Marcela Gómez, en Tokio 2020: la corredora que viene “del interior del interior” y busca batir una marca nacional histórica

Marcela Gómez: nadie más que ella creyó en poder ser olímpica
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“Jamás soñábamos que ella fuera a unos Juegos Olímpicos”, reconoce Javier Vizgarra, su “mentor”, como ella lo define. Asimismo Francisco Varde, amigo desde hace más de 15 años de la atleta, confiesa: “Nunca pensé que iba a mejorar su nivel, ni siquiera para llegar competir con las mejores de Argentina, impensado lo de la cita olímpica”. Ella es Marcela Cristina Gómez y no duda: “Yo fui la primera en creer que podía estar en unos Juegos Olímpicos”. Se lo aseguró al entrenador que tenía en ese momento, Humberto García, y éste le explicó la dificultad de la prueba de maratón, advirtiéndole: “Lo primero que tenés que lograr es sobrevivir a la distancia”. Ella sobrevivió a cuatro maratones, consiguió la mejor marca histórica de la Argentina y fue la única maratonista del país en clasificarse para Tokio 2020. Hoy repite: “¿Si yo no creo en mí, quién lo va hacer?”.

Gómez nació en las afueras de Tres Isletas, una ciudad chaqueña de 25.000 habitantes, ubicada en la puerta de ingreso al Impenetrable. A casi tres horas de viaje en auto a Resistencia, la capital: “Es el interior del interior”, define Marcela. Hija de José Gómez y María Barrientos, lanza el chiste: “Soy la hija de María y José”, y muestra una sonrisa ancha y blanca. No solo la hija, sino la única hija mujer entre cuatro hermanos varones. “Soy deportista gracias a ellos, hacer todo detrás de mis hermanos, correr, saltar, treparnos a las plantas. Esa fue la base que me formó sin darme cuenta, jugando”.

Los hermanos le educaron el cuerpo, y los padres, el espíritu. “Siempre me enseñaron que no soy más que ningún otro. Que tengo que respetar a todos pero no temer a nadie”, replica Marcela con convicción, casi como si estuviera escuchando a sus padres en ese momento: “Vos sabés que sos especial me decían. Pero si te creés mejor te va a lleva a trabajar menos, y todo se basa en el trabajo duro”.

En el interior del interior llegó a practicar atletismo con su mentor Javier Vizgarra, pero al terminar la secundaria dejó el deporte. Se fue a estudiar a la capital de Corrientes el profesorado de Educación Física y, en un viaje a una carrera con un grupo de atletas (allí estaba Francisco Varde), conoció en Oberá, Misiones, a su actual esposo Sebastiao Cordeiro, un corredor brasileño. En el 2011 se fue a vivir a Brasil y un año más tarde Sebastiao la convenció para que se dedicara en serio a correr, ya que le veía condiciones. “Yo no creía que el atletismo podría ser un trabajo, que se podía vivir de correr”, reconoce Marcela. A partir de ahí, la historia corrió muy rápido.

Se inició en carreras de 5 y 10 kilómetros y al poco tiempo, a fuerza de victorias, logró ganarse su sueldo. Debutó en la maratón de Río de Janeiro en 2018 con 2h47m52s, la convocaron para la selección argentina y en Buenos Aires marcó 2h42m38s. “No conocía la ciudad hasta que fui a correr. Igual, del circuito lo único que recuerdo es el Obelisco”, admite Marcela. Al año siguiente volvió a la ciudad que seguía casi sin conocer y llevó su registro a 2h34m52s. “Después de esas tres maratones sí, ya estaba para buscar la marca olímpica”, explica Marcela. En febrero de 2020 largó la maratón de Sevilla y acá la historia ingresa en el sprint final.

“Hice una preparación perfecta”, recuerda Gómez sobre las semanas previas que pasó en la altura de la ciudad de Paipa, Colombia, a 2500 metros sobre el nivel de mar. Lista para largar, en los planes tenía un grupo de atletas con quienes buscar la marca mínima olímpica en los 42 km. Pero los planes no llegaron ni al 10 y para el kilómetro 15 ya iba corriendo sola contra el reloj. “Dudé si había sido buena decisión quedarme sola”, reconoce Marcela “pero ya no podía hacer nada”. En sí, lo único que podía hacer era correr, aunque sea sola, hasta la línea de llegada.

“Cuando vi el reloj en 28 minutos fue una mezcla de alivio, emoción, euforia, todo. Al cruzar la línea, la cabeza quedó en blanco por unos cinco minutos, después de tanto sacrificio: se logró”, cuenta Gómez, que paró el reloj en 2h28m58s, más de medio minuto debajo de la marca mínima y también récord argentino, un registro que llevaba dos décadas imbatible. “La verdad hacer el récord no me importaba”, confiesa la atleta, que vive en Maringá, estado de Paraná. “Yo quería ir a los Juegos. Haber bajado la marca (que era 2h30m32s) y no obtener la clasificación hubiese sido muy frustrante”.

“Durante mi preparación, todo fue costeado por mi esposo y por mí. Yo no tenía patrocinios, club, equipo, beca, ni nada. Fue un trabajo hecho a pulmón”, cuenta sin rencor pero con firmeza Marcela. “Haberlo conseguido, para mí fue una satisfacción personal y una demostración de que sí se puede. Muchos se quejan de que no reciben apoyo, de que nadie quiere ayudar ni abrirte las puertas. Si vos querés, lo conseguís. Tenés que desearlo y trabajar para eso. El esfuerzo es el doble, pero la satisfacción es el triple”.

El sueño mayor de todo atleta es estar en los Juegos Olímpicos. Para un corredor argentino, significa pasar a la inmortalidad deportiva, a partir de ahí hasta su apodo cambia, para siempre será “el olímpico”. “Me preguntaron muchos: ¿por qué no lloré al clasificarme? pero yo lo tomé como que fui a hacer mi trabajo. No soy muy emotiva, hice lo que tenía que hacer y ya”.

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Lleva una década lejos de su tierra natal; cambió de paisaje, de amigos y de idioma. Está bien en Brasil, “Sebastiao [su esposo] es mi principal fan deportivo, es el número uno de mi equipo”, cuenta orgullosa, pero también añora viejas y deliciosas costumbres: “El dulce de leche, el asado y el mate es lo que más extraño, pero principalmente esto último. Si en un grupo hay mate, hay conversación, hay risa. En Colombia me han llegado a preguntar si estaba tomando marihuana”, relata entre carcajadas.

-¿Entonces te gustaría en algún momento volver a vivir a Argentina?

-“No me gustaría por la situación actual, ni siquiera quisiera que algún día mi hijo nazca allá. No porque no ame mi país, yo elegí representar a Argentina. Pero te ponen tantas trabas..., hoy es absurdo ser argentino”.

A poco de vestir la musculosa celeste y blanca en Tokio, Marcela no tiene sueños chicos: “Quiero hacer algo grande para mi país, lograr el mejor registro histórico en unos Juegos Olímpicos [Griselda González en Atlanta 1996 terminó 19na con 2h35m12s]. Yo voy a buscar mi mejor marca, el puesto viene solo. Imposible es un límite que uno se pone”.

“Marcela es testaruda, cerrada, muy cerrada, no se va a abrir a quien no la trata”, la describe Francisco Varde. “Así es también cuando se pone una meta, porque la va cumplir. Es muy estricta para comer, para entrenarse, para todo. Tiene mucha fortaleza, ganas, voluntad. Para su objetivo no hay fines de semana, ni vacaciones”.

También así recuerda Javier, su mentor, a esa chica morocha y flaquita que se fue de Tres Isletas con 18 años: “Jamás pensamos que un tresisletense iba a estar en los Juegos, y ahora todos los programas de radio de acá hablan de ella”.

“Lo difícil del maratón es prepararla, no correrla, es una preparación mental”, explica y agrega la hija de María y José: “Quiero estar entre las mejores, no llegué hasta Tokio solo para sacarme una foto”.