"Mamá, ¿así se hace para tener la piel blanca?".

Ana Peleteiro es mulata. O mixa. O negra. O como quiera ella llamarse. Sólo ella tiene todo el derecho del mundo a calificarse como le dé la gana, porque para eso ha sufrido lo que significa tener un color de piel distinto a la mayoría.

Sí, aquí, en España.

"¿Qué cojones hace Peleteiro hablando de discriminación. Que deje ya de enfrentar a los españoles y politizar el deporte", lanzan sus críticos, en un vómito de insultos a la medallista olímpica gallega.

(Photo by Berengui/DeFodi Images via Getty Images)
(Photo by Berengui/DeFodi Images via Getty Images)

Ana Peleteiro no está enfrentando a los españoles. Enfrentarnos sería no contarlo. Sería esconder la discriminación. Las miradas raras desde que era pequeña. Los cuchicheos.

A veces es un pequeño velo casi imperceptible. Otras, un trueno clamoroso como el hecho de que ni los dirigentes del PP y VOX la hayan felicitado por su medalla. Ni a ella, ni al gimnasta canario Ray Zapata. Y no es casualidad. Es algo que han sufrido casi todas las personas con un color de piel distinto al -mal llamado- carne.

Como Bruno. Llamémosle así.

Hasta el día en el que ese niño de cuatro años se rebozó en harina, su madre no pensó que estuviera pasando algo. Lo había adoptado un par de años atrás en un país sudamericano, y desde que llegó, el pequeño era feliz. En casa y en el colegio. Su madre, amiga mía, estaba atenta a cualquier pequeño signo de discordancia o molestia. Pero un día Bruno se tiró un kilo de harina por encima. "Hijo, ¿qué haces? ", le preguntó ella, pensando en una trastada. El niño tenía cuatro años. Pero su respuesta la descolocó. "¿Es así como hacéis para tener la piel blanca?"

"Que no, que no somos racistas, que dejaos de películas que solo quieren perjudicar políticamente, que pesada la Peleteiro esa, lo que pasa es que es una izquierdista resentida anti-VOX".

Sólo Ana Peleteiro puede relatar su historia.

Pero yo me quedo con algo más: el orgullo con el que luce la bandera española.

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