Luis Montes, le leyenda discreta que demostró que en México sí hay talento, pero no siempre a la vista

Luis Montes celebrando su último titulo con el León, en diciembre de 2020. (REUTERS/Omar Martinez)
Luis Montes celebrando su último titulo con el León, en diciembre de 2020. (REUTERS/Omar Martinez)

Cuando Luis Montes irrumpió en la Liga MX, a mediados de 2012, en realidad ya llevaba seis años de haber debutado como profesional. Lo hizo en Pachuca, equipo especialista en detectar talento joven y darle proyección en la Primera División. Pero no se había consolidado en el máximo circuito y tuvo que hacer una escala forzada en León, un equipo histórico del futbol mexicano que se encaminaba a la década en el infierno del ascenso.

Nadie, ni el más optimista, podía adivinar lo que les esperaba en los años siguientes con Luis Montes como faro. La Fiera volvió a Primera en el Clausura 2012. Lo hicieron con un futbol vertical, ofensivo y espectacular que deslumbró las pupilas de todos en el circuito de plata del balompié nacional. En ese equipo brillaban dos jugadores mexicanos que habían batallado para encontrar un lugar en Pachuca, pero que se amoldaron desde el día uno al León: Montes y su amigo Carlos Gullit Peña.

Se complementaban a la perfección. Peña era todo adrenalina: puro poder físico con el balón y sin él, sus proyecciones al área transmitían un vértigo ineludible para los rivales. Y Montes era el cerebro del equipo: cadencioso, sereno, inteligente para llevar el ritmo del partido y encontrar los espacios ideales para montar una revolución en el césped. En ese lejano 2012, Luis Chapito Montes tenía ya 26 años. Algunos lo recordaban por su paso en los Tuzos, pero era innegable que su prestigio se había labrado en tierras leonesas. Nunca necesitó de grandes reflectores, pues era en el campo en donde se sentía cómodo para ejercer como virtuoso.

Pero había una pregunta que todos se hicieron durante esos años: ¿en dónde había estado durante este tiempo? Porque no era normal que un jugador con ese talento hubiera pasado desapercibido. El futbol le llegó tarde, trataron de explicar algunos, pero en realidad Montes dejó claro durante los siguientes diez años que la calidad no tiene fecha de nacimiento ni de caducidad. Es lo que es. Y cuando por fin este petiso jugador recibió su oportunidad no la desaprovechó. No sólo esquivó rápido con el León al fantasma del descenso; muy pronto en el Bajío comenzó a hablarse de campeonatos y días brillantes.

Por algo Los Esmeraldas ganaron el bicampeonato en los torneos Clausura 2013 y Apertura 2014. Ya era algo histórico en torneos cortos —antes de ellos, sólo Pumas lo había conseguido en 2004, y después de ellos, sólo Atlas lo volvió a hacer con su gesta en la temporada 2021-2022—. Su calidad no pasó desapercibida para la Selección Mexicana. Lo convocaron para jugar el Mundial de Brasil 2014. Iba a ser titular, pero pasó algo. Sufrió una fractura escalofriante en un amistoso contra Ecuador. Se perdió el Mundial.

Pasados los años, aquella se convertiría en la única oportunidad real de Montes de haber estado en una Copa del Mundo. Juan Carlos Osorio lo ignoró de manera incomprensible durante su proceso. Gerardo Martino lo convocó al principio, pero Montes, cansado de ser un jugador de reparto, decidió renunciar por su voluntad al Tri. No pudo ser. Es cierto que nunca se volvió a ver la versión previa a Brasil 2014, pero sí mantuvo una constancia rara para los parámetros del futbol mexicano. Montes, torneo a torneo, estuvo entre lo mejor de la Liga MX. Volvió a ser campeón en el Clausura 2020, después de varios torneos de quedarse en la orilla con un León que practicaba un futbol armónico.

2023 ha representado el adiós de Montes del León. Jugará en el Everton de Viña del Mar de Chile. Es el fin de una era en el futbol mexicano, la era de Luis Montes, el jugador que demostró que en México sí hay talento, aunque no siempre esté a la vista.

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