El incierto país donde mejor se habla español

La cuestión ocupa desde hace mucho tiempo a lingüistas inclinados al nacionalismo e hispanohablantes de intermitente ortografía. Como los conquistadores que buscaban El Dorado, estos apasionados del idioma sueñan con descubrir el país donde mejor se habla el español. Algunos reclaman para su tierra natal el honor y se enfrascan luego en defender el título. La porfía, aunque admirable por el tema que la enciende, no deja de ser absurda.

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Los colonizadores españoles dejaron en herencia un idioma que une naciones desde Asia hasta América Latina (EFE)

Más de 400 millones de personas utilizan nuestro idioma desde la cuna. Otros 100 millones son capaces de usarlo para comunicarse. La geografía del español confirma su diversidad: la comunidad hispanohablante se extiende desde Filipinas hasta Guinea Ecuatorial, el Sahara Occidental y Marruecos, asciende luego a España, y de ahí salta a América, donde salpica a Brasil y avanza en Estados Unidos.

En cada terreno donde ha germinado, el lenguaje de la eñe se ha nutrido de otras lenguas y ha crecido a la par de la historia local. Si bien su origen se remonta a la Castilla medieval, ningún ibérico o hispanoamericano sensato se atrevería a declarar a España como el referente de cómo deberíamos hablar español. En este sentido, la Real Academia Española (RAE) también se abstiene de declarar una norma regional que sirva de ejemplo al conjunto de naciones hispanas.

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En América Latina el español se enriqueció por la interacción con las lenguas autóctonas (AFP)

El botín americano

Días atrás el escritor catalán Eduardo Mendoza dijo a la agencia EFE que el mejor español se habla hoy en algunas zonas de América Latina. El intelectual calificó de “muy anquilosado” al idioma en España.

Ese criterio coincide con un diagnóstico realizado a inicios de este siglo en escuelas secundarias españolas. Los problemas de ortografía plagaban el uso de la lengua entre los estudiantes de ese nivel. Lingüistas señalaron entonces que en el país europeo se había descuidado la enseñanza del idioma, asediado también por la emergencia de nuevos medios de comunicación digital. El abuso de las abreviaturas, los anglicismos, la epidemia de la extraña k, el sacrificio de las tildes y la eñe sobre el altar de los teclados en inglés… la lista de amenazas es vasta y trasciende las fronteras españolas.

En América Latina el castellano se enriqueció por la interacción con los idiomas indígenas. En algunos países –Paraguay, Bolivia, Perú—el español comparte el estatus de idioma oficial con lenguas de los pueblos autóctonos. Además, ha trenzado durante siglos una relación estrecha con la lengua de otros colonizadores europeos, en particular el portugués, el inglés y el francés. Y por encima de todo, ha cohesionado a los habitantes de un inmenso territorio, “del Bravo a Magallanes” y más allá.

El peso demográfico de los hispanohablantes latinoamericanos desarma el argumento a favor de la superioridad del español empleado en la Península Ibérica. El seseo (pronunciación indistinta de la ce y la zeta como ese), tan criticado por un puñado de puristas, constituye prácticamente la norma pues la supuesta pronunciación castiza apenas reúne al 10 por ciento de los hispanos.

No obstante, claudicar ante el chovinismo lingüístico de algunos colombianos, peruanos o mexicanos –por solo citar a los más beligerantes en este tema— también sería un error. Como señaló el ex director de la RAE, José Manuel Blecua: “No existe una lengua mejor que otra. En ningún sitio se habla el mejor español del mundo”.

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El mejor español del mundo no se habla en Colombia, en Perú, en México o en otro país. El buen uso del idioma depende de sus hablantes (EFE)

El correcto español

El uso adecuado de la lengua española no depende entonces del lugar de nacimiento. Los colombianos se vanaglorian de una corrección que solo recuerda la voluntad de sus próceres por proteger el idioma heredado de los colonizadores. Los limeños reclaman el trofeo por haber sido la más importante ciudad del imperio en América del Sur, vieja historia que carece de sentido tras dos siglos de independencia. Nacionalismos miopes, alimento para rencillas de poca monta. Ni siquiera la relativa humildad de los chilenos, quienes se colocan entre los peores usuarios, revela una verdad absoluta.

La pronunciación tampoco otorga premios. Las caprichosas eses de cubanos orientales y dominicanos no los apocan ante la presunta neutralidad de otro acento latinoamericano o la variante “estándar” de ciertas zonas de Castilla.

Los amantes del español se distinguen del resto, en fin, por el respeto a la gramática, el rigor ortográfico, el afán por enriquecer el vocabulario y la adaptación de la norma a cada circunstancia de comunicación. Y por el desinterés por conquistar una quimera lingüística: el título de ser quien mejor habla la lengua de Cervantes.