A los ‘lowriders’ no se les permitió circular durante mucho tiempo, pero ya pueden hacerlo con libertad en California

Lori Maldonado se sienta dentro de un auto clásico renovado en Elysian Park, al este de Los Ángeles, el 9 de octubre de 2023. (Victor Tadashi Suarez/The New York Times)
Lori Maldonado se sienta dentro de un auto clásico renovado en Elysian Park, al este de Los Ángeles, el 9 de octubre de 2023. (Victor Tadashi Suarez/The New York Times)

Este mes, una fila de autos brillaba bajo el sol mientras avanzaban lentamente apenas a unos centímetros del suelo para pasar deslizándose al lado de una señal de “PROHIBIDO TRANSITAR” en un parque popular cerca del centro de Los Ángeles.

Los bajos palpitaban en algunos de sus altavoces. Otros autos subían y bajaban, con sus conductores sonriendo mientras pasaban junto a vendedores de tacos y helados, y saludaban a los espectadores.

Esta comunidad de amantes de los autos, en su mayoría latina, se había reunido para pasar un domingo con los amigos y la familia. Sin embargo, para presumir sus autos, conocidos como “lowriders”, técnicamente algunos estaban violando la ley.

La práctica de crear “lowriders”, a partir de modificar vehículos clásicos al bajar la suspensión y, a veces, añadir sistemas hidráulicos, ha sido parte de la cultura automovilística de California desde los años cuarenta. No obstante, en las décadas siguientes, las ciudades y los condados impusieron prohibiciones que estereotiparon a los “lowriders” como vehículos asociados con la delincuencia y las pandillas. Durante mucho tiempo, las leyes, descritas por quienes participan en esta actividad como discriminatorias, han evitado que desfilen en sus autos sin temor a recibir citatorios o ser remolcados.

El viernes, el gobernador de California, Gavin Newsom, firmó un proyecto de ley que deroga esas proscripciones y elimina una prohibición estatal que impedía modificar un vehículo para reducir de manera significativa el espacio entre el auto y la calle.

“No somos pandilleros. No buscamos problemas”, comentó René Castellon, presidente de Elegants Los Angeles Car Club, quien conduce un Chevy Impala rojo de 1965 con una calcomanía en el parabrisas en la que se lee “TRANSITAR NO ES UN CRIMEN”.

Un auto clásico rojo renovado circula por una calle de Los Ángeles bordeada de palmeras, el 9 de octubre de 2023. (Victor Tadashi Suarez/The New York Times)
Un auto clásico rojo renovado circula por una calle de Los Ángeles bordeada de palmeras, el 9 de octubre de 2023. (Victor Tadashi Suarez/The New York Times)

Durante meses, Castellon y otros miles de conductores de “lowriders” de todo el estado han abogado por el proyecto de ley, el cual se presentó en febrero y lo aprobaron tanto la Asamblea como el Senado del estado con un fuerte apoyo bipartidista. La nueva ley entrará en vigor el 1.° de enero.

Algunas ciudades, como Sacramento, San José y National City, ya habían quitado sus prohibiciones. En otras partes de California, pasear en un auto, lo que llaman “cruising” —a menudo se define como pasar varias veces por el mismo lugar en un periodo determinado— sigue siendo ilegal. En el condado de Los Ángeles, la sanción es una multa de hasta 250 dólares. Aunque las reglas no siempre se hacen cumplir, algunos conductores de “lowriders” señalaron que la policía les ha ordenado que se muevan de lugar, que les han levantado infracciones o confiscado sus autos y que los han tratado como a delincuentes tan solo por disfrutar de su pasatiempo que es apreciado.

“Perdí la licencia un par de veces”, mencionó Alejandro Vega, constructor de autos personalizados radicado en el Valle de San Fernando, cuyas obras han ganado varios premios y se han expuesto en el Louvre.

“Estereotipaban a quienes conducimos ‘lowriders’”, opinó Vega, conocido como Chino, para referirse a la policía, la cual, aseguró, también confiscó su auto. “Podrías haber pasado 20 veces en un auto normal, nunca te pararían”.

Vega, de 51 años, se mudó a Estados Unidos desde México cuando era adolescente y mencionó que de inmediato le atrajeron los “lowriders” por el modo en que resaltaban. Cualquiera “puede conducir un Bentley; no cualquiera con dinero puede conducir un descapotable del 59”, comentó. “Lo llevamos en la sangre”.

Según la mayoría de las opiniones, los “lowriders” empezaron a usarse en California entre los jóvenes mexicoestadounidenses, quienes tomaron un símbolo de la clase media estadounidense —el automóvil— y lo transformaron por completo. Empezaron a rediseñar autos más antiguos y asequibles con tapicerías elegantes, detalles cromados y dorados, sistemas de sonido potentes y, en algunos casos, sistemas de suspensión hidráulica que podían levantar el auto del suelo. Estas creaciones llamativas, hechas para desfilar “despacio y a una altura baja”, también se convirtieron en símbolos de rebeldía que más tarde se propagaron a otras comunidades marginadas de Estados Unidos y, con el tiempo, hasta Japón.

En el auge económico de la posguerra de la década de 1950, el movimiento siguió creciendo con un excedente de autos más viejos y asequibles, señaló John Ulloa, experto en la cultura de los “lowriders” y profesor de Historia en la Universidad Estatal de San Francisco. “La necesidad es la madre de todos los inventos”, afirmó, para describir el ingenio de quienes crearon “algo hermoso a partir de algo que era la basura de otros”.

Sin embargo, con el paso de los años, la cultura de los “lowriders” se convirtió en un objetivo de los políticos que la relacionaban con la delincuencia urbana y, en 1988, los legisladores estatales aprobaron un proyecto de ley que les permitía a los gobiernos locales de California prohibir el “cruising”. David Álvarez, un miembro de la Asamblea y demócrata de San Diego que presentó el proyecto de ley para poner fin a las prohibiciones, afirmó que estas iban dirigidas injustamente a una comunidad marginada y le daban a la policía “otra herramienta para intervenir, detener e interrogar a los individuos”.

Lori Maldonado, quien se identifica como chicana de segunda generación, comentó que, desde que tiene memoria, su comunidad de “lowriders” ha jugado al “gato y al ratón” con las autoridades, moviéndose de un estacionamiento a otro para evitar a las fuerzas del orden.

“La policía nos ha acosado desde que era niña”, aseguró Maldonado, de 48 años, quien recordó cómo su familia colocaba sacos de arena y altavoces caseros pesados en la parte trasera de los autos para que el peso los bajara y los acercara al suelo.

Maldonado mencionó que, aunque era cierto que algunos “lowriders” habían pertenecido a pandillas en el pasado, muchos se habían reformado y consideraban el pasatiempo como una oportunidad para expresarse y pasar tiempo con sus amigos y familias; en especial, cuando la cultura se volvió más popular entre las mujeres. “La comunidad de ‘lowriders’ nos une”, opinó Maldonado, que conduce un Impala de 1963 al que llamó Shady ‘63. “Mantenemos la paz”.

Vallerrie Martínez, constructora y soldadora de automóviles de la zona centro sur de Los Ángeles, mencionó que le habían impuesto al menos cinco multas mientras conducía un “lowrider”, una de ellas mientras circulaba por Hollywood Boulevard en Los Ángeles y que había firmado una petición para apoyar el proyecto de ley.

“Ahora, podemos defendernos un poco con la ley”, opinó.

Un domingo reciente, Martínez, de 32 años, en una competencia de saltos en el condado de Ventura vio cómo uno de los autos en los que había trabajado daba tumbos sobre sus ruedas traseras, con la punta inclinada hacia el cielo.

“Los autos son preciosos”, afirmó, para describir el trabajo duro y la pasión que la gente pone en sus vehículos, sin importar su procedencia o ingresos.

Y agregó: “Es como su Mona Lisa”.

c.2023 The New York Times Company