En una maltrecha ciudad ucraniana, la batalla más reciente es contra el invierno

Un bombero del Departamento de Servicios de Emergencia 21, la única estación de bomberos en Limán, Ucrania, apaga un incendio en una casa abandonada, el 6 de diciembre de 2022. (Tyler Hicks/The New York Times)
Un bombero del Departamento de Servicios de Emergencia 21, la única estación de bomberos en Limán, Ucrania, apaga un incendio en una casa abandonada, el 6 de diciembre de 2022. (Tyler Hicks/The New York Times)

LIMÁN, Ucrania — Durante el invierno, en época de guerra cualquier cantidad de obstáculos puede dificultar la vida de los bomberos en Limán.

El servicio de telefonía celular es tan malo en esta ciudad del este de Ucrania que hay muchas probabilidades de que no se pueda hacer una llamada de emergencia. El agua es escasa, lo cual hace que el único camión de bomberos de la ciudad solo tenga agua suficiente como para apagar una llamarada. Algunas calles de las afueras de esta ciudad son intransitables por las minas y las municiones que no han explotado.

Además, está el problema de las ventanas.

Después de que la guerra pasó por Limán como una ola destructiva que duró un mes y los obuses dañaron y destruyeron los vecindarios, miles de ventanas quedaron destrozadas; así que los trabajadores del Departamento de Servicios de Emergencia 21, la única estación de bomberos que funciona en Limán, casi siempre están ocupados con una tarea difícil pero importante: cubrir las ventanas destrozadas y los techos dañados ahora que está llegando el invierno.

“Todo había comenzado en el invierno y ha vuelto a llegar en el invierno”, comentó Andriy Liakh, un funcionario de emergencias de 33 años procedente de un pueblo vecino que ahora trabaja en Limán quien calcula que no más del 25 al 30 por ciento de los edificios de Limán son irreparables, lo cual significa que hay mucho trabajo por hacer con el fin de salvaguardar el resto.

Poco después de los intensos bombardeos al inicio de la guerra, de la ocupación rusa en la primavera y el verano y de la liberación ucraniana en el otoño, el personal del departamento de emergencias poco a poco va reconociendo una ciudad radicalmente distinta. Los recursos y los trabajadores son pocos y las temperaturas continúan en descenso, lo cual hace que las condiciones sean mucho muy complejas.

Este mes, los periodistas de The New York Times pasaron un día con los bomberos de la estación 21 mientras reparaban los edificios y atendían el incendio de una casa de Limán que tenía una pequeña ventana hacia una ciudad ucraniana que está entre la destrucción y, esperemos, la reconstrucción. El ruido de disparos en la línea de combate se escuchaba cerca.

Un bombero del Departamento de Servicios de Emergencia 21, la única estación de bomberos en Limán, Ucrania, el 6 de diciembre de 2022. (Tyler Hicks/The New York Times)
Un bombero del Departamento de Servicios de Emergencia 21, la única estación de bomberos en Limán, Ucrania, el 6 de diciembre de 2022. (Tyler Hicks/The New York Times)

“Somos personas adultas que conocemos nuestro oficio y sabemos lo que se necesita”, señaló Liakh, un hombre bien afeitado y de aspecto cansado.

A medida que llegan los meses más fríos y la guerra continúa, el invierno se ha convertido por sí mismo en un arma. Los incesantes ataques de Rusia a la infraestructura ucraniana han dejado a miles de personas sin energía eléctrica, quienes viven helándose en los sótanos y acurrucados alrededor de estufas de leña. El jueves, Moscú emprendió uno de sus ataques más extensos mediante una avalancha de drones y misiles crucero dirigidos a la red eléctrica del país en Kiev y otras ciudades importantes.

Cerca de los frentes de combate, las gélidas temperaturas forman parte de la vida en pueblos y ciudades que no han tenido energía eléctrica durante meses. Los residentes sobreviven gracias a que acumulan leña, racionan el combustible para los generadores y se abrigan. En las trincheras de los campos de batalla, los soldados rusos y ucranianos tienen que combatir congelamientos, hipotermia y comer alimentos fríos durante semanas; además, siempre están expuestos al lodo resbaladizo y a los charcos que les llegan hasta las rodillas en los días que hace menos frío y al suelo congelado y duro durante las noches más frías.

Este mes llegó una llamada vespertina para el pequeño equipo de la estación 21 poco antes de que el cocinero terminara de preparar un abundante almuerzo con carne y fideos en una vieja cocina de campo de la era soviética en la parte trasera. Se estaba incendiando una casa en el norte de la ciudad y el almuerzo tendría que esperar.

Fue un milagro que la estación hubiera recibido esta llamada de emergencia. Más o menos a las 11 de la mañana, cuando los empleados de mantenimiento comenzaron las labores diarias de reparación de la red eléctrica de Limán, fueron apagadas las torres de telefonía celular de la ciudad. El incendio, que comenzó alrededor de la 1 de la tarde, fue visto por un vecino que tenía algo de señal en su teléfono celular.

Pero en vez de llamar al número de emergencia central de Limán, se comunicó a la central de una ciudad cercana, la cual después se comunicó a la estación 21 por Starlink, un servicio de internet vía satélite que se usa mucho en Ucrania, sobre todo en las zonas de combate. El viejo camión de bomberos rojo con blanco de modelo soviético de la cuadrilla acudió estrepitosamente hasta el lugar de los hechos.

Cuando llegaron a la humilde vivienda, el incendio se podía controlar. Vestidos con chalecos antibalas (un recordatorio de que la amenaza de bombardeo en Limán seguía vigente), los bomberos se dieron a la tarea de extinguir el fuego. El incendio no era muy grande, por lo que esta vez no se quedaron sin agua.

“La casa está abandonada; el propietario se fue a otro lugar y alguien sin hogar pasaba la noche ahí y calentaba la estufa”, comentó Serhiy, un inspector de seguridad de 43 años, alto y experimentado.

“La estufa estaba descompuesta, pero, de todas maneras, quería calentarse”, afirmó parado en el patio mientras sus compañeros bajaban de la azotea y enrollaban la manguera de incendios. “Esta persona inició el fuego y huyó. Los vecinos lo vieron a tiempo”.

Con una ventana rota, un agujero en el techo y algunos muros derruidos, la casa estaba intacta en su mayor parte. Muchas otras de esa calle habían tenido peor suerte y los bombardeos las habían reducido a montones de escombros o cascarones negros. Este vecindario había sido arrasado en el conflicto, pero era considerado la zona menos deteriorada de la ciudad.

En una ciudad tan dañada como Limán, la vida de la población se ha enfocado durante varios meses en la supervivencia del día a día. Algunos de los desafíos que enfrenta de manera cotidiana apenas ha comenzado hace poco para las personas a las que les acaban de arruinar su infraestructura.

“Los territorios desocupados cerca del frente de combate están mejor preparados para el invierno que toda Ucrania”, afirmó Serhiy Lipskyi, director adjunto del Servicio de Emergencias de la comunidad territorial de Limán.

“La gente de aquí sabía que el invierno iba a llegar y que no habría ni gas ni electricidad ni calefacción… nada”, añadió.

Algunos residentes se mudaron de la zona bombardeada del sur a la casa de sus familiares o a casas abandonadas en otras partes de la ciudad con la esperanza de que ahí fuera más fácil sobrevivir. Otros vivieron como miembros de comunas en los sótanos de los edificios de varios pisos, las cuales se formaron cuando la gente pasó meses bajo tierra, protegiéndose de los intensos bombardeos.

Kateryna, una mujer mayor que gestiona parte de la ayuda humanitaria que llega a la ciudad desde un jardín de niños abandonado, se mudó de su apartamento a la casa de su suegra para poder calentarse con una estufa de leña.

“Nos dijeron que no hay ni habrá calefacción en las viviendas”, comentó. “No hay problema. Sobreviviremos. Nos las arreglaremos. Tenemos que superarlo”.

© 2022 The New York Times Company