‘Miami en brumas’ de Nicolás Abreu Felippe: vivir entre dos historias y dos geografías
Miami en brumas (Editorial El Ateje, 2022), de Nicolás Abreu Felippe, es una de esas novelas en la que, ya desde las primeras páginas, asistimos al inusual encuentro con un texto que nos provoca placer. La fórmula es un lenguaje limpio de recursos superfluos, escenas que invaden nuestra imaginación con la inmediatez abarcadora del cine, una narración lineal con toques reflexivos y retrospectivos que nos llevan al punto de donde emergen dándole más solidez y vida a la historia, con toda una visión realista de las dos geografías entre las que navega el autor: Miami y La Habana.
Cuba aparece en estas páginas con todas sus miserias, los tumultos, las colas, la ciudad que se postra frente al mar como salvación y esperanza. La eterna obsesión del mar, siempre como medio de separación y a la vez de libertad; los detalles de una vida cotidiana en la necesidad de todo, la pobreza moral, el calor asfixiante, la perpetua búsqueda del aire como un estimulante símbolo de vida.
Dulce, viuda y sola se ahoga aprisionada en esta Cuba y en su isla interna de recuerdos, idealizando a Máximo con esa memoria irracional que solo provoca la nostalgia del amor perdido. Del otro lado, Máximo, objeto de ese amor, “burócrata de yate y oficina, con perro y familia, en el Miami del exilio”, imagen del desarraigo brutal de quienes no pertenecen al entorno que habitan y jamás pertenecerán al entorno que dejaron. La nostalgia por un pasado y la imposibilidad de recuperarlo: “Todo se reducía ahora a fotos, a voces que parecían resonar tras el misterio de una carta”.
La inadaptación propia de un exiliado trasciende la inadaptabilidad aun mayor, de quien parece convertirse en subversivo de las urbes a un nivel universal: “Las ciudades modernas eran monumentos a la inutilidad, los hombres en sus grandes almacenes se trituraban entre sí.” Esta especie de anarquía mental lo lleva a dibujar de forma descarnada a esa ciudad en brumas desde una óptica no idílica sino condenatoria. Allí está Miami, su arquitectura chata y sus políticos corruptos, una Hialeah caudillista y constantemente bajo la agotadora lluvia. Se va percibiendo junto al autor, la necesidad irremediable de la fuga definitiva como única libertad posible.
Máximo escruta en las zonas más oscuras del vacío existencial, provocado tal vez por el afán de un exiliado que aspira a vivir con la intensidad espiritual imposible, fuera de las costas donde nació. Más allá de su propio mundo individual es también el artista que no comulga con nada, salvo con el arte como único pedestal para la vida: “amaba el arte, creía con firmeza que era ese el ultimo instinto que conservaba el hombre para vivir.” La sensación de culpa frente a la disyuntiva de salvación personal y el desprendimiento de todo: pasado y familia para lograrla.
La insensibilidad que va creando la modernidad a través de las máquinas que nos alejan de los sueños voluntarios, nos la brinda el autor a través del vínculo hijo-Nintendo. Algo del hombre-masa, de Ortega y Gasset, se perfila en esta relación al margen de la demencia.
Stefan Zweig, en la carta de despedida que dirigió a sus amigos durante su exilio en Brasil, nos dejó dicho: ¿Qué es lo que un refugiado puede esperar de la vida? Brutalmente arrancado de su pasado, este ha muerto para él, hasta el consuelo de los recuerdos le está prohibido pues como dice Dante “no hay sufrimiento peor que evocar una época feliz de nuestra vida cuando la desgracia nos oprime.”
Miami en brumas es un resumen de esta desgracia, en el que Miami y la Isla se funden para dar testimonio del espanto. La razón y la consecuencia de un exilio matizado sólo por la fuerza siempre eterna del amor.