Una alternativa a la ‘mano dura’ contra la violencia en México y Centroamérica

Ni la policía, ni el ejército, ni los tribunales, ni las cárceles, ni las cruzadas internacionales… Nada ha detenido el torbellino de violencia que asuela a México, Honduras, El Salvador y Guatemala desde inicios de la pasada década. Las políticas de ‘mano dura’ no han conseguido estrangular la hidra del crimen organizado que, como el monstruo mitológico, resurge fortalecida tras cada golpe de las autoridades.

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Una escena demasiado común en Honduras, El Salvador, Guatemala y México, que las políticas de ‘mano dura’ no han logrado borrar. (AP)

Aunque los gobiernos regionales se empeñan en emplear la fuerza para combatir a las pandillas y desarticular las redes del narcotráfico, las estadísticas demuestran el fracaso de ese enfoque. Las tasas de homicidios en el llamado Triángulo de la Muerte centroamericano han alcanzado niveles que la Organización de Naciones Unidas cataloga de epidémicos. En la salvadoreña San Pedro Sula se cometen 111 asesinatos por cada 100.000 habitantes, solo superada en América Latina por Caracas. San Salvador sigue de cerca con 108 (en New York esa cifra ronda los cuatro homicidios).

Una investigación publicada recientemente por la USAID propone un radical cambio de perspectiva en la búsqueda de la paz en la zona. El estudio, que revisó más de 1.400 estudios sobre reducción de la violencia y visitó comunidades de Centroamérica y Estados Unidos, apuesta por un enfrentamiento más dirigido a manifestaciones específicas de la criminalidad –como el uso de armas de fuego—y a los protagonistas –jefes de pandillas y sicarios.

La propuesta aspira a devolver a la ciudadanía la confianza en las autoridades y ofrecer a las medidas una sólida base científica que les permita sostenerse, a pesar de los vaivenes de la política local.

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Las investigaciones consultadas por la USAID aseguran que en una pandilla solo algunos de sus miembros son verdaderos asesinos. (AFP)

Cambiar mentes y almas criminales

El reporte de la USAID destaca dos estrategias particularmente prometedoras: la disuasión focalizada y la terapia comportamental cognitiva. Dichas así, en jerga académica, estas soluciones pueden parecer ajenas a la dura realidad de la guerra entre las pandillas centroamericanas y los cárteles mexicanos. Pero la explicación nos convence del sentido común detrás de cada una.

La primera idea se sustenta el trabajo conjunto de las autoridades, los servicios sociales y los líderes comunitarios sobre grupos determinados para erradicar comportamientos específicos. Digamos, por ejemplo, el acercamiento a una pandilla en particular o los jóvenes de cierta edad, con el objetivo de convencerlos sobre las ventajas de no usar armas de fuego.

En lugar de campañas masivas contra el crimen, los medios de persuasión se concentran en personas con nombre y apellidos, residentes de un barrio. Las promesas de ayuda deben ir siempre acompañadas con amenazas creíbles sobre cómo se hará cumplir la ley si no ocurre el cambio de actitud solicitado.

A pesar de la efectividad probada en otros contextos de este tipo de disuasión, los autores del estudio de la USAID reconocen que en el también llamado Triángulo Norteño podría enfrentar varios obstáculos. La dudosa capacidad y legitimidad de las fuerzas del orden en El Salvador, Honduras y Guatemala, así como la arraigada desconfianza de las comunidades en los agentes policiales, constituyen retos para quienes quieran aplicar esa estrategia. Por otra parte, las bandas criminales en la región han acumulado un poder muy superior a sus pares en Estados Unidos.

La segunda estrategia trata de transformar el pensamiento distorsionado y el comportamiento de jóvenes criminales. Los especialistas consideran que mediante técnicas como el entrenamiento de habilidades cognitivas, el manejo de la agresividad y el trabajo para evitar recaídas, desarrollar un sentido moral en los individuos y adoptar conductas socialmente aceptables, los miembros de las pandillas pueden salir de la noria de la violencia.

Para garantizar el éxito de ambas intervenciones, la USAID enumera seis elementos: la necesidad de concentrarse en personas, lugares y comportamientos particulares; la prevención; la legitimidad que se alimenta de intercambios positivos entre las autoridades y la comunidad; la disponibilidad de recursos; la definición clara de una teoría del cambio y la cooperación con la sociedad.

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Las políticas de ‘mano dura’ no han conseguido reducir de manera notable la criminalidad en México y Centroamérica. (AP)

La estéril mano dura

La propuesta de la USAID no apunta a las causas profundas de la criminalidad en México y Centroamérica. El auge del tráfico de drogas responde a una demanda sostenida en Estados Unidos. La impotencia de los gobiernos locales deja al desnudo la corrupción omnipresente y demuestra el fracaso de políticas que ponen énfasis en la represión. Y como telón de fondo la pobreza, la precariedad de economías que nunca han dado sus frutos a las mayorías sino a una reducidísima elite.

Pero la ‘mano dura’ no golpea. Más bien ha estimulado el crimen. Las prisiones desbordadas se han convertido en incubadoras de criminales donde se coordinan las redes del narcotráfico y otros negocios oscuros. Los jóvenes eligen entre morir en las maras o morir en el camino a Estados Unidos. Sobrevivir es casi un milagro.

Entonces, a los gobiernos de esta sufrida región no les queda otra opción. Las estrategias de la USAID, si bien no desterrarán la violencia, quizás ofrezcan el alivio necesario para emprender otros cambios definitivos.