Madres iraníes eligen el exilio por el bien de sus hijas

Sima Moradbeigi huyó de Irán con su marido y su hija, con la ayuda de un contrabandista de personas, tras recibir disparos y ser herida de forma grave por las fuerzas de seguridad del Estado. (Emily Garthwaite/The New York Times)
Sima Moradbeigi huyó de Irán con su marido y su hija, con la ayuda de un contrabandista de personas, tras recibir disparos y ser herida de forma grave por las fuerzas de seguridad del Estado. (Emily Garthwaite/The New York Times)

Una lluviosa tarde de primavera, una joven madre iraní con un brazo destrozado, su esposo y su hija de 3 años se encontraron con un contrabandista cerca de la frontera iraquí que les dio un severo ultimátum: debían garantizar el silencio de la niña o abandonarla.

La madre de 26 años, Sima Moradbeigi, recordó que corrió a una farmacia por una botella de jarabe para la tos para drogar a su hija y ponerla en un estado de letargo.

Bajo la oscuridad de la noche, la familia siguió al contrabandista fuera de Irán por caminos montañosos, a veces agachados o arrastrándose a través de matorrales fangosos para eludir a los guardias fronterizos que vigilaban su ruta con linternas. Horas después, contaron Moradbeigi y su esposo, llegaron sanos y salvos a una mezquita en las afueras de la ciudad de Solimania, en la región del Kurdistán, al norte de Irak.

Su hija, Juan, apenas se movió.

La República Islámica de Irán –una teocracia que surgió después de la revolución de Irán en 1979– nunca fue hospitalaria con las mujeres que se rebelaban contra sus estrictos códigos religiosos de vestimenta y comportamiento. Pero sus peligros se vieron amplificados por una revuelta que comenzó en septiembre, desencadenada por la muerte de una mujer de 22 años, Mahsa Amini, mientras estaba bajo la custodia de la policía de la moral del país.

Las mujeres desempeñaron un papel central en los meses de protestas antigubernamentales que siguieron, exigiendo nada menos que la abolición de todo el sistema de gobierno clerical autoritario. Al final, el gobierno sofocó la mayoría de las protestas, dejando en el proceso cientos de muertos, según grupos defensores de derechos humanos.

Sima Moradbeigi muestra su brazo derecho destrozado, en el cual según contó recibió disparos de perdigones de metal de las fuerzas de seguridad, en la casa donde vive en el Kurdistán iraquí, el 5 de junio de 2023. (Emily Garthwaite/The New York Times)
Sima Moradbeigi muestra su brazo derecho destrozado, en el cual según contó recibió disparos de perdigones de metal de las fuerzas de seguridad, en la casa donde vive en el Kurdistán iraquí, el 5 de junio de 2023. (Emily Garthwaite/The New York Times)

Algunas madres llegaron a la conclusión de que era mejor arriesgar sus vidas huyendo de Irán para evitar que sus hijas pasaran toda una vida bajo el régimen autoritario. Estas son las historias de tres mujeres que tomaron esa difícil decisión.

Transformada por la rabia

Días después de que comenzaran las protestas, Moradbeigi contó que salió por la puerta principal de su casa con un pañuelo en la cabeza, el cual planeaba quemar en las calles de su ciudad natal, Bukan. Antes de ese momento, Moradbeigi no se consideraba una persona política.

Moradbeigi había encontrado la felicidad con su esposo Sina Jalali, quien era dueño de una tienda de telas, y su hija. Pero estaba enfurecida por la muerte de Amini, que había vivido en Saqqez, no lejos de la ciudad natal de Moradbeigi en la región kurda del noroeste de Irán. Al igual que Amini, ella formaba parte de la minoría kurda de Irán, la cual ha enfrentado discriminación y represión.

Moradbeigi afirmó que cuando se unió a la protesta ese día en Bukan, recibió una ráfaga de disparos de un oficial de seguridad, quien le disparó docenas de perdigones metálicos. Las radiografías de sus heridas, proporcionadas por Moradbeigi y uno de sus médicos, mostraron que los perdigones habían pulverizado el hueso de su codo derecho.

“Cada minuto veía la muerte ante mis ojos”, dijo Moradbeigi en diciembre, en una de una serie de entrevistas realizadas durante los últimos siete meses. “Pero mi corazón estaba con mi hija. No podía morir y dejarla bajo este régimen corrupto”.

Los médicos advirtieron que era posible que fuera necesario amputarle el brazo a menos que obtuviera un remplazo de codo rápidamente. Pero era muy complicado realizarse esa cirugía en Irán. Y Moradbeigi temía que su lesión la convirtiera en un blanco fácil para la policía.

Fue en ese momento en el que decidió irse del país.

Moradbeigi y su esposo pasaron siete meses escondidos mientras luchaban por encontrar un contrabandista que los sacara de Irán. Pero una y otra vez les dijeron que llevar a un niño pequeño era demasiado peligroso porque su llanto podría delatarlos.

A finales de abril, finalmente recibieron una llamada: por 10 millones de tomanes iraníes (unos 230 dólares), un contrabandista accedió a organizar su fuga. En cuestión de días, vendieron todo lo que tenían, incluso los libros de su hija, y se fueron de casa con analgésicos y 600 dólares en efectivo.

Una familia dividida y luego reunida

Incluso antes de que comenzaran las protestas en septiembre, las mujeres iraníes ya arriesgaban sus vidas para tratar de asegurar un futuro mejor para ellas y, en particular, para sus hijas. Algunas han sido ayudadas en sus fugas por grupos armados de oposición kurdos-iraníes, como Komala, radicado en las montañas de la región del Kurdistán del norte de Irak, que se ha convertido en un refugio, en especial para los kurdos que huyen de Irán.

Nasim Fathi, una activista antigubernamental de 38 años de la ciudad predominantemente kurda de Sanandaj, en el noroeste de Irán, fue una de ellos. Fathi contó que huyó a Solimania hace un año después de que la citaron para comparecer ante un tribunal por participar en un mitin político.

En las semanas previas a su fuga, contó Fathi, estuvo bajo el escrutinio de las fuerzas de seguridad iraníes, quienes le prohibieron salir del país. Enfrentó un terrible dilema: necesitaba huir de Irán, pero era madre soltera de dos hijas, de 21 y 10 años.

En julio de 2022 decidió que no habría futuro para ninguna de ellas mientras permaneciera en el país. Dejando a sus hijas, contó Fathi, cruzó la frontera con la ayuda de un contrabandista.

“Les prometí que nos encontraríamos cuando el momento fuera seguro”, dijo en una entrevista telefónica desde Solimania. Pero semanas después de su llegada, las manifestaciones envolvieron a Irán, lo que puso en duda el rencuentro con sus hijas.

Su hija mayor, Parya Ghaisary, se inspiró con las protestas y se unió a ellas. Pero cuando arrestaron a dos de sus amigas a finales de septiembre, su madre intervino desde Irak.

“Me pidió que llevara a mi hermana al otro lado de la frontera”, contó Ghaisary. “Éramos todo lo que ella tenía en esta vida”.

Agarrando con fuerza sus pasaportes y la mano de su hermana, Ghaisary tomó un taxi hasta la frontera iraquí, donde les dijo a los guardias que ella y su hermana, Diana, iban a cruzar para asistir a la boda de un pariente. En cuestión de horas, se rencontraron con Fathi.

Una temeraria fuerza de la naturaleza’

Para algunas mujeres iraníes que han terminado separadas de sus hijas, la agonía solo es superada por el miedo a los peligros que podría traer un rencuentro.

“Me deprimo cuando imagino a mi hija siendo víctima de los mismos horrores que me obligaron a huir de su lado”, afirmó Mozghan Keshavarz, una activista antigubernamental que habló por teléfono desde un lugar fuera de Irán que no quiso revelar. “Pero no puedo regresar a Irán”.

Los problemas de Keshavarz comenzaron en 2019, cuando inició una campaña para repartir rosas a mujeres con velo y sin velo en un esfuerzo por unirlas. Las fuerzas de seguridad entraron a su casa y la golpearon frente a su hija, que en ese momento tenía 9 años, antes de llevarla a prisión, contó Keshavarz.

La siguiente vez que vio a su hija, Niki, fue en 2021, después de que se le concediera un permiso para salir de la prisión y curarse de una lesión en la columna que sufrió mientras estaba detenida. Pero su rencuentro fue breve.

Keshavarz se vio obligada a esconderse en julio del año pasado, cuando un grupo de oficiales irrumpió en la casa de su padre después de que ella asistiera a una protesta contra el hiyab o velo obligatorio. Cuando un abogado le dijo que probablemente sería sentenciada a muerte, huyó de Irán.

Keshavarz recordó la noche de su arresto en 2019, cuando las fuerzas de seguridad le ordenaron a Niki que rompiera un dibujo pegado al refrigerador que decía: “No queremos el hiyab”.

“Ella se negó”, dijo Keshavarz. “Me siento honrada de haber ayudado a moldear a esta temeraria fuerza de la naturaleza”.

c.2023 The New York Times Company