“Los médicos me dicen que estoy mejor que ellos”: hace 45 años lo trasplantaron y hoy promueve la donación de órganos
El uruguayo Ítalo López nació en agosto de 1967, pero para él su verdadero cumpleaños es el 9 de diciembre de 1977, día en que, con solo 10 años, se despertó de la anestesia y su vida comenzó de nuevo. “Cuando me trasplanté, empecé a vivir. Salí de la clínica y mi vida era otra. Así que yo calculo que, en vez de 56 años, tengo 45″, dice entre risas. Él fue el primer niño trasplantado de riñón en la historia del Hospital Universitario Cemic, y es una de las personas que más años lleva con el mismo riñón trasplantando en el país.
Los pocos recuerdos que conserva de su infancia son en hospitales: internado, durante una extracción de sangre, en alguna de sus tres visitas semanales al nefrólogo. “Mi vida era eso. Obviamente iba a la escuela, pero no tengo recuerdos positivos: me dolía la cabeza, las piernas, los riñones. Mis padres me ayudaron mucho y se ocuparon de que no sufriera”, detalla, por videollamada, desde su casa, en el centro de Montevideo.
Los médicos que lo trataron de niño, en Uruguay, nunca lograron saber con exactitud la afección que hizo que, con tan solo ocho años, sus riñones dejaran de funcionar. Siguieron años de tratamientos, hasta que, a través de un doctor, su padre supo que, en el Cemic, en Buenos Aires, habían comenzado a hacer trasplantes renales.
“Mis padres vendieron la casa, el auto, todo. Eso lo recuerdo. Mi mamá me donó un riñón. Me imagino el miedo que habrán tenido mis padres: no entendían mucho. Les explicaron que me iban a sacar un órgano, que me iban a poner el de mi mamá. Y que, antes, me iban a poner una canulita, que es la de diálisis. Eso era todo”, cuenta.
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Contacto
El equipo médico que hace 45 años operó al niño, coordinado por el nefrólogo Mario Turín y compuesto por un cirujano, un urólogo, dos pediatras y un cirujano vascular, perdió el contacto con López durante décadas. Hace unos meses el expaciente envió un mail a Cemic para ponerse nuevamente en contacto. “El quería que supiéramos que estaba vivo y muy bien con el riñón que le trasplantamos”, cuenta Turín, de ahora 86 años. Cuando coordinó el trasplante de López, tenía 40 años y había regresado hacía siete de Estados Unidos, donde había sido becario de investigación nefrológica en el hospital Johns Hopkins. Allí había presenciado y participado del seguimiento de los primeros trasplantes de riñón. De regreso a Buenos Aires, llegó a ser jefe de Nefrología y rector de este Instituto Universitario Cemic, además de presidente de la Asociación Argentina de Trasplantes. “Fue emocionante volver a estar en contacto con Ítalo. Imaginate lo que significa para un médico que se dedicó a esa tarea que, muchos años después, un paciente se acuerde de agradecerle”, suma.
López recuerda el posoperatorio con alegría: “Le pregunté a los médicos: ‘¿Y ahora qué?’ Y me dijeron: ‘Ahora hacé lo que quieras, tomá los remedios y hacé lo que quieras’. Mi vida cambió desde el primer día: yo antes tenía toda una estrategia para poder orinar, y después del trasplante, en la clínica oriné normal. Fue un cambio de 1000 por 1000″, afirma.
Hoy tiene un hijo de 19 años, está divorciado y vive en el centro de Montevideo, donde es feriante y se dedica al comercio de indumentaria. Lleva una vida normal –”normal para bien y normal para mal”, suma entre risas–, aunque de vez en cuando se pregunta sobre el futuro de su riñón: “A veces tengo algún sentimiento un poquito desencontrado. Sé que soy de las pocas personas con un trasplante renal de tantos años, y sé lo que puede pasar. Pero después me olvido. No llevo la cuenta de cuántos años tendría mi mamá ni cuántos años tiene el riñón, porque no es positivo tampoco. Prefiero concentrarme en lo bueno: los últimos exámenes que me hice me dieron perfectos. Los médicos me dijeron: ‘Pa, estás mejor que yo’. Yo creo que, si Dios quiere, este trasplante va a durar muchísimo más”, dice.
Efectos
Turin destaca que el trasplante no implica limitaciones en el estilo de vida: “Recuerdo a un paciente que, después del trasplante, quería jugar de arquero en un equipo de fútbol y le prohibimos jugar porque no le podían pegar un pelotazo en la panza. Pero, más allá de eso, no hay limitaciones, en realidad. Los pacientes normalmente se olvidan, hacen una vida totalmente normal”.
En cuanto a los riesgos, indica: “Son muy pocos. Por supuesto, toda operación tiene riesgo, pero son muy limitados. El riesgo mayor está en la compatibilidad y en el rechazo, pero eso ha mejorado a lo largo de la historia de los trasplantes. Han surgido nuevos medicamentos inmunosupresores que hacen que el riñón no tenga crisis de rechazo”. Los nuevos fármacos también han aumentado la durabilidad de los órganos trasplantados, afirma, a la que vez que asegura que los nuevos hallazgos seguirán aumentándolo.
“La verdad, me he divertido muchísimo: he jugado al fútbol, he paseado, ido a campamentos, a Florianópolis con los amigos. Inclusive hoy me divierto, aunque ahora intento cuidarme un poco más con la comida. Hace seis meses empecé a no tomar alcohol, pero tomo un vinito de vez en cuando”, cuenta López, entre risas.
Él toma la misma medicación desde que fue trasplantado. A su vez, se define como una persona que hace mucho deporte: sale a correr, también a nadar y camina todos los días cinco kilómetros para llegar a su trabajo. Es miembro de la Asociación de Trasplantados del Uruguay (ATUR), donde a veces da charlas. “Lo que me gusta decir es que el trasplante te cambia la vida de un día para el otro”, sintetiza. También incentiva la donación de órganos: “Lo hago, más que nada, por mi madre, creo que se lo merece. Ella falleció hace unos años, pero está conmigo siempre. Si yo tengo el riñón de ella, parte de su vida está viva. Al menos me gusta pensarlo así”, dice.