES DE DON PORFIRIO
El detonante de la inconformidad no fue ni la libertad, ni el agrarismo, ni el movimiento obrero, sino unas declaraciones de don Porfirio. El dictador le dijo a un periodista estadounidense, James Creelman, que ya era hora de que México entrara de lleno a la democracia. Estas declaraciones hicieron a los grupos políticos del norte abrigar la esperanza de que su candidato, el Gral. Bernardo Reyes, se convirtiera en el sucesor de Díaz. El torpe manejo político que el Gral. Díaz dio a la situación evidenció que su tiempo había terminado. Era hora de pasar la estafeta, pero Díaz se negó, y no solo eso, pues además humilló a Bernardo Reyes quitándole el gobierno de Nuevo León y exiliándolo en Europa. Con ello, las huestes de Reyes se fueron con Madero.
Madero, por su parte, fue un admirador de Díaz, pero el desprecio que el dictador le manifestó convirtió la admiración de don Francisco en decepción y decidió refundar el Partido Antirreeleccionista. Educado en Estados Unidos, asimiló los mecanismos de promoción política del vecino del norte y viajaba de ciudad en ciudad promoviendo su partido con un abogado, Roque Estrada, así logró clubes adeptos que se sumaran a su movimiento.
Cuando le dijeron a don Porfirio la fuerza que estaba cobrando Madero, decidió tomar cartas en el asunto. Sus esbirros entendieron que había que apresar a Madero y lo encarcelaron en San Luis. Díaz, al saberlo, mandó que lo liberaran y Madero se escapó a San Antonio, Texas. Ahí elaboró su plan de San Luis, que era un manifiesto de cuándo, cómo y para qué había que levantarse en armas contra el dictador.
20 DE NOVIEMBRE, DÍA DE LA REVOLUCIÓN
La fecha era el 20 de noviembre a las seis de la tarde. Madero esperaba que los clubes antirreeleccionistas se levantaran todos en armas ese día y a esa hora. Pero estos clubes, el 20 de noviembre brillaron por su ausencia. Cuando el Plan de San Luis se publicó todo el mundo sabía el día y la hora en que se iniciaría el conflicto. Así, Madero le resolvió a la policía el problema fundamental de saber cuándo comenzaban las hostilidades, y el gobierno se preparó. Los núcleos antirreeleccionistas eran bien conocidos y fueron neutralizados.
A finales de noviembre Madero estaba desesperado. Friedrich Katz, académico austriaco-estadounidense especializado en historia de México, relata: Madero reunió a su gente y les dijo: bueno, hemos fracasado, yo los llevé a una aventura que no tenía sentido; aquí tienen algún dinero para que empiecen una vida nueva.
Sin embargo, el gobierno se ocupó de los grupos en el centro, pero no de los del norte y en Chihuahua se levantaron Pascual Orozco y Pancho Villa con una fuerza que nadie anticipó, pues contaban con las armas y pertrechos que les enviaron los estadounidenses. De este modo los bandos del norte iniciaron la guerra.
Cuando Madero se enteró del éxito de esa campaña se trasladó a Chihuahua. El gobernador no pudo contener a los alzados y Díaz mandó a su ministro de Hacienda, José Yves Limantour, a negociar.
Mientras todo esto sucedía, Zapata, en Morelos, que había leído el Plan de San Luis, quedó impactado por el párrafo en el que se prometía la devolución de tierras y se levantó en armas. Comenzaron a surgir levantamientos en apoyo al Plan de San Luis por varios frentes con grupos que ni siquiera conocían a Madero y sobre los cuales el propio Madero no tenía ningún control.
SERES HUMANOS CON ACIERTOS Y ERRORES
De lo que sigue a continuación se habla poco, pues los héroes de nuestra historia son seres angelicales con halos de perfección. La realidad es que fueron seres humanos capaces de cometer errores, y los errores de Madero lo llevaron a la tumba.
Retomando lo de las negociaciones de Yves Limantour veremos que a su llegada a Chihuahua se percató de la situación, y le comunicó a don Porfirio que Madero tenía el apoyo de los estadounidenses y que estos ya habían mandado efectivos a la frontera para invadir México apoyando a Madero. Ahí se comenzó a evaluar una salida decorosa que terminó negociando la renuncia y el exilio del dictador. En las negociaciones quedó como presidente interino Francisco León de la Barra, a la sazón ministro de Relaciones Exteriores de Díaz.
Madero le ofreció a Limantour la cartera de Hacienda; pero esto se interpretaría como una traición al Gral. Díaz y José Yves Limantour no aceptó. León de la Barra entregó los bártulos del poder a Francisco I. Madero el 6 de noviembre de 1911. Madero recibió al gobierno de Díaz con los funcionarios de don Porfirio y sin hacer mayores cambios se quedó a gobernar con la gente leal a Díaz, olvidándose de dar espacios de poder a los verdaderos luchadores de la Revolución; se quedó con los grupos reyistas y dejó colgados a sus leales. Esto los convirtió de inmediato en desleales y la mazorca comenzó a desganarse en Morelos, donde a dos semanas de Madero tomar el poder se levantó Emiliano Zapata. Poco después Orozco se rebeló en Chihuahua y, con él, todos los líderes del estado, menos Villa.
MADERO PUSO A TODOS EN SU CONTRA
En su libro, Schettino narra que Madero logró reunir a todos en su contra: al régimen porfirista, a los rebeldes que lo apoyaron, a la prensa y hasta la opinión pública estaba en su contra. La situación económica se agravó, pues Estados Unidos entró en recesión y el hambre sentó sus reales. Se dieron un sinnúmero de levantamientos; Madero, para ejercer el control, mandó al ejército, con Victoriano Huerta como secretario de Guerra, a sofocar rebeldes.
La historia entre Huerta y Madero merece un relato aparte. Huerta era un general porfirista que creía, a pie juntillas, que lo que México necesitaba era la mano fuerte de don Porfirio y la evidencia reafirmaba su creencia. De modo que su lealtad a don Porfirio era incuestionable.
Antonio Garci nos dice en su último libro, Ideotas presidenciales, que cuando Díaz renunció, Huerta renunció al ejército, pero Madero no le aceptó la renuncia y le encomendó que escoltara a don Porfirio hasta Veracruz. Al cabo de esta misión, Huerta renunció otra vez, y de nuevo Madero no aceptó la renuncia; al contario, lo mandó a combatir a su antiguo aliado, Pascual Orozco, aquel que había tomado Ciudad Juárez en lo que fue una batalla decisiva para la causa maderista.
Huerta tuvo diferencias con Villa. Villa le robó unos caballos. Huerta lo apresó y ordenó que lo fusilaran. Pero Madero mandó un indulto y Villa salvó el pellejo. Huerta, irritadísimo, renunció por cuarta vez y Madero lo puso a perseguir a Zapata. Garci, con su peculiar estilo, dice que no puede entender cómo ante tantas renuncias Madero no se percató de que Huerta lo detestaba.
HUERTA, EL TRAIDOR
La lealtad por don Porfirio fue una constante en Huerta que incluso tuvo reuniones con grupos de inconformes para derrocar a Madero. Aquí es menester decir que el descontento de la gente anunciaba que antes o después el presidente sería derrocado por su incompetencia.
Henry Lane Wilson, quien en un principio simpatizó con Madero, al ver que la inconformidad crecía y amenazaba en convertir al país en un polvorín decidió que Huerta era el hombre fuerte y negoció con él un golpe de Estado. Finalmente, Huerta tenía todo para traicionar a Madero, y lo traicionó. Los inconformes sumaban miles, y el 19 de febrero de 1913 el Gral. Manuel Mondragón se sublevó. Para hacerlo, liberó de prisión al Gral. Bernardo Reyes. Madero por supuesto que le encargó la defensa a Victoriano Huerta, y al hacerlo firmó su sentencia de muerte.
Huerta primero hizo como que defendía al gobierno mientras mandaba a las tropas fieles al gobierno a morir bajo la artillería de los alzados. Luego, cuando avizoró la derrota gubernamental, mandó apresar a don Francisco I. Madero junto con su vicepresidente, José María Pino Suarez. Obligó a ambos a firmar su renuncia con la garantía de que se respetaría su vida. El embajador de Cuba fue testigo de la negociación y se cercioró de que Madero y Pino Suarez partieran con rumbo a Veracruz para luego embarcarse hacia su país. Pero Huerta no sabía hacer prisioneros y a medio camino el mayor Francisco Cárdenas hizo descender del vehículo a Madero y a Pino Suárez para acribillarlos y darles el tiro de gracia. La versión oficial fue que intentaron huir y hubo que matarlos.
TODOS CONTRA TODOS
Lo que pasó después no deja de ser interesante. Huerta subió a la presidencia y designó un gabinete de primer orden, pero al conocerse que asesinó de manera artera a Madero, la gente se indignó. Venustiano Carranza se levantó en contra de Huerta y la Revolución se convirtió en una guerra de todos contra todos. El embajador estadounidense, al ver el lío que había armado, sacó las manos del conflicto y nos dejó por imposibles. Sin embargo, vistas las cosas a la distancia, don Henry midió mal la situación y se fue por incompetente.
Los ánimos estaban caldeados. Cada que alcanzábamos un remanso de paz surgía alguien buscando el poder por medio de las armas. En una guerra constante, a Carranza lo mata Obregón; a Obregón lo mata Calles; y a Calles, su amigo Dwight W. Morrow, que es el embajador estadounidense —otra vez los yanquis—, le aconseja que para evitar que lo maten haga un partido hegemónico que reúna a todos los generales con fuerza militar y vayan cediendo el poder cada cuatro años sin posibilidad de reelegirse. Así todos cuidarían de mantener la paz y esperaran su turno para enriquecerse y nació el PNR, que habrá de convertirse en PRM y, luego, en el PRI.
Con el PNR se dan las primeras elecciones amañadas del nuevo régimen. Pascual Ortiz Rubio fue el primer presidente electo y recién investido como presidente sufrió un atentado. Un balazo le atravesó la quijada sin poner en riesgo su vida.
LÁZARO CÁRDENAS, EL ESTABILIZADOR
Ortiz Rubio a la mitad de su periodo presidencial renunció y el poder quedó en manos de Abelardo L. Rodríguez en un interinato, para ceder el poder al Gral. Lázaro Cárdenas, quien al final ganó la justa al formar el corporativismo, pacificar al país y determinar de una vez por todas el esquema del Partido Revolucionario que habría de gobernarnos por 76 años más con la misma idea con la que nació. Todos los grupos esperaban pacientemente su turno para enriquecerse.
Haciendo un recuento podemos dividir el movimiento, como sugiere Schettino, en tres fases. La primera Revolución, que enfrenta a Madero con don Porfirio, y en la cual los yanquis juegan un papel a trasmano. La segunda parte en la que los yanquis se descaran y apoyan a Victoriano Huerta para dar un golpe de Estado lleno de traiciones políticas e inmundicia moral. Y la tercera parte, que fue una guerra de todos contra todos donde el poder era el motor que movía a la maquinaria de guerra y termina con la creación del sistema corporativista.
El cuento del “sufragio efectivo, no reelección” se cae solo ante la dictadura de partido donde la reelección dejó de ser la de un hombre para convertirse en la de un partido. Así, la tesis de que “lo que llamamos Revolución Mexicana no es sino una construcción cultural realizada por los ganadores de la larga secuencia de guerras civiles que vivimos entre 1910 y 1935” cobra fuerza.
Por causas ajenas a mi voluntad, una enfermedad me ha puesto en reposo y aproveché el fin de semana para leer los libros 100 años de confusión, de Macario Schettino, e Ideotas presidenciales, de Antonio Garci. Recomiendo estos libros ampliamente.
VAGÓN DE CABÚS
La manifestación a favor del INE ha sido la fehaciente demostración de que la democracia en México está viva y el presidente López Obrador la quiere matar. México salió a manifestarse y manifestó que ama la democracia. El presidente se distingue por no escuchar a nadie más que a sí mismo. ¿Podrá ignorar un manifiesto de esta magnitud? N
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Salvador Casanova es historiador y físico. Su vida profesional abarca la docencia, los medios de comunicación y la televisión cultural. Es autor del libro La maravillosa historia del tiempo y sus circunstancias. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad del autor.