Cómo es el primer memorial en homenaje a la Tragedia de la Puerta 12 y en quién está inspirado
En el aniversario 56° de la Tragedia de la Puerta 12, este domingo, el ejercicio de la memoria permite seguir recordando el acontecimiento más triste ocurrido en un estadio de fútbol en la Argentina, en el que murieron más de 74 hinchas a la salida de un River-Boca en el Monumental.
En este sentido, el artista plástico pampeano Jorge Aranda le compartió en exclusiva a LA NACION su obra más reciente: el primer memorial que homenajeará para siempre a los fallecidos de aquel desastre. Su fuente de inspiración es uno de las víctimas: Rubén Ochoa, cuyo segundo nombre parece predestinado: Ángel.
“Esta es la maqueta de lo que va a ser el Memorial que titulamos ´El Ángel de la Puerta 12′, inspirada en Rubén Ochoa”, inicia el relato el artista con una mezcla de orgullo y emoción en su atelier, rodeado de flores y árboles frutales, ubicado en una silenciosa calle de la localidad de Glew. Autodidacta por naturaleza y discípulo de Domingo Tellechea en “Restauración de Pinturas y Grabado” y del Maestro Hemenegildo Sábat en lo referido a “Dibujo” y “Acuarela”, Aranda sabe que esta obra tiene una magnitud gigantesca, como parte de una carrera que edifica desde hace 30 años y que lo llevó a diferentes lugares de la Argentina, Estados Unidos, Canadá y España, entre otros países del mundo.
Continúa el escultor, que tenía 9 años cuando ocurrió la Tragedia de la Puerta 12 y aún la recuerda: “En la obra vemos a Rubén con su bandera, la que envuelve su torso y le cosió su mamá. A su vez, él está emergiendo de una bandera que tiene diferentes texturas que hacen la idea del color, ya que este grupo escultórico solo tendrá el color natural del material a utilizar. Esa bandera se conecta con su puño izquierdo, el puño del corazón, el puño que de alguna manera aferra su propia bandera con la bandera que lo hace emerger, como de la tribuna, como aferrándose a un paraavalancha, aferrándose a la vida. Y lo impulsa hacia arriba”.
“Emergen en su parte posterior las alas que en su propio nombre Rubén Ángel Ochoa tenía como implícito, que hace que él, de alguna manera, con este memorial pase a la eternidad como referenciando a ese acontecimiento. Por eso se llama ‘El Ángel de la Puerta 12′. Y después tenemos la idea de su brazo elevándose al cielo en señal de interrogación sobre por qué sucedió esa tragedia”, completa el artista.
“El Ángel de la Puerta 12″, explicado por su autor
En relación al aspecto técnico de esta obra, cuya maqueta ya fue presentada ante el INPI (Instituto Nacional de la Propiedad Industrial) y está en la etapa de búsqueda de financistas para luego comenzar el trabajo y definir su emplazamiento, Aranda detalla: “Esta pequeña maqueta en escala está hecha en arcilla policromada. El modelo original se realizará en materiales sólidos con alma de hierro y terminación símil mármol (marmolite). Va a tener aproximadamente tres metros y medio de altura y seguramente estará emplazada en un lugar público. Además, en la parte del pedestal tenemos la referencia a la fecha en que sucedió este acontecimiento (el 23 de junio de 1968) y cada una de las plaquetas va a llevar en su interior el nombre de las 74 víctimas registradas, aunque seguramente habrá algunos que estarán vacíos porque en la Puerta 12 hubo alrededor de 200 víctimas, cuya identidad se desconoce. Esa parte del pedestal también remite a un estadio de fútbol, pero también habla de ese lugar desde donde emerge la pasión a través de las banderas, a través de la emoción que se produce como una elevación hacia ese espíritu de sentimiento que es alentar a un equipo”.
El plan es que la obra tenga una pequeña explanada (peana) con forma de barco. El recorrido visual comenzará por el lado de atrás, y como primera vista se leerá el nombre de Rubén Ochoa para que sea asociado con el nombre en sí del trabajo. Aún no está definido dónde será emplazado este Memorial. Sin embargo, quienes promueven este proyecto junto al artista (amigos de tribuna de Rubén Ochoa de aquella época y los creadores del espacio @Puerta12memoria) le confiaron a LA NACION que por la magnitud de la estatua y el espacio que precisa para ser emplazado (unos 10 metros cuadrados de superficie), consideran que el lugar ideal sería en el Parque de la Innovación, a metros de la Puerta 12, hoy rebautizada como Puerta M.
“Sería un gesto hermoso que la obra sea financiada en partes iguales por las dirigencias de River y de Boca, o incluso de la AFA. Sería una forma de saldar la cuenta pendiente que tienen esos dos clubes y el fútbol argentino en su totalidad con las víctimas de su peor tragedia”, coinciden ante este diario amigos de Ochoa y el propio artista.
El objetivo de este Memorial es que no solo sirva para recordar lo ocurrido en Puerta 12, que se vivió como una tragedia nacional (al igual que AMIA, Cromañón, Once y tantas más de la historia argentina), sino también como punto de reunión para recordar a cada una de las personas fallecidas en el marco de un partido de fútbol, cuya cifra a la fecha, según la Asociación Civil Salvemos al Fútbol, asciende a 352 muertos.
Además, este domingo se dará un hecho histórico en la Catedral de Buenos Aires. En la misa de las 11.30, y por primera vez desde el 23 de junio de 1968, serán mencionadas “las víctimas de la Puerta 12″. Esto es gracias a la solicitud especial realizada por los amigos de tribuna de Ochoa y los creadores del espacio @Puerta12memoria.
¿Quién era Rubén Ochoa?
Es 23 de junio de 1968 y Rubén Ángel Ochoa es un adolescente alegre. Tiene 17 años y adora a su mamá Beatriz. Siente orgullo por ella, que siguió adelante sola con su embarazo, en una sociedad argentina que mira de reojo a las madres solteras. Tanto la ama que trabaja todo el día y estudia de noche, para lograr un futuro mejor. Ambos comparten un pequeño departamento en Libertad 1613, a metros de la avenida Del Libertador y de la plaza Fray Mocho, en Retiro.
Hincha de Boca desde que nació y socio cadete 5860, había intentado ser futbolista. Se había probado en las inferiores del club azul y oro, pero las urgencias económicas lo obligaron a dejar los sueños para otra vida y bajar a la realidad. Por eso es empleado de una sucursal de Bonafide ubicada en Independencia y Jujuy. Allí es muy querido y había entablado una relación amistosa con Patricia Ferrer. A ella le confesó sus orígenes, el amor por su madre y hasta se animó a regalarle un LP de Nancy Sinatra con una dedicatoria especial.
A Rubén le gusta ir a ver a Boca. Se había hecho amigo de varios integrantes de la Barra, que por esa época tenía a Enrique Ocampo (Quique) como jefe y al Lechero como líder. Es un grupo ingobernable, que tiene enfrentamientos en casi todos los partidos. Con la hinchada rival y con la Policía. Pero a él eso no le gusta. Su presencia en ese grupo es absolutamente pacífica. Forma parte de los pasivos del grupo. Aunque tiene un rol importante: en tiempos donde todos los partidos se juegan a la misma hora, con su radio portátil Spika es el responsable de ir anunciando las novedades que llegan desde otros estadios, a través de la voz de José María Muñoz o de Bernardino Veiga. “Gol de Racing”. “Gol de Lanús”. “Gol de Huracán”, avisaba. Ese es su momento protagónico de cada domingo.
Se siente cobijado por sus amigos de la tribuna. Tanto es así que tiene un trato especial: en tiempos donde las banderas se guardan en bolsos y se trasladan bien custodiadas para evitar que alguien las robe, él es el único que tiene permitido trasladarla por su cuenta. Su bandera es especial: se la había cosido su madre. Es de tafetán (una tela similar a la seda) y mide unos 10 metros. Sólo le habían dado una condición: que para evitar un robo se la envuelva en el cuerpo. Rubén lo había entendido y aceptado. Es la manera en la que sus amigos le demuestran cariño. Se siente querido y cuidado.
Ese domingo River y Boca igualan 0 a 0 en el Monumental. Unos 15 minutos antes del pitazo final, los hinchas visitantes comienzan a prepararse para la desconcentración. En ese contexto, alguien ayuda a Rubén Ochoa a envolverse la bandera alrededor de su cuerpo. Una, dos, tres, cuatro, diez vueltas de una tela que lo cubre desde las axilas hasta la pelvis. Hace frío, así que eso es una protección más para él, que se abrocha el jean y se vuelve a poner el pullover, para cubrirla. Lo logra. Algo rígido por esa suerte de venda que lo convierte en una especie de momia azul y oro de las axilas hasta la ingle cada vez que juega Boca, inicia su retirada, deseoso de llegar a su casa y abrazar a su madre.
Pero ocurre lo impensado. En la salida de la Puerta 12 una barrera de 12 policías impide la libre desconcentración. Detrás de ellos, media docena de agentes a caballo (la Montada) reparte sablazos. Los primeros hinchas empiezan a retroceder. Los de más arriba, empujan hacia abajo, sin saber qué pasa. Hay apretujones, avalancha, desesperación, gritos, oscuridad, pisotones, silencio. Son más de 70 los fallecidos. Muchos más de los 71 que narra la historia oficial escrita por el gobierno de facto que lidera el general Juan Carlos Onganía. Uno de ellos es Rubén Ochoa, que muere envuelto en la bandera de Boca que le había cosido su amada madre.
Dos días más tarde, el muchacho es una de las 12 víctimas que son veladas en el Salón Azul de la Bombonera. Un numeroso grupo de muchachos, en respetuoso silencio, se acerca a despedirlo. Se trata de compañeros de la casa comercial Bonafide, donde él trabajaba. Todos, apenados y conmovidos, coinciden en afirmar que Ochoa poseía “un inclaudicable fanatismo por Boca” y que alguna vez había dicho que si moría no quería flores y si, solamente, que lo cubrieran con una bandera del club de sus amores. Y así ocurrió.
Ya en el cementerio, Agustín Arenas, secretario de coordinación de Boca, despide los restos en nombre de la institución: “Boca se hace presente en esta hora triste para el deporte nacional. Pero todos estamos unidos para llevar adelante nuestros colores y honrar la memoria de nuestro querido Ochoa. Descansad en paz, joven amigo. Si tu muerte ha sido una injusticia, Dios lo ha querido y todos debemos aceptarlo”.