Mejor apartarse de las redes sociales durante la campaña electoral

Hay precedentes sobre el nivel de influencia de las redes sociales en elecciones.
Hay precedentes sobre el nivel de influencia de las redes sociales en elecciones.

Las elecciones generales en España ya no son lo que eran. Aquella ilusión de los primeros compases de la democracia, el no dar por sentado el sufragio universal después de 36 años de franquismo, el ambiente festivo que se vivía cada cuatrienio… todo eso forma parte del pasado. Y no porque acudir a las urnas sea ahora casi como ir al estanco tras haber tenido el mismo número de comicios que Gordos de Navidad desde 2015, sino porque atrás quedó una manera distinta de hacer las cosas.

Aquellos momentos entre la convocatoria de elecciones y el inicio de la campaña se hacían eternos para los integrantes de cada partido. La prohibición de hacer publicidad o propaganda durante esa franja mediante carteles, anuncios en medios de comunicación, soportes comerciales etc se llevaba a rajatabla en un sistema prácticamente bipartidista que apenas le daba dolores de cabeza a la Junta Electoral.

De la noche a la mañana, las calles aparecían empapeladas con carteles de los candidatos de turno y el olor a engrudo formaba parte del paseo diario de los ciudadanos en pueblos y grandes ciudades. Se prestaba especial atención al eslogan del partido o a la foto de su líder y entonces comenzaban los mítines en las plazas retransmitidos por radio y televisión, los sobres publicitarios en el buzón y, desde 1993, los debates televisivos. Felipe González y José María Aznar rompieron el hielo con dos acaloradas contiendas que fueron presenciadas por un total de 19 millones de españoles.

Cartel electoral de Felipe González en 1986. (Carlos de Andres/Cover/Getty Images)
Cartel electoral de Felipe González en 1986. (Carlos de Andres/Cover/Getty Images)

Curtidos por la experiencia y la sobrexposición en los medios de comunicación, en la actualidad no se percibe la misma transparencia de aquellos gestos en los que el espectador captaba al vuelo el miedo, la valentía, la razón o el escapismo. La inexperiencia en televisión durante los noventa mostraba la vulnerabilidad y fortaleza de los candidatos de una manera más nítida. Ahora, todo está medido de manera cuasi robótica. Los debates siguen siendo definitorios, tanto que el 7,1 por ciento de los españoles cambió su voto tras los cara a cara que se celebraron en abril de 2019. Sin embargo, el nivel de influencia de esos enfrentamientos en el plató no tiene nada que ver con el impacto que internet y las redes sociales está teniendo en los electores.

Es a través de este medio universal desde donde se produce un bombardeo de información - legítima o no - que cambia percepciones y tendencias de manera dramática. La camaleónica y férrea Junta Electoral ha tenido que adaptarse como puede a los nuevos tiempos en los que su control ya no se limita a contabilizar la duración que cada candidato tiene en medios públicos con respecto a su resultado en las elecciones anteriores, o si se gasta o no en medios privados el 20 por ciento de la cuota económica asignada a cada partido según la Ley Orgánica del Régimen Electoral. Su extensión va más allá de darle un tirón de orejas a Pedro Sánchez por ser entrevistado en La Moncloa o a Quim Torra por poner lazos amarillos en edificios públicos. Las redes sociales son cosa mucho más seria y es en sus cloacas donde se extiende un hedor difícil de contener.

Los precedentes son espeluznantes en los casos de la victoria de Donald Trump en 2016 y en el Brexit, donde la enigmática compañía, Cambridge Analytica, se dedicó no solo a remover conciencias, sino a alimentar de manera teledirigida opiniones y puntos de vista con el objetivo de persuadir a la ciudadanía.

Christopher Wylie, extrabajador de Cambridge Analytica  (REUTERS/Brendan McDermid
Christopher Wylie, extrabajador de Cambridge Analytica (REUTERS/Brendan McDermid

“No es correcto describir a Cambridge Analytica como una compañía de ciencia de datos o algoritmos. Se trata de un servicio completo de maquinaria propagandística”, confesó Christopher Wylie, antiguo empleado, en el documental ‘The Great Hack’. El joven abrió la caja de Pandora de esta historia que la periodista, Carole Cadwalladr, descubrió para The Guardian.

Eso no es más que la punta del iceberg, el hecho concreto sobre un conglomerado donde la moral ya no existe. Cambridge Analytica se queda pequeña ante un gigante desconocido que va más allá de Facebook y que se concentra en esa nueva clase de poder de Silicon Valley cuyo modelo de negocio ha sido el de exponer los datos de millones de usuarios para manipular comportamientos humanos a una escala inimaginable. Tal es el caso de los 50 millones de perfiles de Facebook que fueron adquiridos con el objetivo de manipular al anteriores elecciones estadounidenses. Mientras tanto, los engaña bobos siguen haciendo su tarea a la perfección, como cuando Mark Zuckerberg acudió al Congreso de EEUU para rendir cuentas a unos legisladores que mostraron signos de suma ignorancia. Esto de la tecnología se les escapa de las manos, tanto que sus puestos dependen en gran medida de ella.

Gracias a la transparencia de Facebook sobre quién paga y gestiona los anuncios publicitarios en la red, la Junta Electoral pudo detectar al responsable de la publicación de varios anuncios en páginas específicas durante el periodo en el que no se permite la publicidad. Esas campañas tenían el objetivo de criticar al partido político a quien pertenecía la página o animar a la abstención. El autor fue un joven simpatizante del Partido Popular. Unidas Podemos también fueron advertidos tras una denuncia de Ciudadanos, pero siguieron con su dinámica ya que entienden que Facebook es un medio distinto a los tradicionales. Según publica El País, Más País y Vox fueron denunciados por el PP y retiraron su publicidad.

Mark Zuckerberg (REUTERS/Erin Scott)
Mark Zuckerberg (REUTERS/Erin Scott)

La Junta Electoral se ha tenido que ajustar a los nuevos tiempos, sin embargo, es difícil mantener un control preciso sobre esta maraña de anuncios cuyos responsables pueden multiplicarse y donde el ente u organización motriz puede pasar completamente desapercibido.

Entre la convocatoria de elecciones y la campaña electoral es ilegal hacer publicidad, pero desde el primero de noviembre ya hay vía libre para usar las redes sociales por parte de los partidos sin que haya una regulación específica más allá del límite económico. La publicidad puede llegar de muchas maneras: a través de perfiles falsos que bombardean páginas específicas haciéndose pasar por miembros que fingen tener la misma ideología, o a través de informaciones inventadas o deep fakes. Todos somos potencialmente sensibles a ser manipulados y es nuestra responsabilidad el resistirnos a estos inputs que pretender invadir nuestro subconsciente.

Mejor volver al eslogan, al olor a engrudo, a saber escuchar a nuestra intuición durante los debates y analizar los gestos de los candidatos, a empaparnos de la infinidad de entrevistas que están ofreciendo todos los líderes en televisión y radio, a leer, en definitiva, a apartarnos de las redes sociales física o intelectualmente o, en su defecto, a filtrar con más rigor y conciencia. Y por encima de todo, es necesario intentar ilusionarnos como sucedía antaño, tratar de olvidar que estamos frente a las segundas elecciones de 2019 y a no dar por sentados unos comicios que por muy soporíferos que parezcan, son muy necesarios.