Miguel Herrera y su regreso a Tijuana, el único equipo donde no se ha peleado con nadie

Miguel Herrera durante un partido con Tijuana en mayo de 2017, contra Morelia. (Carlos Cuin/Jam Media/LatinContent via Getty Images)
Miguel Herrera durante un partido con Tijuana en mayo de 2017, contra Morelia. (Carlos Cuin/Jam Media/LatinContent via Getty Images)

Miguel Herrera tenía que dirigir a la Selección Mexicana en el Mundial de Rusia 2018. Era su destino. Ya había estado en una Copa del Mundo, la de 2014. Llegó al mismo lugar que todos, pero su equipo despertó una empatía inflamada por una eliminación supuestamente injusta —el 'no era penal' puso de cabeza al país, aunque en el primer tiempo México se salvó de un penal claro que no fue marcado—. Fue un bombero y actuó en consecuencia: evitó el ridículo histórico de que el Tri quedara fuera de Brasil. Armó una selección del América reforzada por jugadores del León y por Oribe Peralta. Así sacó el boleto al Mundial contra Nueva Zelanda.

No se podía pedir más con él al mando: la Selección estaba en las mejores manos posibles. Era mexicano, conocía a los jugadores y, si todo salía como debía, iba a llegar al Mundial de Rusia 2018 con experiencia suficiente. Ya llevaba una mochila de aprendizaje que le serviría para corregir errores y, entonces sí, bajar las estrellas del cielo. Solo era cuestión de esperar y la película se contaría por sí sola. Pero el protagonista del filme canceló el proyecto.

Lo hizo como solo el podía: golpeó al narrador Christian Martinoli en el aeropuerto de Filadelfia. Venía de ganar la Copa Oro 2015 y no encontró otra forma de echar a perder el momento. Lo peor de todo es que nadie se sorprendió de verdad. Iba a pasar y todos los sabían desde que lo llamo "pendejo" en plena conferencia de prensa. "En algún momento me lo encontraré", profetizó Herrera sobre Martinoli un mes antes. Sí, lo encontró, y eso marcó su carrera para siempre. La agresión nunca se vio en video, pero sí en los testimonios de todos los involucrados, agresor, agredido, y testigos. No hubo manera de poner el freno de mano: Miguel Herrera fue destituido de su cargo.

Su siguiente destino fue raro, pero se entendió que debía bajar las pulsaciones mediáticas. En el Clausura 2016, ya asimilado el despido del Tri, Herrera viajó al norte del país para entrenar a Tijuana. Le fue bien al mando de Xolos. Durante el ciclo futbolístico de 2016-2017, Tijuana hizo más puntos que nadie en el balompié nacional (64 en total, y fue líder en ambos torneos, Apertura y Clausura), para definirse como el mejor equipo de México en esa fase del torneo. Sin embargo, no pudo ganar nada. Se quedó corto en ambas Liguillas, pero su capacidad ya estaba ahí, demostrada otra vez.

Tijuana fue más que un equipo de paso para él: en La Frontera, Herrera evidenció que todavía podía armar equipos verticales, rápidos, bien organizados. Lejos de los reflectores de la Selección o del América, Miguel Herrera fue un entrenador serio. Le faltó en título, pero Tijuana llevaba mucho tiempo sin figurar en la parte alta de la tabla (y no lo han hecho de nuevo desde que el Piojo se marchó).

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Pero Herrera quería reabrir el ciclo. Tijuana no era el fin sino un medio. Hacer bien su trabajo ahí lo pondría a las puertas del América, otra vez. Y eso pasó. Las Águilas acudieron al cobijo del entrenador que los hizo campeonar en 2013. En el verano de 2017 se firmó un regreso de película: el hijo pródigo volvió. En Xolos nadie le reprochó nada: hizo bien su trabajo y voló hacia el lugar al que siempre quiso regresar. Le costó un año y medio hacer lo suyo, pero otra vez cumplió con la misión: América volvió a ganar un título de la mano de Herrera, y otra vez contra Cruz Azul.

Ganó otro par de títulos menores (Copa MX y Campeón de Campeones) y el romance se fue apagando hasta llegar al 2020, cuando América fue eliminado por Chivas en la Liguilla del Apertura 2020 y por LAFC en la Concachampions, en donde Herrera protagonizó una vergonzosa pelea con la banca del equipo estadounidense. Se acabó la segunda entrega de la película. En 2021 llegó a Tigres.

Le armaron un plantel de lujo y él, tras su tercer torneo eliminado, solo atinó a decir que el equipo se le había hecho viejo y que debía haber un recambio generacional. Otra puerta más se cerró. Lo despidieron. En vano fue su campaña para llegar a la Selección Mexicana de nuevo (ya se ha visto que le gustan las secuelas).

Miguel Herrera lleva ya 21 años en los banquillos. Es toda una vida. No es más un entrenador novato ni de moda ni en plenitud. A sus 56 años, afronta un momento clave: la línea que separa a los entrenadores trascendentes de los declinantes. Tijuana es su último oportunidad para mantener vigencia en México. Ya ha tenido las mejores oportunidades y no pudo sacarles provecho.

Su carácter le ha traicionado, un carácter que él nunca se ha esforzado en cambiar. Porque cuando era jugador podía pelearse con un aficionado en la cancha y como entrenador es capaz de llamarle "el equipo ese" al América, en un gesto despectivo que la afición azulcrema despreció, y de todo lo demás: pegarle a un narrador, exhibir a sus jugadores, pelearse con los rivales. En Tijuana confían en él. Es otra segunda parte, pero el actor ha cansado a casi todos. Es la última llamada.

         

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