Lola Lince dedica pieza coreográfica a quienes "murieron en soledad"

GUANAJUATO, Gto., octubre 22 (EL UNIVERSAL).- Para la bailarina y coreógrafa Lola Lince, la pandemia hizo que el tiempo se dimensionara de una manera insólita. "El tiempo podía tener cualquier duración. Entonces, comencé a indagar con mi propio cuerpo sabiéndome tiempo. Esta relación particular tiene que ver con que nuestro tiempo suele ser muy racional: una hora que dura 60 minutos", dice Lince, en entrevista, horas antes de presentar su pieza "El sentimiento del tiempo" en el 50 Festival Internacional Cervantino.

Durante la pandemia se vivió un tiempo suspendido, abunda la directora de la Compañía de Danza Experimental. "Yo no tenía mi equipo de trabajo, pero sabía que esta temporalidad me permitía entablar otra relación con el mundo. El sentimiento creativo a partir del sentimiento de que las cosas también tienen una historia atemporal. A lo mejor lo que recordamos son sensaciones y no tanto tiempos o fechas".

Dicha relación con lo temporal no sólo fue el germen de "El sentimiento del tiempo", sino que abrió algunas heridas que tenía la coreógrafa.

"Estaban allí, ocultas, en mi epidermis. Y no dejaban de resonar con los casos de todas esas personas que morían en soledad, sin una mano amiga, sin un beso. Así, también me condujo al momento de la muerte de mi madre; fue muy súbita, murió antes de la pandemia y yo viví un duelo no cumplido. Un duelo que no pude vivir o que reprimí y detonó en un duelo universal. Fue algo que me hizo resonar muy fuerte con todo el suceso y con mis propios duelos no cumplidos", afirma la bailarina y exbeneficiaria del Sistema Nacional de Creadores.

Al empezar la función, los movimientos de Lince son etéreos. Parece que su piel apenas toca la materia. Ella recorre un dispositivo escénico austero: un caballete cubierto con un velo, una silla de madera, un puñado de rosas, objetos que se enmarcan en la música y la iluminación. No se trata sólo de la coreografía que ella hizo: las cuatro partes de la pieza (Duelo, Ira, Oración y Salvación) son exploraciones del movimiento y de la emoción que transitan de lo contemplativo a la rabia y el misticismo.

"Mis objetos, que me han acompañado durante prácticamente toda mi vida artística, me empezaron a revelar su vida profunda, su historia y su memoria. Mi cuerpo empezó a generar el proceso de creación de esta pieza".

A la hora de crear estos dispositivos, estas escenas, Lince recalca que "antes del concepto, en mí aparece la imagen. En mi caso, las obras nacen de una forma totalmente intuitiva. Las intuiciones nacen de un fondo misterioso que tiene que ver con esto que los neurólogos llaman la actividad del hemisferio derecho".

El lenguaje, continúa la bailarina, es un logos, pero "también nos configura. No sé dónde se inscribe este logos. En mí aparecen imágenes que detonan procesos de creación. Yo siento que hay un cruce muy interesante entre procesos intuitivos y procesos creativos para traer así, una serie de información y volverla un signo. Para mí, la palabra funda y nombra; es decir, en muchas de mis anotaciones, de mis partituras de movimiento, que a veces pueden parecer muy abstractas, encuentro la palabra para organizar esa partitura. Pero, por lo común, lo hago con una serie de anotaciones que tienen que ver con palabras muy precisas o metáforas".

Por último, Lince dice que sus procesos de creación se nutren de diversas fuentes. "La pintura, la poesía y el cine son tres puntales, son comida para el alma". Y cita nombres y libros en desorden. Los poetas Rimbaud y Verlaine, Pavese y Rilke, y libros como los "Cuatro cuartetos", de Eliot, y "Piedra de sol", de Paz, "un poema de cabecera". Los pintores: Varo, Klee, Chagall, Picasso, Schiele, Balthus e Izquierdo. Los cineastas: Bergman, Tarkovski y ciertas escenas de "El acorazado Potemkin" que se quedaron para siempre en la memoria de la bailarina.