La misión de desenterrar los superpoderes secretos de los hongos

PARQUE NACIONAL ALERCE COSTERO, Chile — Toby Kiers dio grandes zancadas por el esponjoso suelo forestal, sintió una descarga de adrenalina en las venas y se detuvo justo en el sitio para el que había viajado desde tan lejos. Metió un cilindro vacío de metal en la tierra. Sacó una cucharada de barro.

Kiers metió la nariz en la tierra, inhaló su aroma, imaginó los secretos que tenía para ayudarnos a vivir en un planeta más caliente. “¿Qué hay debajo de aquí?”, preguntó. “¿Qué misterios se van a revelar?”.

Depositó el barro en una bolsa plástica transparente, luego la etiquetó con las coordenadas precisas de este lugar en la Tierra.

Kiers, de 45 años, una bióloga evolutiva radicada en la Universidad Libre de Ámsterdam, está en una nueva misión. Está rastreando un universo enorme y poco comprendido de hongos subterráneos que pueden ser vitales, desde su punto de vista, para la era del cambio climático.

Algunas especies de hongos pueden almacenar niveles excepcionales de carbono debajo de la tierra, donde lo mantienen sin aire y evitan que se caliente la atmósfera de este planeta. Otros ayudan a las plantas a sobrevivir sequías brutales o defenderse de las pestes. Hay unos especialmente buenos para darles nutrientes a las cosechas, con lo cual se reduce la necesidad de fertilizantes químicos.

En pocas palabras, Kiers los llama “palancas” para abordar los peligros de un clima que se está calentando.

No obstante, siguen siendo un misterio.

La bióloga evolutiva Toby Kiers toma muestras del suelo en la base de un alerce que se calcula que tiene al menos 3500 años, en el Parque Nacional Alerce Costero en Chile, el 14 de abril de 2022. (Tomas Munita/The New York Times)
La bióloga evolutiva Toby Kiers toma muestras del suelo en la base de un alerce que se calcula que tiene al menos 3500 años, en el Parque Nacional Alerce Costero en Chile, el 14 de abril de 2022. (Tomas Munita/The New York Times)

Kiers quiere saber dónde está cada una de las especies de hongos, qué hacen y cuáles deberían protegerse de inmediato. En pocas palabras, Kiers quiere crear un atlas de todo lo que no podemos ver. Y todo lo que está justo debajo de nuestros pies.

“Es ver el metabolismo de la Tierra”, opinó. “¿Quién está ahí? ¿Cuál es su función? En este momento, nos preocupa tanto la superficie que nos estamos perdiendo la mitad de la imagen, literalmente”.

Debajo de nuestros pies, las redes fúngicas son un aliado intrigante en los esfuerzos por controlar el calentamiento global. La investigación está enfocada en las micorrizas, un tipo de hongo que tiene una relación simbiótica con las raíces de las plantas.

Esta red es como una Ruta de la Seda secreta. Los hongos les dan a los árboles los nutrientes tan necesarios que extraen de la tierra. A cambio, los árboles suministran carbono que toman del aire por medio de la fotosíntesis. Los hongos necesitan carbono para crecer. El carbono viaja en un sentido y los nutrientes como el nitrógeno y el fósforo en el otro. Este enredo subterráneo es vital para la vida en la superficie.

Según un estimado, fluyen 5000 millones de toneladas de carbono de las plantas a las micorrizas al año. Sin la ayuda de los hongos, ese carbono se podría quedar en la atmósfera como dióxido de carbono, el poderoso gas de efecto invernadero que está calentando el planeta y alimentando un clima peligroso. “Mantener protegida esta red fúngica es crucial mientras nos enfrentamos al cambio climático”, opinó Kiers.

Además, la biodiversidad de los hongos subterráneos es un factor inmenso para la salud de la tierra, la cual es crucial para que el mundo sea capaz de alimentarse conforme se caliente el planeta.

El conocimiento específico del poder de estas redes es “muy desigual”, comentó Tim G. Benton, biólogo de la Universidad de Leeds que no está involucrado en el trabajo de Kiers.

“Tener más información sería muy útil”, comentó.

No obstante, se sabe tan poco sobre los hongos que ni siquiera son tomados en cuenta en la Convención sobre Biodiversidad, el tratado mundial cuyo objetivo es proteger la naturaleza. Ese tratado está dirigido a las plantas y los animales. Los hongos no caen en ninguna de las dos categorías. En conjunto, conforman un reino de vida distinto.

Debajo de la tierra, las micorrizas son socias comerciales cruciales. Los árboles anhelan los nutrientes que ofrecen. Los hongos se devoran el carbono que les dan los árboles a cambio.

Los aficionados a los hongos arguyen que comprender este reino es ver el mundo natural de una manera diferente… menos como una colección de especies individuales, con los humanos dominándolas a todas, y más como una red de organismos que enfrentan juntos las crisis.

El origen de la vida

Los hongos hicieron el mundo como lo conocemos. Al igual que algunas de las primeras formas de vida en el planeta, estos consumieron minerales encerrados en las rocas para crear lo que ahora conocemos como tierra. Sin ellos, no habría plantas en la tierra y, por lo tanto, no habría animales. No existiríamos nosotros.

La expedición de Kiers al sur de Chile busca llenar algunos vacíos de nuestro entendimiento sobre los hongos, en específico las micorrizas que viven en simbiosis con las raíces de las plantas y llevan el carbono al suelo. Esto les da un papel tan urgente en un planeta más caliente.

“Las redes de micorrizas son un importante fregadero de carbono mundial”, opinó Kiers.

Los macrodatos le dieron forma a la expedición. Con la ayuda de científicos en Suiza, un algoritmo había contabilizado todos los tipos de información sobre el suelo —temperatura, humedad del suelo, tipos de árboles— y dedujo dónde en el mundo Kiers podría encontrar niveles altos y bajos de biodiversidad fúngica subterránea. Luego ofreció coordenadas, como si quisiera decir: “Ve allí, toma una muestra del suelo a ver si tengo razón”.

Para su primera expedición, en Chile, los investigadores llegaron a cada uno de los sitios que ubicó el algoritmo, trazaron una cuadrícula de 30 por 30 metros, recolectaron cucharas llenas de tierra, las metieron en bolsas y las enviaron a un laboratorio local para realizar un análisis genético. “En cuanto supimos qué hay ahí, podemos ver para qué son buenos”, comentó Kiers.

Su compañera en esta expedición fue Giuliana Furci, una ambientalista chilena que, como directora de la Fundación Fungi, un grupo activista, cabildeó con éxito para que la ley ambiental chilena protegiera los hongos.

En la expedición, también estuvo el biólogo y escritor Merlin Sheldrake y su hermano músico, Cosmo, quien metió micrófonos en la tierra para registrar los sonidos subterráneos. A veces, captó el ruido del borboteo de líquidos o los rasguños y las marchas del trabajo improductivo que hacen los organismos invisibles. En otras ocasiones, tan solo el ruido sordo de las botas de los investigadores en la cercanía.

Extrajeron tierra de debajo de un volcán, cruzaron plantaciones de pino y eucalipto, se abrieron camino por los zarzales, escalaron las rocas que sobresalen hacia el Pacífico, convencieron a personas de que les permitieran entrar en sus propiedades a tomar muestras de tierra.

Cada muestra, que representa un kilómetro cuadrado de tierra, se usará para identificar las propiedades genéticas de las especies fúngicas que estaban almacenando niveles particularmente altos de carbono en la tierra o las especies que podrían ayudar a los árboles a adaptarse a las sequías.

Kiers comentó que buscaba recolectar 10.000 muestras durante 18 meses.

La encantadora de hongos

Furci nació y creció en Inglaterra, donde su madre, una disidente política, vivió en el exilio durante la dictadura de Augusto Pinochet. Furci llegó a Chile cuando su madre regresó a casa y, unos años más tarde, tuvo “un encuentro”, como ella lo denominó. Vio un impactante hongo de color naranja óxido en un bosque (luego supo que era parte del género Gymnopilus) y quiso saber más. Fue el inicio de una obsesión.

Desde entonces, Furci ha escrito manuales sobre hongos y ha nombrado especies sin nombre (un hongo negro como el carbón con escamas blancas que llamó “galáctica”). Ha ayudado a persuadir a la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza de que incluya a los hongos como una categoría a proteger, junto con la flora y la fauna.

Frente a la pregunta de qué hacen los hongos o cómo se comportan, a Furci se le notó molesta. Dijo que su enorme biodiversidad no solo está poco explorada, sino que son incomprendidos. Se piensa que tan solo son una cosa, pero no es así.

“Una seta y un champiñón están tan relacionados como una pulga y un elefante”, comentó.

En el transcurso de un día, identificó nueve hongos. Uno parecía la tapa de un pan de hamburguesa. Otro, un sombrero de bruja. Los colores variaban desde el vainilla, pasando por un frambuesa oscuro, hasta el lomo manchado de un cervatillo.

Para el final de una caminata breve, había levantado dos puñados de Lactarius deliciosus, los cuales había en abundancia al lado de los pinos plantados ahí para cosechar madera, una de las principales exportaciones de Chile. Furci señaló que, sin este hongo, los pinos no podrían sobrevivir.

Para la cena de esa noche, los Lactarius fueron salteados con mantequilla.

Los amigos más viejos de un árbol viejo

Kiers creció en pueblos pequeños de Connecticut y Maine. Sus padres la enviaban con su hermana a recolectar setas en el verano. La vida subterránea se convirtió en su pasión.

Kiers estudió biología en la Bowdoin College, trabajó en una estación de investigación en Panamá y obtuvo su doctorado en la Universidad de California, campus Davis. Cofundó una agrupación activista sin fines de lucro, la Sociedad para la Protección de las Redes Subterráneas.

Hace poco, un jueves por la tarde, Kiers caminaba por un bosque pluvial oscuro y nudoso con un colega académico especializado en los hongos subterráneos, César Marín, de la Universidad Santo Tomás en Chile.

Estaban caminando en un lugar extraordinario. Esta sección de un bosque pluvial muy viejo y que crece muy lento podría tener algunos de los depósitos más grandes y antiguos de carbono en la Tierra. Es el hogar de uno de los árboles más viejos sobre la Tierra, un alerce inmenso, el cual se calcula que tiene al menos 3500 años y es conocido como el Gran Abuelo.

Kiers mencionó que los datos que reunieron ahí mostrarán cuáles especies de micorrizas están haciendo el trabajo de secuestrar tanto carbono debajo de la tierra.

Los hongos son sensibles a la actividad humana. Los fertilizantes químicos reducen su volumen y diversidad. La explotación forestal los destruye.

El cambio climático es el último estresor, la razón por la que Marín quería que Kiers tomara muestras de los mismos tres terrenos en los que él había tomado muestras hacía siete años. Marín quería saber si la megasequía que ha derretido los glaciares de Chile durante los últimos años también ha cambiado las redes micorrícicas subterráneas.

Los hongos han ayudado a la adaptación de los árboles a una escala milenaria. Podrían ser cruciales para la adaptación de los árboles en la crisis climática. “En tiempos difíciles, los organismos encuentran nuevas relaciones simbióticas para expandir su alcance”, mencionó Sheldrake, el biólogo. “La crisis es el origen de nuevas relaciones”.

La tarde del último viernes de su expedición de una semana, caminaron a una saliente rocosa en la costa. “El factor Zen es alto”, comentó Sheldrake.

Una nutria jugaba en el agua. El sol brillaba en tonos dorados sobre las olas que rompían. Algunas de las rocas estaban salpicadas de liquen del color de la caléndula. Sheldrake observó que, como lo han hecho desde hace milenios, los hongos estaban comiendo roca.

Para el final de este paseo de una semana, habían recolectado 30 bolsas de tierra. Cerca, durante varias semanas, el equipo de Marín iba a reunir 64 más. Es una nimiedad, si consideramos los miles que se necesitan para construir el mapa global que tienen en mente.

Esta semana, Kiers, está del otro lado del mundo, en los Apeninos, la cordillera en Italia. Al norte del lugar donde planea recolectar muestras, se ha colapsado un glaciar. Los incendios forestales arden cerca.

“Es una carrera contrarreloj”, comentó en un correo electrónico. “Estamos nerviosos de que las comunidades fúngicas estén desapareciendo antes de que siquiera podamos documentar quién está ahí”.

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