Medio millón de apátridas en Tailandia: Sin derecho a tener derechos

Bangkok, 3 ago (EFE).- Tuk Chantorn nació en Bangkok y sus dos padres eran tailandeses, pero su nacimiento no fue registrado y a sus 62 años vive de facto como apátrida, una anomalía legal que afecta a cerca de medio millón de personas en Tailandia.

Después de una vida de reveses que incluye haber pasado 13 años en la cárcel y la muerte de dos hijas, Tuk quiere reclamar su ciudadanía para hacer cosas tan simples como ser atendida en los hospitales públicos, pero la falta de documentos la enfrentan a un kafkiano proceso burocrático.

DERECHO A TENER DERECHOS

Se trata de un caso especial en Tailandia, donde la mayoría de los apátridas son miembros de las minorías étnicas e hijos de inmigrantes, pero en la práctica ella carece de ciudadanía, considerada como el "derecho a tener derechos".

"A veces (los policías) quieren ver tu carné de identidad cuando sales, pero eso quiero tenerlo. También voy a tener algunos beneficios y derechos", explica a Efe Tuk, que sabe que nació en 1958 pero no el mes ni el día.

La tailandesa se pasa desde la mañana a última hora de la tarde en una pequeña tienda en la vivienda de sus parientes donde vende gaseosas, chuchería y pollo frito en un barrio de chabolas e infraviviendas en el distrito de Klong Toei, en Bangkok.

Como nunca fue a la escuela, Tuk es analfabeta, aunque conoce los números y sus vecinos la ayudan cuando recibe pedidos de comida a domicilio mediante una aplicación en el móvil.

Tuk no aclara si recibe algún salario, pero asegura que le cuesta pagar los 300 bat (unos 9 dólares u 8 euros) que paga semanalmente de medicinas para la hipertensión, algo que le saldría gratis si fuera reconocida como ciudadana tailandesa.

De acuerdo con el sistema legal, la forma de que Tuk reciba la nacionalidad es que demuestre con documentos que nació de padres tailandeses o su arraigo en el país, pero ella carece de ambos.

Con la ayuda de la Fundación Duang Prateep, un abogado está buscando en archivos algún documento que le permita obtener la nacionalidad, pero no ha encontrado nada y ni siquiera sabe cómo se escribe el nombre del padre.

La apátrida tiene un tío ya octogenario y con problemas de memoria y un primo que viven en Klong Toei, pero su abogado asegura que una prueba de ADN puede no ser suficiente para obtener la ciudadanía.

Fuentes de la agencia de la ONU para los refugiados (ACNUR) axplican a EFE que "estar indocumentado no es lo mismo que ser apátrida. Sin embargo, la falta de un certificado de nacimiento supone el riesgo de convertirse en apátrida".

Esto es así porque el certificado de nacimiento prueba dónde nació una persona y quienes son sus padres, "información clave requerida para determinar una nacionalidad", agrega ACNUR, que estima que hay 10 millones de apátridas en el mundo.

UNA VIDA MARGINAL

Tuk no solo es víctima de una laguna legal, sino que su vida también ha sido bastante disfuncional. Nació en Bangkok, pero su padre se separó de su madre y desde entonces vivió en distintos lugares con él y su nueva mujer.

Sobre los 10 años empezó a trabajar en una carnicería en el mercado de abastos de Klong Toei y, tras casarse a los 15 años, se convirtió en ama de casa y dio luz a tres hijas en los años siguientes.

Tuk explica que empezó a vender drogas por problemas económicos hasta que un día fue detenida con 2.000 pastillas de metanfetamina y condenada a 25 años de cárcel, de los que cumplió 13.

Dos de sus hijas murieron cuando ella estaba en la cárcel y su marido falleció poco después de salir de prisión hace tres años.

LOS NIÑOS DE LA CUEVA

ACNUR afirma que hay 474.888 apátridas contabilizados en Tailandia y agrega que las autoridades ha reconocido la nacionalidad a 100.000 personas desde 2008, con avances legales en este sentido.

La mayoría de estos apátridas que han conseguido la ciudadanía son miembros de minorías étnicas que viven en zonas fronterizas del país, como el entrenador y tres de los 12 niños rescatados de una cueva del norte de Tailandia en julio de 2018.

Las autoridades concedieron la ciudadanía a los cuatro un mes después de la operación que mantuvo en vilo a medio mundo para sacarlos de la gruta, donde habían estado unas dos semanas atrapados.

En la humilde tienda de Klong Toei, Tuk dice que no culpa a nadie de su situación, aunque aspira a conseguir algún día la nacionalidad y poder pasar el resto de sus días tranquila.

Sin contacto con la única hija que le queda viva, la tailandesa afirma que su único pasatiempo cuando no está en la tienda es ver jugar a los nietos de su familia de acogida.

Gaspar Ruiz-Canela

(c) Agencia EFE