Memo a Díaz y DeSantis: ¿También diremos ‘gracias, Fidel’ por lo que aprendimos en el exilio? | Opinión

Si se sigue la lógica del Partido Republicano de la Florida usada para establecer nuevos estándares académicos para la enseñanza de la historia negra, los cubanoamericanos del estado —que incluyen al comisionado de Educación, Manny Díaz Jr.— también podrían tener que reestructurar su propio capítulo.

Después de todo, en la reinventada Florida del gobernador Ron DeSantis, los males históricos tienen derecho a su giro positivo.

Si los africanos secuestrados de su patria y vendidos en Estados Unidos como propiedad —personas encadenadas, golpeadas, violadas y obligadas a trabajar de sol a sol sin paga— se beneficiaron de la esclavitud porque se les enseñó “habilidades laborales”, como se les dirá a los estudiantes de escuelas intermedias de Florida, entonces ¿de qué nos quejamos los cubanos?

Visto desde este prisma, los hermanos Castro nos hicieron un favor.

“¿Significa que ahora tenemos que decir ‘gracias, Fidel’ por obligarnos a exiliarnos y poder aprender todas estas nuevas habilidades que nos han permitido tener éxito?”, se pregunta Jorge Crespo, un republicano de Coral Gables que llegó a Miami a los 13 años en un Vuelo de la Libertad en 1966.

Tiene razón.

Todos aquellos médicos cuyas licencias expedidas en Cuba no significaron nada en el pasado y poco significan ahora, aprendieron mucho recogiendo tomates en Homestead y estacionando autos en el Fountainbleau Hotel de los años 60.

Nada del otro mundo. Imaginen el avance de los curanderos africanos que, en la versión de la esclavitud de DeSantis, se convirtieron en “herreros” agradecidos.

Del mismo modo, para todas aquellas maestras como mi madre que renunciaron a sus empleos en Cuba en 1965, negándose a adoctrinar a los niños, y vinieron a Miami a trabajar en una factoría, adquiriendo la útil habilidad de coser collares a cinco centavos la pieza hasta que le sangraban los dedos.

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Lección indignante

Hemos aprendido mucho en el exilio: casi todos los trucos del manual estadounidense, excepto lo que realmente significa la democracia: dar espacio a los partidos y opiniones contrarios. Pero, ¿quién cuenta los pecadillos mientras se ganen elecciones?

Es repugnante negar y blanquear la historia negra en un estado famoso por la violencia racial de los blancos contra los negros, desde las masacres de Ocoee y Rosewood hasta el asesinato de Trayvon Martin, de 17 años, en Sanford.

Este es un momento de la historia que exige un mayor conocimiento de los hechos, no menos, y desde luego, no endulzarlos.

Pero en la Florida, hogar de Donald Trump, el divisor en jefe original, y de su discípulo DeSantis, los prejuicios han crecido como la mala hierba.

En este estado dividido, se puede ver a hombres en camionetas ondeando la bandera confederada con orgullo en pueblos rurales y ciudades del norte. En un partido de football en Jacksonville, la alegría es apagada por un mensaje antisemita proyectado en un edificio y ondeado en la cola de un avión.

En la línea Miami-Dade-Broward de la I-75, vi a un anciano blanco colocar una bandera confederada sobre una rampa.

¿Qué tipo de luz positiva puede arrojar el estado sobre el infame incendio de casas, el saqueo de negocios y los asesinatos de 1923 de blancos a negros en Rosewood si las lecciones de la Florida están llenas de inexactitudes, como acusan los críticos?

Y qué vergüenza para nosotros, los cubanoamericanos, tener a uno de los nuestros dirigiendo el fanatismo en Tallahassee.

Díaz, hijo de exiliados cubanos que se establecieron en Hialeah, no debería participar en la burla que DeSantis llama “educación”.

“Me parece una figura siniestra. Es cubano. Debería saber mejor lo que hace”, dijo Crespo.

“Un personaje patético”, lo llamó el lector del Herald, Freddy López, en una carta al editor denunciando su postura sobre la historia negra “como si nunca hubiera habido cubanos negros en ninguna parte”.

Efectivamente.

La historia negra es la historia de Cuba.

La historia negra es la historia de Estados Unidos.

Afortunadamente no todos los cubanoamericanos —incluyendo a republicanos como Crespo, además de demócratas e independientes que me escriben semanalmente— aprobamos a Díaz y los de su calaña.

“Me hirvió la sangre”, me dijo Crespo, dentista jubilado. “Por lo visto, ahora los negros tienen que estar agradecidos por la esclavitud”.

No es demócrata, pero reconoce que está aquí por la política de inmigración del Partido Demócrata, y está harto de las costosas guerras culturales de DeSantis y de Trump, quien “me recuerda a Fidel”.

La buena noticia es que la mala política educativa de DeSantis le está pasando factura a su insípida campaña electoral.

Recientemente, cuando periodistas le pidieron que comentara el hecho de que incluso sus rivales republicanos le critican por su historia revisionista de los negros, DeSantis trató de distanciarse de su propia creación curricular pregonada.

“Yo no lo hice. No estuve involucrado en ello”, dijo.

Una mentira a calzón quitado del desvergonzado emperador del “antiprogresismo”.

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No pasa la prueba del prejuicio

Hay una prueba fácil para juzgar los prejuicios: ¿Lo que se dice de un grupo se sostendría si se aplicara al otro?

No, los cubanoamericanos nunca agradeceríamos a Fidel Castro nuestro exilio.

No, los venezolanos tampoco se lo agradecerían a Hugo Chávez.

No, no debe haber otra opción que rechazar el nazismo.

No, los planes educativos de DeSantis para los niños de la Florida no pasan la prueba del prejuicio.

De entre todos los floridanos, nosotros, en el sur de la Florida, deberíamos ver lo mal que está deshonrar la historia de otros haciendo que su sufrimiento parezca menor de lo que fue.

Cuando denigramos la historia de otros, deshonramos también la nuestra.

Santiago
Santiago