'El miedo aún permanece': Ucrania descubre delitos sexuales en los territorios que estuvieron bajo el control de los soldados rusos

Un poblado en la región de Jersón donde Anna Sosonska, subdirectora de un departamento en la fiscalía que se encarga de investigar delitos sexuales relacionados con conflictos, fue a buscar víctimas de violación, el 8 de diciembre de 2022. (Laura Boushnak/The New York Times)
Un poblado en la región de Jersón donde Anna Sosonska, subdirectora de un departamento en la fiscalía que se encarga de investigar delitos sexuales relacionados con conflictos, fue a buscar víctimas de violación, el 8 de diciembre de 2022. (Laura Boushnak/The New York Times)

JERSÓN, Ucrania — En el octavo o noveno día que estuvo detenida por los rusos, Olha, una ucraniana de 26 años, fue atada a una mesa, desnudada de la cintura para abajo. Durante 15 minutos, su interrogador le dijo obscenidades, luego le arrojó una chamarra encima y dejó entrar a otros siete hombres.

“Era para asustarme”, recordó. “No sabía que pasaría después”.

Semanas después, sentada en la estrecha cocina de Olha en Jersón, en el sur de Ucrania, Anna Sosonska, investigadora de la fiscalía general, la escuchó relatar la terrible experiencia, un relato de desnudez forzada que, según los fiscales, se sumó a la acumulación de pruebas de que el Ejército ruso usó los delitos sexuales como arma de guerra en los lugares que estuvieron bajo su poder.

“Descubrimos este problema de violencia sexual en todos los lugares que Rusia ocupó”, dijo Sosonska, de 33 años. “En todos los lugares: la región de Kiev, la región de Chernígog, la región de Járkov, la región de Donetsk y también aquí, en la región de Jersón”.

Tras meses de retrasos burocráticos y políticos, los funcionarios ucranianos están comenzando a acelerar la documentación de los delitos sexuales, que son frecuentes y devastadores en tiempos de guerra, pero que a menudo permanecen ocultos bajo capas de vergüenza, estigma y miedo.

“Encontramos todo tipo de casos de crímenes de guerra: violaciones, desnudez forzada, tortura sexual” infligidos a hombres, mujeres y niños, dijo Sosonska. Y añadió que está surgiendo un patrón en los delitos. “Ahora vemos que hay una línea de crímenes de guerra entre los soldados y entre los comandantes rusos”.

Las autoridades rusas han negado en repetidas ocasiones las acusaciones de abusos contra los derechos humanos, a pesar de las numerosas pruebas y relatos recogidos por investigadores ucranianos e internacionales. Una vocera del Ministerio de Asuntos Exteriores de Rusia, Maria Zakharova, desestimó hace poco un informe de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU por considerarlo testimonios sin fundamento y no más que “rumores y chismes”.

Iryna Didenko, quien dirige el departamento del fiscal que investiga la violencia sexual relacionada con conflictos, en la región de Kiev, en Ucrania, el 15 de diciembre de 2022. (Laura Boushnak/The New York Times)
Iryna Didenko, quien dirige el departamento del fiscal que investiga la violencia sexual relacionada con conflictos, en la región de Kiev, en Ucrania, el 15 de diciembre de 2022. (Laura Boushnak/The New York Times)

Tras investigar algunas zonas de las que Rusia se retiró, una comisión internacional independiente informó a Naciones Unidas en octubre que “un conjunto de crímenes de guerra cometidos en Ucrania” incluía casos de violencia sexual contra mujeres y niñas.

La edad de las víctimas oscilaban desde mayores de 80 años hasta una niña de 4 años obligada a practicar sexo oral a un soldado, lo que constituye violación, según el informe. Detallaba más de una decena de casos de violaciones colectivas, familiares obligados a ver cómo agredían sexualmente a un pariente y violencia sexual contra detenidos.

Iryna Didenko, directora del departamento del fiscal que investiga estos delitos, ha abierto ya 154 casos de violencia sexual relacionada con el conflicto. La cifra real, dijo, es “mucho mucho mayor”.

Didenko afirmó que en un antiguo pueblo ocupado de la región de Kiev, los psicólogos descubrieron que una de cada nueve mujeres había sufrido violencia sexual y agregó que cientos de personas sufrieron violencia sexual y tortura en centros de detención rusos.

El trauma es crudo e incapacitante. Viktoriya, una mujer de 42 años de la región de Kiev, se estremece cuando describe cómo, a principios de marzo, soldados rusos mataron a tiros a su vecino y luego se la llevaron a ella y a la esposa de su vecino para violarlas.

“El miedo aún permanece”, afirma. “A veces, cuando se va la luz, me invade el miedo y siento que podrían volver”.

Viktoriya fue una de las pocas sobrevivientes dispuestas a hablar del tema. Pidió que solo se utilizara su nombre de pila y que no se fotografiara su rostro, al igual que otras mujeres, por miedo a las represalias de las fuerzas rusas.

Pero el estigma y el juicio de vecinos y conocidos también han sido un dolor constante, dijo.

“Hablan de mí y procuro no salir de casa”, dijo.

El dolor fue tal que su vecina Nataliia, que también fue violada y cuyo marido fue asesinado, se refugió en el extranjero. Su hijo de 15 años tuvo tendencias suicidas en las semanas posteriores al ataque, dijo Didenko.

Didenko, psicóloga y abogada, conoció a Nataliia cuando visitó su pueblo tras la retirada de los soldados rusos. Antes de la guerra, su departamento se había ocupado de delitos de violencia doméstica y conocía bien las dificultades a las que se enfrentan las mujeres para denunciar los delitos.

Gran parte de ello tiene que ver con el estigma de la violación en una sociedad religiosa conservadora, pero también existe una fuerte desconfianza hacia las autoridades en un sistema postsoviético que rara vez se ha centrado en las necesidades de las víctimas y a menudo las ha culpado.

“Por nuestra experiencia con la violencia doméstica, nos dimos cuenta de que, en principio, las víctimas no hablan de ello”, afirma Didenko. Es aún más difícil en una guerra, cuando pueden ser acusadas de fraternizar con el enemigo.

“Nadie vendrá corriendo a pedirnos ayuda”, dijo. “Por eso decidimos que tenemos que ir a donde están”.

La necesidad de ayudar a las sobrevivientes ucranianas de violencia sexual es inmensa, afirman las activistas. Los pocos refugios para mujeres del país han empezado a acoger a víctimas de la guerra. Organizaciones de ayuda como Women for Women International y la Fundación Andreev empezaron a ofrecer clínicas ginecológicas móviles y sesiones de terapia.

De las más de 800 mujeres y niñas a las que la fundación ha dado terapia desde que comenzó la invasión, 22 han reconocido haber sido víctimas de violencia sexual durante la guerra. Ocho eran menores de edad.

Las autoridades comentaron que a partir de los relatos de quienes han buscado ayuda, existen pruebas de que los comandantes rusos sabían sobre las violaciones o incluso las alentaban. Wayne Jordash, abogado británico que asesora a los fiscales ucranianos, afirmó haber observado indicios de aquiescencia por parte de los comandantes en los 30 casos que había examinado.

Didenko dijo ver un patrón de comportamiento contundente cuando los soldados rusos se apoderaban de una zona: “Las fuerzas terrestres llegan y las violaciones comienzan al segundo o tercer día”.

Los testigos informaron que los comandantes ordenaban las violaciones o daban instrucciones que sugerían que las consentían, como decir a los soldados que buscaran relajarse.

En uno de los casos que describió Didenko, un comandante dijo a sus hombres: “Muy bien, vamos”, mientras esperaba fuera de una casa. A un soldado se le oyó decir: “Solo la golpearemos”, sobre una mujer, y “a esta la violaremos”.

En otro caso, ocho soldados rusos violaron y agredieron a un hombre que fue detenido en un puesto de control.

“No se trata de casos aislados”, afirmó Didenko.

Manifestó que existe un patrón aún más claro de abusos sexuales organizados en los centros de detención dirigidos por soldados, policías y fuerzas de seguridad rusas.

Los investigadores han encontrado al menos cuatro grandes centros de detención en la ciudad de Jersón, con pruebas explícitas de tortura sistemática durante la ocupación rusa.

En el sótano de un centro de negocios, los detenidos dormían sobre trozos de cartón en completa oscuridad y tallaban en la pared cuentas para contar los días y mensajes. “Oh Dios, danos fuerzas”, se leía en uno.

“Esta era la sala de tortura”, dijo Yaroslav Manko, de 30 años, fiscal de la región. La policía encontró una macana de goma, esposas metálicas y una parrilla eléctrica que, según Manko, se utilizaba para quemar los dedos de los detenidos. También encontraron una lista con los nombres de los oficiales rusos que habían trabajado allí.

En los centros de detención se produjeron numerosos abusos sexuales, incluidas violaciones con cachiporras y descargas eléctricas en los genitales, según los fiscales y las autoridades municipales.

La similitud de las pruebas y los relatos en todas las ciudades, que describen métodos de tortura, interrogatorios y oficiales de la principal agencia de inteligencia rusa, el FSB, han convencido a los fiscales ucranianos de que los abusos pueden atribuirse a los dirigentes rusos.

“No puede ser que un soldado hiciera esto sin una orden”, dijo Didenko. El FSB “llegó de forma eficiente, conociendo su trabajo, torturó a todos en los genitales”, dijo. “Sin duda es un sistema”.

Muchos ucranianos y sus defensores dicen creer que Rusia pretende aplastar el espíritu de resistencia de Ucrania y destruir su sociedad.

“Es parte de un genocidio”, dijo Didenko, “pero para demostrarlo necesitamos tiempo”.

© 2023 The New York Times Company