Marco Trungelliti, salir del “ahogo” y un guiño filosófico del destino: campeón en África, el continente olvidado por el tenis
Cuando se quedó en la red el revés de Clement Tabur, un francés de 24 años que siendo junior ganó el trofeo de dobles en el Abierto de Australia, al argentino Marco Trungelliti (34 años) le despertó agacharse y darle varios golpecitos al polvo de ladrillo del Challenger de Kigali 2 (en Ruanda) , como en un gesto de añorada recompensa. A unos metros, en una esquina, como en cada partido de las últimas dos semanas, Susana Botta, la mamá del tenista argentino, levantó los brazos, emocionada. Profesional desde 2008, el tenis le dio alegrías a Trunge, pero también muchísimos sinsabores. El coraje que demostró en 2019, al confesar cómo rechazó un intento de soborno (entrar en una red de arreglos de partidos y apuestas, que en forma indirecta desencadenaría en castigos para tres jugadores argentinos), le provocó un estrés que lo afectó física y emocionalmente, limitándolo para competir. Pero el deporte (la vida), poco a poco, fue reparando sus heridas.
Si África es, de cierta manera, el continente olvidado por el tenis profesional, regiones como la del centro-este, donde se ubica Ruanda, es todavía más rezagada, distanciada de los países del norte con influencia deportiva francesa (Túnez, Marruecos) y del gigante del sur (Sudáfrica). El mes próximo se cumplirán tres décadas del inicio del genocidio ruandés, una masacre en la que fueron asesinadas, según cifras de la ONU, unas 800.000 personas, en su mayoría de la minoría tutsi. Observando hacia adelante sin olvidar el pasado, el país -con unos 14.000.000 de habitantes- se encuentra en un sensible y paciente período de reconstrucción. Y el deporte, en ese contexto, actúa como incentivo, como conexión a lo que vendrá, como cicatrizante de heridas profundas. Ruanda organizó por primera vez un torneo del Challenger Tour, la segunda categoría del tenis profesional (en realidad fueron dos, en semanas contiguas). En el primero, Trungelliti alcanzó la final: cayó con el polaco Kamil Majchrzak, 75° en 2022. En el segundo, obtuvo el título. En la definición venció a Tabur (225°) por 6-4 y 6-2.
Radicado desde 2018 en Andorra junto con su esposa, Nadir Ortolani, Trungelliti volvió a ser campeón de un Challenger después de cuatro años y cinco meses (Florencia, en septiembre 2019). El de Kigali, la capital ruandesa, a 1500 metros de altura (se utilizaron pelotas con menos presión), es su tercer título individual de la categoría. Se aseguró un valioso avance en el ranking, de casi treinta posiciones, hasta el 179° aproximadamente, que le permite entrar en la qualy de los Grand Slams. Pero, sobre todo, lo impulsa a continuar en el camino. Las lesiones lo persiguieron durante los últimos tiempos. Los pies, la cadera, el hombro... En Kigali tuvo algunos “pinchazos”, pero leves y de rápida recuperación.
“Ya estaba necesitando un título desde hacía bastante. Precisaba tener una alegría fuerte. No ganar hubiese significado un fracaso, aunque suene pedante. Necesitaba quebrar la mala racha de finales perdidas. Se empezaba a hacer un poco pesado. No quería pensar ni cuantas finales llevaba... Necesitaba salir del ahogo”, reconoció Trungelliti, ante LA NACION. Y añadió: “Necesitaba cambiar mis retos, hablar de objetivos más relevantes y no de supervivencia . Ahora ya me aseguré entrar en las clasificaciones de Roland Garros y Wimbledon , lo cual es muy bueno. No siento que jugué increíble, pero sí a nivel mental fue de lo mejor: nunca había hecho final en dos semanas seguidas. Es un buen golpe a la confianza, para saber que se puede. Mi mayor mérito fue el mental, que fue siempre mi problemita: en un mismo partido volaba a Hawaii y volvía, je. Acá se dio todo bien: teníamos muchas ganas de conocer la cultura desde el primer momento, todo fluyó y me sentí estable”.
Tras la victoria ante Tabur, el papá de Mauna (nacido en diciembre de 2022) se abrazó fuerte con Susana, su mamá (desde chica soñaba con visitar África), en un rinconcito del Kicukiro Ecology Tennis Club. En ese emotivo saludo con ojos humedecidos hubo mucho más que la celebración de un trofeo tenístico. Fue un desahogo. Fue la satisfacción de alcanzar un objetivo profesional sin traicionar sus valores desde chico. Luis Trungelliti, el papá de Marco, siguió todo a la distancia, por la computadora, desde Santiago del Estero. “No me largué a llorar porque me daba vergüenza, no quería soltar el llanto, pero fue hermoso tenerla ahí. Después del partido llamé a mi entrenador (Albert Portas) y le dije: ‘Estás en la cuerda floja; mi vieja me dio muy buenas indicaciones’. Se moría de risa”, aportó Trungelliti.
El nuevo campeonato tuvo un condimento emocional extra para Trungelliti. La última vez que había ganado un Challenger lo había hecho en compañía de su mamá y también de su abuela, Lela, que en 2018 se había hecho popular en el mundo del tenis por haber acompañado a Marco en el viaje de diez horas en auto desde Barcelona a París, a Roland Garros. Lela falleció en noviembre pasado. “El último título había sido con ella... Así que este trofeo es emocionante desde todos los costados”, dijo Marco, también muy satisfecho por haber mejorado el porcentaje de saques, un aspecto clave en el que viene trabajando desde hace tiempo (”Tener 70% de primeros saques hace que la cosa cambie. Dejé de hacer tantos segundos saques y disminuí el riesgo de la doble falta, algo que me atrapaba”). Para viajar a África, Marco no necesitó aplicarse la vacuna contra la fiebre amarilla porque ya la tenía, sin embargo sí lo hizo su mamá y, ambos, tomaron medicación por la malaria.
La emoción de Trungelliti junto con su mamá
There's nothing like a mother's hug 🫶#ATPChallenger | @tennis_rwanda | @AATenis pic.twitter.com/hyg6AEwKjP
— ATP Challenger Tour (@ATPChallenger) March 10, 2024
El Rwanda Challenger no es igual al de Piracicaba (Brasil), Oeiras (Portugal) o Aix-en-Provence (Francia), por citar sólo un puñado de torneos del calendario. El certamen ruandés, como publicó la web de la ATP, es “un reflejo del viaje transformador de la nación desde su traumático pasado. En lugar de intentar borrar este capítulo oscuro de la historia, ha adoptado un enfoque alternativo: promover la educación y honrar a los caídos”. Durante las dos semanas, el evento buscó tener un ambiente festivo, con pequeñas tribunas pobladas por adultos y muchos chicos, sin olvidar su pasado: se organizaron visitas para los jugadores al Memorial del Genocidio. Paul Kagame, presidente de Ruanda desde 2000 y aspirante a un cuarto mandato, fue uno de los que asistieron. Hasta Yannick Noah, el último francés en ganar Roland Garros (en 1983), hijo de un futbolista de Camerún (Zacharie Noah) y bandera social y multirracial del deporte, estuvo durante unos días en Kigali como embajador del torneo.
Marco Trungelliti was on fire 🔥#ATPChallenger | @tennis_rwanda pic.twitter.com/ugAuYqyLgJ
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“Ruanda se arriesgó al organizar el primer gran torneo en esta parte del mundo. Cuando se habla del norte de África, es algo diferente. En Marruecos y Túnez se celebran torneos desde hace mucho tiempo, pero en esta parte de África es algo completamente nuevo (...) Ojalá que sea el comienzo de algo enorme”, dijo, en atptour.com, el director del torneo, Arzel Mevelle. Hasta filosóficamente, incluso, que el campeón en Kigali haya sido Trungelliti (por su particular historia) es un guiño al destino.
Kigali will always be a special place for Marco Trungelliti 🤩#ATPChallenger | @tennis_rwanda pic.twitter.com/BYED5Mb5mq
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Es hora de volver a casa para Trungelliti. Lo esperan varias conexiones aéreas: Uganda, Estambul y Barcelona, para finalmente trasladarse en auto desde esa porción española hacia Andorra, donde lo esperan su mujer y su hijo. Un regreso agotador pero radiante, con una experiencia enriquecedora en el bolso que no olvidará y que, sin dudas, lo potenciará y lo ayudará a seguir.