Ante la realidad de que los países ricos son los que más contaminan, envían un mensaje contundente: que paguen

El cambio climático ha dejado escenas desgarradoras en Pakistán/ Foto: REUTERS/Akhtar Soomro
El cambio climático ha dejado escenas desgarradoras en Pakistán/ Foto: REUTERS/Akhtar Soomro

En Pakistán, las inundaciones de este verano causaron la muerte de 1700 personas y dejaron a una tercera parte del país bajo el agua. En Fiyi, pueblos enteros se trasladan lejos de la costa para escapar del creciente nivel del mar. En Kenia, una sequía persistente ha matado al ganado y acabado con el medio de sustento de muchos.

Son algunos ejemplos de los muchos países en desarrollo que sufren daños irreversibles debido al cambio climático, aunque casi no han contribuido nada a crear esta crisis. Por eso exigen algún tipo de compensación de las partes que consideran responsables: las naciones más ricas que han quemado petróleo, gas y carbón desde hace décadas y creado así la contaminación responsable de generar un nivel peligroso de calor en el planeta.

En distintas culturas y desde hace siglos, la idea de que quien daña los bienes de su vecino le debe algún tipo de restitución es una noción muy común, plasmada incluso en la Biblia.

Responsabilidad

Sin embargo, ha sido de lo más difícil aplicar ese principio al cambio climático y definirlo como un problema práctico y legal. Las naciones ricas, como Estados Unidos, y los bloques ricos, como la Unión Europea, se han opuesto a la idea de que se les otorgue alguna compensación explícita a los países más pobres por los desastres que ya ocurren a causa del clima, pues temen que podrían correr el riesgo de recibir reclamaciones de responsabilidad ilimitada.

En las conversaciones sobre el clima organizadas por las Naciones Unidas que arrancaron el domingo en Sharm el-Sheij, Egipto, las pérdidas y los daños sufridos por los países pobres estarán entre los principales temas de debate. Egipto, el país anfitrión, y Pakistán, que encabeza a un grupo de 77 naciones en desarrollo, lograron que se incluyera por primera vez en la lista formal de temas a tratar.

Simon Stiell, responsable del clima en las Naciones Unidas, comentó que la decisión de incluir en la agenda el tema de pérdidas y daños “es una buena señal” de que podrán encontrarse áreas de acuerdo para el final de la cumbre.

El año pasado, las naciones ricas se comprometieron a aportar 40.000 millones de dólares anuales para 2025 con el propósito de ayudar a los países más pobres con sus medidas de adaptación climática, como la construcción de defensas contra inundaciones. Por desgracia, un informe de las Naciones Unidas calcula que esa cantidad es menos de una quinta parte de la que necesitan las naciones en desarrollo. Esta situación ha propiciado que se exija financiación específica de pérdidas y daños para lidiar con las consecuencias de desastres climáticos contra los que no pueden defenderse las naciones.

John Kerry, enviado de Estados Unidos para el clima, en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático COP26 en Glasgow, Escocia, el 2 de noviembre de 2021. (Erin Schaff/The New York Times)
John Kerry, enviado de Estados Unidos para el clima, en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático COP26 en Glasgow, Escocia, el 2 de noviembre de 2021. (Erin Schaff/The New York Times)

En un contexto de creciente presión, John Kerry, enviado del presidente Joe Biden para el clima, convino en dialogar acerca de la idea de la financiación por pérdidas y daños, con tal de evitar una acalorada discusión sobre la agenda de la cumbre.

Promesas incumplidas

Claro que eso dista mucho de aceptar que se cree un nuevo fondo. Por ejemplo, Estados Unidos todavía no ha cumplido promesas anteriores de ayudar a los países pobres a cambiar a energía más limpia o adaptarse a las amenazas del clima construyendo diques marinos. El año pasado, aunque los demócratas del Senado propusieron un presupuesto de 3100 millones de dólares para el clima en 2022, solo obtuvieron 1000 millones. Ahora que parece probable la victoria de los republicanos, que en general se oponen a la ayuda climática, en las elecciones de medio mandato del martes, las perspectivas de un fondo nuevo no parecen alentadoras.

“Sencillamente no contamos con los cimientos políticos necesarios”, explicó el senador Jeff Merkley, demócrata de Oregón, quien añadió que considera que Estados Unidos tiene la “responsabilidad moral” de hacer algo acerca de las pérdidas y los daños.

A los europeos les preocupa convenir en crear el fondo y después quedarse solos con la responsabilidad si al siguiente presidente estadounidense no le parece bien la idea.

Cómo se abordaría el tema de las pérdidas y los daños

En Turkana, región semiárida del noroeste de Kenia que es de las más pobres del país, el concepto de pérdidas y daños no es abstracto en absoluto.

En este momento, la región vive el cuarto año consecutivo de sequía extrema y algunos científicos observan una tendencia de sequía a largo plazo. La mayoría de los 900.000 habitantes de Turkana son pastores cuyo medio de subsistencia es la cría de ganado y han visto morir a sus animales debido a la escasez de agua. La mitad de la población podría sufrir inanición. Algunos pastores han cruzado la frontera a Uganda o Sudán del Sur en busca de mejores pastos, lo que ha desatado conflictos violentos.

Las autoridades locales han preparado planes urgentes de adaptación: perforar más pozos para tener acceso a depósitos acuíferos, construir presas para almacenar agua cuando cae la lluvia y ayudar a las personas a cambiar a formas más resistentes de agricultura. Por desgracia, es difícil conseguir el dinero. El plan íntegro podría tener un costo de alrededor de 200 millones de dólares al año, el doble del presupuesto anual del país, informó Clement Nadio, director de cambio climático del condado de Turkana.

Estas circunstancias han dejado a Turkana en una posición de tremenda vulnerabilidad en la crisis actual. Las autoridades batallan para distribuir ayuda de emergencia para alimentos este año, lo que deja menos recursos para adaptarse a sequías en el futuro.

“En este momento, necesitamos concentrarnos en salvar vidas, en acabar con la desnutrición”, afirmó Nadio. “Pero también necesitamos trabajar para hacer más resistente a la gente a impactos climáticos futuros. Hacemos lo más que podemos. Pero no podemos hacer todo con el dinero que tenemos disponible”.

Aunque las Naciones Unidas no han dado a conocer una definición formal de pérdidas y daños, podría incluir la destrucción debida al clima extremo exacerbado por el calentamiento global. En 2019, el huracán Dorian arrasó con las Bahamas, con vientos de casi 300 kilómetros por hora y mareas de hasta 7 metros que destruyeron hogares, caminos y un aeropuerto. El daño: 3400 millones de dólares, una cuarta parte de la economía de la nación.

También podría incluir pérdidas más graduales que es más difícil cuantificar, como en el caso de los agricultores de sal en Bangladés, que perdieron su trabajo porque la subida de la marea y las fuertes lluvias han entorpecido la producción, o las comunidades de Micronesia que han perdido antiguos camposantos por el aumento en el nivel del mar.

Se avecinan problemas difíciles

Si las naciones convienen, por lo menos en principio, en crear un fondo de pérdidas y daños, tendrán que lidiar con varios temas difíciles: ¿quién merece la ayuda y cuánta? ¿Cómo puede garantizarse que el dinero se invierta en beneficio de la gente que más lo necesita?

David Michael Terungwa, presidente de Global Initiative for Food Security and Ecosystem Preservation en Nigeria, se enteró hace poco de que la casa de uno de sus amigos en el estado de Benue quedó sumergida debido a inundaciones que causaron el desplazamiento de más de 100.000 personas y destruyeron 140.000 hectáreas de terreno de cultivo.

“Hablé con un joven que perdió todos sus pollos en las inundaciones”, dijo Terungwa. “Si hubiera algo, una especie de seguro contra el clima, podría recuperar algo y empezar de nuevo su vida o arrancar un negocio. Cuando hablamos de pérdidas y daños, es en lo que pienso, en los agricultores y granjeros locales”.

Hasán Abou Bakr, profesor de Agricultura en la Universidad de El Cairo que tiene un olivar a las afueras de la ciudad, comentó que sufre una terrible depresión debido a que varias olas de calor acabaron con sus cultivos ya que privaron a las plantas de las “horas frías” del invierno necesarias para su florecimiento. Este año, sus aceitunas fueron del tamaño más pequeño que ha obtenido, por lo que la mayoría no fue aceptada en el mercado.

“El cambio climático no solo es algo que pasará en el futuro”, dijo. “Ya está aquí y nos está afectando”.

La restitución ayudaría, pero Abou Bakr tiene mucho más de qué preocuparse.

“Puedes dar dinero, pero ¿qué va a pasar con los olivos?”, preguntó. “Necesitamos salvar los árboles”.

© 2022 The New York Times Company

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