Males tiroideos, enfermedades femeninas e invisibilizadas: de la Mona Lisa a la actualidad


El diagnóstico llegó más de dos siglos después de que se volviera famosa en todo el mundo. El tono amarillento de su piel, una línea de cabello que retrocede en la frente, la ausencia de cejas y el cuello que insinúa bocio respaldan la hipótesis de que Lisa Gherardini sufría hipotiroidismo severo. Pero quizás el menos obvio de sus síntomas —una debilidad muscular— fue el que le dio la fama mundial a su media sonrisa.

En su artículo “La Mona Lisa descifrada: el encanto de una realidad imperfecta”, Mandeep R. Mehra, director médico del Brigham and Women’s Hospital (BWH), y Hilary R. Campbell, asistente de la vicerrectora de Investigación de la Universidad de California, sostienen que la enigmática expresión capturada por Leonardo da Vinci sería consecuencia de “algún retraso psicomotor y debilidad muscular que le impedirían sonreír abiertamente”.

La Mona Lisa llegó al Museo de Louvre en París en 1797. El análisis de los médicos, publicado en 2018 por la Mayo Clinic, plantea que la Gioconda pudo haber adquirido la enfermedad tras dar a luz en 1502.

Mehra y Campbell consideran hipotiroidismo como el diagnóstico más probable, pero admiten que podría haber lugar a otra verdad. Casi cinco siglos después de la muerte de Lisa Gherardini (1479-1542) la ciencia médica ha dado pasos agigantados. Hoy una persona puede ser diagnosticada con alguna disfunción de la tiroides en cuestión de horas a partir de una muestra de su sangre.

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Los resultados de un estudio así, llamado perfil tiroideo, llegaron a las manos de Rebeca Robles en 2011, poco antes de cumplir 30 años. Al ver sus rangos hormonales en aquella hoja su médico le dijo que padecía hipertiroidismo.

Hipo e hiper son los extremos de un espectro que comprende a las enfermedades relacionadas con la función de la tiroides. El hipotiroidismo ocurre cuando esa glándula produce menos hormonas y el metabolismo se ralentiza; el hipertiroidismo, cuando secreta hormonas en exceso y el organismo se acelera. La Clasificación Internacional de Enfermedades vigente (CIE10) reconoce nueve formas de hipo y ocho de hipertiroidismo o tirotoxicosis.

“Llevaba varios meses en que comía muchísimo y no ganaba peso. Mido 1.59 y pesaba 45 kilos. También mi actividad estaba exacerbada: de por sí siempre fui muy activa, pero era más”, cuenta Rebeca.

Ella notó esos cambios, pero no los percibió como una señal de alerta. Vivía, trabajaba y maternaba en la Ciudad de México, la segunda urbe más poblada de América Latina: pensó que era estrés.

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Tras el diagnóstico, su médico le prescribió un medicamento y le indicó no hacer ejercicio para no afectar su corazón, pero no mejoró.

“Me sentía fatal con la medicina: acné, una sensación de acaloramiento espantosa (…) Me sentía ansiosa, cansada, retenía muchos líquidos y tenía tanta debilidad que no podía cargar a mi hija de cuatro años”, relata a diez años de ese episodio.

El endocrinólogo cambió el tratamiento por yodo radiactivo, que destruye las células tiroideas hiperactivas, reduce el tamaño de la glándula e invierte la sobreproducción de hormonas. Le explicó que su nueva condición sería la opuesta, hipotirodismo, que sería más fácil de controlar.
Rebeca empezó a sentirse agotada. Se le caía el cabello, las pestañas y las cejas. Y tenía sueño todo el tiempo: le era imposible leer o hacer operaciones matemáticas simples.

En 2013, sumida en depresión, renunció a su último empleo. “Ya no soy productiva, ya no sirvo”, sentía.

ENFERMEDADES MÁS BIEN FEMENINAS

La tiroides es una glándula endocrina con forma de mariposa localizada en el cuello. Las hormonas que produce influyen en la digestión, la reposición de células muertas, las contracciones musculares, el ritmo cardiaco y la temperatura corporal. Incluso en la respuesta inmunológica a infecciones como el covid-19.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), las patologías tiroideas son las disfunciones endocrinas más comunes en el mundo, después de la diabetes. Y son enfermedades más bien femeninas: hay entre cuatro y diez mujeres diagnosticadas por cada hombre, según especialistas y diversos estudios clínicos consultados, así como estadísticas de instituciones de salud mexicanas obtenidas por transparencia para este reportaje.

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Hoy una persona puede ser diagnosticada con alguna disfunción de la tiroides en cuestión de horas a partir de una muestra de su sangre. (Ilustración: Ivette Espinosa)

El hipo e hipertiroidismo, las más comunes, suelen presentarse de forma subclínica o leve. El hipotiroidismo, de prevalencia mucho mayor, avanza despacio y sus síntomas se confunden fácilmente con estrés, cansancio o envejecimiento natural. Como no son mortales ni causan incapacidad, estos padecimientos tienen menos prioridad para el sector salud que otros como la diabetes o la hipertensión.

“También hay que enfocarlo desde el punto de vista del impacto. Claro, para cada individuo que tiene un padecimiento es el más significativo, pero en cuestión de salud pública tenemos que situar esta parte”, dice Alejandro Sosa Caballero, otrora presidente del Consejo Mexicano de Endocrinología y especialista en enfermedades tiroideas.

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Ni la Secretaría de Salud (SSa) ni el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), las instituciones de salud más grandes en el país, recopilan datos de incidencia y prevalencia de estos padecimientos, según respondieron a solicitudes de transparencia. Y con excepción de una campaña anual en mayo con motivo del Día Mundial de la Tiroides, el sector no promueve un tamizaje para grupos de riesgo, como mujeres embarazadas, que planean o no consiguen embarazarse; mujeres en la menopausia y población mayor de 60 años con síntomas.

“En este tipo de enfermedades, que no representan una carga tan fuerte para los sistemas de salud sobre todo en el aspecto económico, se tiende a no tener datos epidemiológicos tan robustos”, reconoce Liliana Muñoz, investigadora en la Unidad de Investigación de Enfermedades Metabólicas en el Instituto de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán (INCMNSZ).

En 2017, en su libro Grupos relacionados con la atención ambulatoria de las enfermedades endocrinas, nutricionales y metabólicas, el IMSS estimó que un paciente de hipotiroidismo le cuesta anualmente entre 7,000 y 11,000 pesos; uno de hipertiroidismo, de entre 10,000 y 18,000 pesos anuales. En contraste, el diagnóstico y tratamiento de diabetes mellitus inicia arriba de 96,000 pesos anuales.

La atención de enfermedades tiroideas también se ve afectada por la falta de perspectiva de género y el androcentrismo. Las pacientes se sienten “locas”, mal atendidas y abandonan el sector público, para encontrar en el sector privado un trato similar, pero más costoso.
Más información, un diagnóstico oportuno y una atención integral a estas enfermedades evitaría a las pacientes —sobre todo mujeres— síntomas y situaciones que merman su calidad de vida. Probablemente, también ahorraría costos al sistema público de salud, al reducir cuadros complejos, que son más caros.

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“Creo que a nivel de costos no implicaría una gran derrama para el sistema de salud. Y estaríamos ganando mucho en diagnósticos oportunos porque los síntomas de este tipo de enfermedades alteran la calidad de vida de las personas”, coincide la doctora Liliana Muñoz.

GRAN INCERTIDUMBRE SOBRE LA PREVALENCIA

Hasta mediados de la década de 1980, las enfermedades tiroideas se atribuían a la deficiencia de yodo en la dieta, pero actualmente México y la mayoría de los países desarrollados tienen suficiencia de yodo. Investigadores de Reino Unido y Alemania enlistan que la genética, la etnicidad, el sexo, el consumo de alcohol o cigarro o padecer enfermedades autoinmunes también influyen en su aparición.

Tampoco se sabe muy bien por qué son enfermedades tan abrumadoramente femeninas: la OMS estima que afectan a diez mujeres por cada hombre en el mundo. Se supone que es porque ellas están más expuestas a cambios hormonales que los varones a lo largo de su vida.

La disfunción tiroidea más frecuente es el hipotiroidismo. Como las instituciones de salud más importantes no registran los diagnósticos, hay gran incertidumbre sobre su prevalencia en la población mexicana. Estudios consultados apuntan que existe una horquilla de entre 8.7 y 20 por ciento de adultos afectados; es decir, entre 5 millones y 12 millones de personas. Este porcentaje puede subir al 23.7 por ciento (14 millones) si se amplía el espectro y se toma en cuenta cualquier disfunción tiroidea.

Del hipertiroidismo, la propia Guía de Práctica Clínica que maneja el sector salud señala que “no se conoce la prevalencia en nuestro país”.

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A diferencia de las respuestas del IMSS y la SSa a las solicitudes de información, la Secretaría de Marina (Semar) entregó una relación de diagnósticos desagregada por edad y sexo. Sus servicios de salud hicieron 1,817 diagnósticos de enfermedades tiroideas en los últimos siete años (2015 a 2021). De estos, 1,595 fueron en mujeres y 222 en hombres.

Hubo 1,265 mujeres diagnosticadas con hipotiroidismo, frente a 175 varones; una relación de siete mujeres por cada hombre. De hipertiroidismo hubo 82 mujeres diagnosticadas frente a 18 hombres; es decir, más de cuatro mujeres por cada varón.

Nashielly Cortés, académica del Centro de Investigación y Estudios de Género de la UNAM, explica que “la patología sí se construye de manera distinta para hombres y mujeres por sus características biológicas”.

Rebeca Robles, por ejemplo, dejó de atenderse en el Seguro Social de la Ciudad de México porque se sentía ignorada por los médicos. “Las mujeres, cuando vamos a consulta, es como de: ‘Está histérica, tómese su pastilla y no dé lata’. Esa es la actitud que siempre noté en el sector público”, compara Rebeca.

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Lizeth Almanza, estudiante de posgrado de 27 años en Coatepec, Veracruz, vivió algo peor en el sector privado.
Además de hipertiroidismo, padece diabetes y síndrome de ovario poliquístico y huyó de su segunda endocrinóloga cuando le pidió su opinión profesional respecto a un eventual embarazo.

“Quería informarme, y saber, en caso de decidirme, cómo me tendría que cuidar”. La respuesta de la doctora la sorprendió: “¿No te das cuenta de todas las condiciones que tienes y todavía estás pensando en tener un hijo?”.

Además, las mujeres deben lidiar con los cambios que la enfermedad provoca en su apariencia. El estereotipo de mujer exige un aspecto físico contrastante con signos clásicos de las enfermedades tiroideas: aumento o disminución de peso, caída de cabello o el signo llamado exoftalmia, que da los “ojos saltones” a las pacientes.

“Esta condición, por ejemplo, me va a preocupar (como doctor) cuando implique una amenaza a la función visual de la persona, pero no cómo se ve a sí misma (…), ignorando que hay toda una construcción social que te sitúa y te exige ser bonita, lo que sea que eso signifique”, explica la doctora Nashielly Cortés, adscrita al Departamento de Salud Pública de la UNAM.

<span>Las hormonas que produce la tiroides influyen en la digestión, la reposición de células muertas, las contracciones musculares, el ritmo cardiaco y la temperatura corporal. (Ilustración: Ivette Espinosa)</span>
Las hormonas que produce la tiroides influyen en la digestión, la reposición de células muertas, las contracciones musculares, el ritmo cardiaco y la temperatura corporal. (Ilustración: Ivette Espinosa)

Reflejar un rostro enfermo es diferente para hombres y mujeres en una sociedad que hace una exigencia diferencial entre ellos, apunta.

Violencias como las que Rebeca o Lizeth han vivido son consecuencia de que el conocimiento y la práctica de la medicina se han construido históricamente a partir del cuerpo y la visión masculina. También de los roles y estereotipos de género que atraviesan la ciencia, la medicina y cualquier práctica social.

Dentro de esa estructura, la relación médico-paciente es asimétrica. Al paciente se le coloca en un rol de subordinación al conocimiento que el médico posee para aliviarlo. Esa asimetría suele acentuarse cuando la médica es una mujer, dice Cortés, pues las doctoras deben legitimarse constantemente en un campo profesional dominado por hombres.

POCOS ESPECIALISTAS Y MUCHA CENTRALIZACIÓN

Otro de los principales problemas para quienes padecen de la tiroides es la dificultad para conseguir citas, ya que estas se alargan en el tiempo, y parte del problema es la escasez de especialistas.

Durante los últimos 20 años se han expedido 1,104 cédulas de especialidad en endocrinología —la mitad a mujeres— en todo México, según información obtenida por transparencia de la Secretaría de Educación Pública (SEP).

Aunque no existe un censo, el Consejo Mexicano de Endocrinología estima que hay unos 1,200 endocrinólogos y endocrinólogos pediatras en activo, que serían insuficientes incluso si solo atendieran los problemas tiroideos, reconoce el doctor Sosa Caballero.

También, añade, hay un problema de concentración. Mientras hay estados del país con uno o dos endocrinólogos, Ciudad de México, Estado de México, Nuevo León y Jalisco concentran la mayoría de los especialistas.

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“Va a haber una María antes y una María después de tu diagnóstico”. Así es como María García, una publirrelacionista de 28 años, recuerda una de sus primeras consultas con su nutrióloga.

Acababa de ser diagnosticada con tiroiditis de Hashimoto, una enfermedad autoinmune que es la principal causa de hipotiroidismo en mujeres y que se ha identificado entre las principales secuelas de covid-19 en la tiroides.

María tuvo covid-19 en agosto de 2020. Su caso no fue grave, pero le dejó secuelas. Caída de cabello, piel reseca y uñas quebradizas. A eso se sumaban náuseas, mareo y el olvido de palabras; subía de peso, su organismo rechazaba alimentos que antes consumía sin problema y había días que le costaba mantenerse despierta mientras trabajaba.

“Llegué a sentirme loca. Decía: ‘¿Cómo no puedes estar despierta? ¿Por qué quieres estar dormida todo el día?’, y te sientes culpable”, dice cinco meses después de haber sido diagnosticada.

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Ya se había identificado que infecciones virales como el SARS, la influenza y el sarampión pueden alterar la función tiroidea. Lo que se descubrió recientemente, según la revisión publicada por los científicos japoneses Idefumi Inaba y Toru Aizawa, es que el virus SARS-CoV-2 también tiene esa secuela. Específicamente, se identificó que el covid-19 puede provocar o activar autoinmunidad en pacientes sin un diagnóstico.

Sin embargo, indica Liliana Muñoz Hernández, endocrinóloga del Instituto Salvador Zubirán, es complicado confirmar la relación entre covid-19 y disfunciones tiroideas por lo reciente de la pandemia y lo inusual de los estudios de anticuerpos.

Después de semanas de tratamiento, María ha llegado a su dosis idónea de medicamento y sigue las instrucciones de su nutrióloga para encontrar qué alimentos tolera su cuerpo. Sigue luchando con algo que le ha sido muy difícil: “Es muy rudo sentirte en un cuerpo que no es tuyo, sentir que has perdido el control”.

Nunca sabremos si la Mona Lisa sintió algo parecido. Ni siquiera Leonardo da Vinci pudo ser consciente de la importancia de esa glándula, la tiroides, que fue el primero en representar en uno de sus extraordinarios dibujos anatómicos. Quién le iba a decir que hoy, 500 años después de su muerte, un robot que permite la cirugía no invasiva de la tiroides sería bautizado como robot Da Vinci. N

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Este reportaje fue realizado con el apoyo de la International Women’s Media Foundation (IWMF) como parte de su iniciativa de ¡Exprésate! en América Latina. Edición: Karla Casillas Bermúdez. Ilustración: Ivette Espinosa.