Día de la Mujer: el concurso de Miss Mundo que terminó en un boicot feminista con 100 millones de espectadores
Millones de espectadores siguieron por televisión la llegada del Apolo 11 a la Luna en 1969. El mundo entero vivió desde sus casas, a color o en blanco y negro, lo que sucedía mucho más allá de los cielos, cuando Neil Armstrong dijo aquello del gran salto para la humanidad.
Menos recordado fue otro gran salto para la humanidad que se dio el año siguiente. El escenario, bastante diferente del paisaje lunar, era el Royal Albert Hall de Londres. Allí se desarrollaba el concurso Miss Mundo, donde las participantes debían mostrarse en la pasarela del derecho y del revés, frente al atento escrutinio del jurado.
El copresentador del evento, el célebre comediante Bob Hope, no tuvo mejor idea que comparar el concurso con una selección de ganado y, sin saberlo, encendió la mecha de una protesta de activistas por la igualdad de género que fue seguida, igual que la llegada a la Luna, por una audiencia de más de 100 millones de espectadores de todas las lenguas.
Si el viaje del Apolo 11 simbolizó la conquista del espacio, la protesta del Albert Hall fue un gran símbolo de la conquista del espacio de la mujer en la vida pública y privada, en un mundo sobre el cual no tenían control.
En solo unos minutos, un puñado de convencidas activistas humillaron al arrogante presentador y pusieron en tela de juicio todo el concepto del concurso de belleza, metáfora de la categoría de segunda asignada a las mujeres.
Todo esto fue llevado al cine en la película Miss Revolución (Misbehavior, el título original en inglés), ahora disponible en Netflix, basada en una historia real que relata los entretelones de esa jornada épica. Una jornada cuyas consecuencias reverberaron durante años y contribuyeron a la ampliación de derechos y a un acercamiento, siempre inconcluso, a la igualdad de oportunidades de la mujer.
“Cuando se dice que esa protesta fue una marca para la lucha contra el patriarcado es porque la visión de las mujeres en el esquema patriarcal es que somos adornos, somos cuerpos, no interesa más nada. En este sentido, los concursos son lo máximo, porque es la competencia de los cuerpos y lo que hay más allá no vale nada. Estar contra esto es ir al corazón de cómo se nos considera”, dijo a LA NACION la médica y activista Mabel Bianco, presidenta de la Fundación para Estudio e Investigación de la Mujer (FEIM).
Como el proyecto Apolo, la intrépida aventura del Albert Hall también tuvo sus preparativos. El objetivo era promover con una medida de impacto el movimiento de liberación de la mujer. Sobre todo, enrostrarlo al mundo masculino, reacio a los mensajes que contrariaran sus privilegios. Pero también al mundo femenino, sometido, a veces sin saberlo, a un caudal de intereses ajenos.
El método sería irrumpir en la expresión más representativa de ese sometimiento, un concurso de belleza que se catalogaba como “entretenimiento familiar”. “Pensamos que sería una buena manera de poner los temas sobre la mesa, porque sabíamos que la cifra de espectadores sería alta”, dijo Sally Alexander, una de las manifestantes más destacadas de la protesta al diario británico The Guardian.
“No teníamos nada contra las concursantes. Nuestro argumento era: ¿Por qué tenemos que ser hermosas para ser tenidas en cuenta como mujeres?”, dijo en otra entrevista con la cadena BBC. Sally es la figura principal de la película, donde se la ve como una activista que quiere cambiar las cosas desde el ámbito académico, con la razón, la cultura y la inteligencia de su lado como elementos de persuasión. Pero pronto descubre que con eso no basta, y termina incorporando a su arsenal soluciones más disruptivas y de alcance masivo.
Entre los millones de espectadores también los había de América Latina, bastante lejos de las reivindicaciones de género de los países centrales. En Estados Unidos, esa lucha se enmarcaba en la revuelta por los derechos civiles comenzada en la década anterior, que cristalizó en las marchas y protestas contra la guerra de Vietnam.
“En esa época la lucha por los derechos de las mujeres estaba en pleno desarrollo en los países del norte”, recordó Mabel Bianco. “El feminismo se va dando por olas, y en ese momento estaba marchando a pleno en Estados Unidos y los países desarrollados. Acá fue mucho más lento”.
Y si había (sigue habiendo) ciudadanas de segunda, también las había incluso de tercera. La película de la directora Philippa Lowhorpe tiene entre sus personajes centrales a dos mujeres negras, concursantes de Granada y de Sudáfrica, que en la intimidad se animan a confesar sus pesares como miembros de lo más bajo de la escala social de sus países, doblemente discriminadas por su sexo y su color.
Bob Hope queda retratado como el epítome del macho dominante y pretendidamente seductor. Y también está claro el punto de vista del organizador del concurso, Eric Morley, con una actitud distinta a la de Hope, más bien paternalista, pero igual de negado a reconocer cualquier valor a las participantes, más allá de las medidas de bustos y caderas. Lo único que motiva a Morley es que el show, al que se entrega con alma y vida, salga a la perfección, y con ese fin les enseña a las chicas cada uno de los movimientos que deben hacer, cómo deben mirar a las cámaras, cuándo deben sonreír, dónde deben caminar.
Del otro lado del ring, las activistas por los derechos de las mujeres. Y en el medio, las concursantes del certamen, cada cual con su sueño particular. Muchas veían la chance de consagrarse como máxima belleza mundial como una forma de ascenso social, inaccesible por otras vías, y en todo caso más difícil de conseguir para cualquiera de ellas que para un hombre del montón. Si quieren ser algo en la vida, se dicen entre sí, el camino es la corona.
Pasado el tiempo, fueron miles, millones las mujeres en todo el mundo que pudieron acortar distancias gracias, en parte, a la protesta del Albert Hall. Ese día clave, las activistas compraron entradas como cualquier espectador, se distribuyeron prolijamente entre palcos y plateas y asistieron azoradas, conteniendo su repulsión, al desarrollo del espectáculo. Esperaban su momento.
Keira Knightley, la actriz que interpretó a Sally Alexander, conversó con la verdadera Sally antes del rodaje de la película en Londres y tomó conciencia de la escala del desafío que debieron superar. “Ese concurso era el programa de televisión más visto del mundo, era más importante que los Juegos Olímpicos, así que realmente pude entender lo nerviosas que debían estar”, le dijo Knightley al sitio Cinema Blend.
Qué pasó después
¿Y qué pasó con Bob Hope, tomado por sorpresa mientras todo daba vueltas a su alrededor? Helen Berryman, la directora de un documental de la BBC sobre el mismo acontecimiento, sostuvo que su actitud como anfitrión en esa velada había sido “escandalosa, sexista, hablando de mercado de ganado”. Hasta que las activistas feministas se levantaron de sus asientos y al hombre se le vino la noche.
“Hope no estaba acostumbrado a enfrentarse a nadie que no pensara que era genial. Creo que todo el asunto probablemente fue un gran shock para él. Estaba inmerso en un mundo que era muy diferente, cuando podía salirse con la suya diciendo ciertas cosas, y tal vez 1970 fue el año en que ya no pudo más”, dijo Berryman.
Hope era el rey de la comedia, una celebridad en Estados Unidos desde la década del treinta. Triunfaba en los escenarios, en radio y televisión. Alentaba a las tropas en Vietnam. Pero su humor, y, más aún, su mirada del mundo, no se adaptó a los tiempos. Si bien continuó teniendo miles de admiradores, su tono conservador lo distanció de las nuevas generaciones. El comediante murió en 2003, a sus 100 años.
Sally Alexander, en cambio, fue la contracara en todo sentido del descendente comediante. Estuvo a la vanguardia del movimiento feminista. El mismo año del concurso ayudó a organizar la primera conferencia nacional del Movimiento de Liberación de la Mujer. Publicó numerosos libros sobre la emancipación de la mujer, contribuyendo desde la academia a la lucha por la igualdad de derechos, y desde 2018 ha sido profesora emérita de Historia Moderna en la Universidad de Londres.
Las denuncias a viva voz, corridas, matracas, bombas de harina y pistolas de agua que salieron de bolsos y carteras donde estaban escondidas, transformaron el concurso en un acto de reivindicación fulminante como un rayo. Duró unos minutos, hasta la intervención de la policía. Pero la audacia, determinación y originalidad de la protesta fue tan grande y tan gloriosa que, pasado más de medio siglo, sigue mereciendo el aplauso.
“Basado en hechos reales” es una serie de notas que describe el contexto histórico detrás de ficciones internacionales. En este link podrás acceder a todos los artículos.