El mercado de los libros de texto: ¿cómo hemos llegado hasta aquí?

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Es probable que muchos recordemos con cariño ese momento del curso, en los primeros días o incluso antes de que empezasen las clases, en que comprábamos o recibíamos nuestros libros de texto: a estrenar o heredados de hermanos o familia, para los escolares representaban el acceso a todo aquello que todavía no sabíamos. Y para nuestros padres, a menudo, suponía un desembolso económico importante.

Pero los libros de texto, sin los que hoy nos parece imposible imaginar una clase en Primaria o Secundaria, son un invento relativamente reciente.

La educación fue durante siglos privilegio de unos pocos. Incluso cuando comenzaron a existir escuelas en las que un mismo profesor o maestro enseñaba a un grupo variado de niños, la transmisión de conocimientos se realizaba de manera oral, aunque a menudo con el apoyo de obras clásicas de la tradición correspondiente.

Las primeras cartillas y catecismos

En España, la existencia de manuales escolares como tales, escritos específicamente para enseñar, se origina en la Edad Moderna con las cartillas y catecismos: a finales del siglo XVI existen ejemplos de estos materiales didácticos, usados tanto en las escuelas de primeras letras como en la enseñanza privada tutorizada.

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Aunque no eran, en sí mismos, un libro de texto, sí complementaban a la palabra en la enseñanza de la lectura, la escritura y las matemáticas básicas. Además, contenían los principios de la religión cristiana, así que también servían para la instrucción ideológica.

Estos materiales, además, gozaban de un privilegio de publicación. Es decir, sólo podían ser editados por ciertas entidades: el primer privilegio se concedió en 1594 a la Catedral de Valladolid para el territorio de Castilla. Estos privilegios continuaron durante el siglo XVII y se prolongaron hasta el XVIII: en Cataluña, desde 1718, se encarga de las publicaciones didácticas la Universidad de Cervera. El Hospital General de Nuestra Señora de Gracia (Zaragoza) adquirió el privilegio de Aragón en 1755.

La Ilustración y los manuales educativos

La primera generación de manuales escolares propiamente dichos se produce durante la Ilustración. En el siglo XVIII se convierten en el mejor elemento para llevar a cabo la estandarización de la educación. Durante el reinado de Carlos III se llevaron a cabo políticas centralizadoras en todos los ámbitos del Estado, pero la educación se convirtió en un instrumento clave para el desarrollo económico y social.

En 1767 se prohibió la impresión de textos populares para la enseñanza, con lo que los romances, coplillas y jácaras quedaron desterrados de la escuela.

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En 1768 se fija la lengua castellana como lengua educativa, con lo que se produce un incremento de publicaciones en este idioma. En 1771 se fijan los requisitos de los maestros de primaria y comienzan a aparecer obras pensadas directamente para su uso escolar, en su mayoría, ensayos sobre temas diversos que se convierten en los primeros manuales escolares.

Durante los últimos años del siglo XVIII y los primeros del siglo XIX, estos manuales estuvieron vinculados a metodologías educativas específicas, como el reformismo de San Ildefonso madrileño o los manuales escolapios de las Escuelas Pías de Castilla y Cataluña.

Nacimiento de la industria editorial

A partir de la segunda mitad del siglo XVIII, cuando comenzó a aumentar la escolarización, y con la ampliación de esta tendencia de manera masiva a principios del siglo XIX, se incrementó la necesidad de contenidos específicos que enseñar en la escuela y, por tanto, se produjo el nacimiento de una industria editorial específica. Gaspar Melchor de Jovellanos fue el primero en financiar la producción de obras escolares, mientras ocupaba la cartera de Gracia y Justicia.

Sin embargo, la inestabilidad política de principios del siglo XIX no permitió que la industria editorial despegara hasta la muerte de Fernando VII y la instauración de un régimen político liberal. Durante las Cortes de Cádiz se habían apreciado dos posturas ideológicas en materia de enseñanza a través de libros de texto que marcarán los virajes del siglo XIX.

Listas o libertad para los docentes

El Plan y reglamento general de Escuelas de primeras letras, aprobado en 1825, dio comienzo un período de libertad y efervescencia para la industria editorial del manual escolar. Hasta 1911 se sucedieron cambios políticos que alternaban dos posturas: el sistema de listas y la libertad total del docente para elegir los textos que utiliza en las aulas.

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La Ley de Instrucción Pública (1857), conocida como Ley Moyano, estableció la libertad de enseñanza y abrió un período de total libertad. En 1885, sin embargo, se promulgó una lista que permaneció activa hasta 1934 con 1 141 títulos entre los que los docentes podían escoger.

La inestabilidad política que reinó durante la guerra civil y en el período de posguerra dejó estas políticas casi sin efecto. Hasta la reforma educativa de 1953, se siguieron utilizando los manuales antiguos. En este año, sin embargo, se publicó la Ley de la Ordenación de la Enseñanza Media, en efecto hasta la Ley General de Educación (LGE) de 1970. Esta ley supuso la publicación de Cuestionarios Nacionales de Enseñanza Pública, que uniformaron la enseñanza en todo el territorio nacional.

Renovación ideológica del franquismo

Durante el franquismo, los manuales escolares incorporaron la renovación que se estaba produciendo en el terreno teórico. Las nuevas perspectivas metodológicas y didácticas se utilizaron para promover una enseñanza con una gran carga ideológica.

Al tradicional texto ensayístico empezarán a sumarse nuevos elementos que facilitaban la enseñanza: diagramas, imágenes, disposición de los elementos en la página, resúmenes, etc. Ya en la reforma de 1970 se contempla un gran número de tipos de textos que podían ser empleados en la enseñanza, aunque todavía sujetos al sistema de listas que permanece hoy en día.

Los setenta: series y actividades

Los manuales comienzan a imprimirse en series cíclicas según materias; la complejidad de las mismas aumenta a medida que el alumnado avanza en el sistema educativo. Además, se inicia la modalidad del libro activo, con fichas y actividades para que el alumnado participe activamente.

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Esta segunda generación de libros escolares, caracterizada por la existencia de libros de alumnado y libros de ejercicios, así como manuales para el profesorado, se mantendrá hasta la revolución tecnológica que se produce a finales del siglo XX con la introducción de las tecnologías de la información y de la comunicación en el sistema educativo.

Reformas educativas y distintas perspectivas

Aunque a primera vista parece que no se producen innovaciones durante la segunda mitad del siglo XX, lo cierto es que, aunque se mantiene el sistema de listas, los libros escolares ya incorporaban muy diferentes perspectivas vinculadas a las muy diversas reformas educativas que han existido hasta la actualidad.

La organización del material ha ido variando: organización por temática, por unidades didácticas, proyectos interdisciplinares… Lo cierto es que los manuales escolares presentan muy diversas metodologías de enseñanza. Hasta la revolución digital existe, por tanto, una multiplicidad de manuales escolares entre los que los profesores escogen según sus propias filosofías de enseñanza.

¿Dispositivos o libros?

La revolución digital, que hasta la crisis del covid-19 había supuesto el uso paulatino de nuevas tecnologías y materiales digitales, se disparó con la pandemia y la obligatoriedad de la enseñanza en línea. Los antiguos manuales escolares, así como sus versiones digitales, se mostraron insuficientes para la enseñanza digital.

Aunque siguen existiendo sistemas de listas, lo cierto es que el profesorado es libre para crear sus propios materiales, adaptados a las necesidades de aulas plurales y diversas. Esto no supone, sin embargo, el final de los libros de texto, que se siguen editando. Además, en la actualidad, se espera una retirada paulatina de los dispositivos móviles del aula, lo que, sin duda, tendrá una repercusión en la producción y distribución de libros de texto.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation, un sitio de noticias sin fines de lucro dedicado a compartir ideas de expertos académicos.

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Rocío Hernández Arias no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.