Las leyendas le aplauden y la afición toma nota, pelotero de Miami rescata un estilo de bateo en vías de extinción

Cuando Ichiro Suzuki vio batear a Luis Arráez quedó impresionado. Desde el momento en que Rod Carew le vio utilizar el madero de manera consistente en Minnesota se dio cuenta de que estaba delante de un pelotero especial.

Arráez recuerda que Suzuki, que no le regala un elogio a nadie y guarda sus palabras como si fueran joya preciadas y escasas, le comentó nada más y nada menos que en una mezcla de español e inglés: ‘You’re bueno, man! You’re bueno!’‘, mientras que Carew escribió en Twitter: “Está haciendo lo que mejor sabe hacer y a un nivel de ELITE. Otros jugadores deberían tomar nota”.

Y eso fue en la temporada pasada, por qué habría que preguntarles a esos das leyendas que domesticaron el arte de batear como pocos en la historia del béisbol que piensan ahora de lo que está haciendo el venezolano, recién oloroso a su segunda elección al Juego de las Estrellas de Grandes Ligas.

Carew, Suzuki...quizá nada se acerque tanto a esa manera de batear tan efectiva e inteligente desde que Tony Gwyn pisara un terreno de béisbol y comenzara a acumular títulos de bateo como si fueran pares de zapatos, lo más natural del mundo.

Pero nadie ve las toneladas de trabajo y esfuerzo que Arráez -a quien le dicen La Regadera por su manía de conectar imparables para todos los lados posibles- pone en cada rutina antes de los juegos, en cada viaje a la caja de bateo, en cada swing que blasona como si fueran un esgrimista, listo para poner la estocada en cada agujero del estadio.

“Arráez está en otro nivel, lo que está haciendo es algo especial’‘, apreció el coach de primera base Jon Jay, otro que conectaba líneas cortas y utilizaba la velocidad y que mantiene un ritual con el sudamericano: cuando llega a primera tras un hit, le pega duro en el pecho. “El trae una energía positiva que nos impulsa y nos hace seguir adelante’‘.

Hasta el partido del jueves contra Boston, Arraez presentaba un promedio de bateo de .392, unos 61 puntos más que el siguiente competidor más cercano (Ronald Acuña Jr., de los Braves, con .331) y 98 puntos más que los siguientes segundas base más cercanos (Bryson Stott, de los Filis de Filadelfia, y Ketel Marte, de los Diamondbacks de Arizona, ambos con .294).

Arráez, quien busca convertirse en el primer jugador en tener un promedio de bateo de .400 en el transcurso de una temporada desde Ted Williams en 1941, lideró a todos los segundas bases del viejo circuito en la Fase 1 de la votación de los fanáticos al Juego de Estrellas y en la Fase 2 superó a Ozzie Albies, de los Bravos.

También busca ser el primer jugador en ganar títulos de bateo en años consecutivos pero en ligas diferentes, pues Arráez fue el campeón ofensivo de la Americana la temporada pasada con los Mellizos de Minnesota antes de ser traspasado a Miami en el invierno por el lanzador diestro Pablo López y un par de prospectos.

Todo lo que ha sucedido en el béisbol durante las dos últimas décadas ha conspirado para librar al juego de alguien como Arráez: abrumarle con velocidad y efecto, aprovecharse de su falta de potencia bruta, castigarle por no rendir culto en el altar del ángulo de lanzamiento y sobrevivir en medio del crecimiento desmedido del pitcheo con tantas bolas rompientes y relevistas especializados.

Y, sin embargo, Arráez se mantiene y prospera. Lo que hace el venezolano, y ahora mejor que nunca, requiere una combinación de habilidades de bateo de élite, la capacidad de conectar lanzamientos malos y una rutina brutal que potencia ambas cosas.

“No creo que haya nadie más merecedor, al menos en nuestro equipo, de ser titular y representar a nuestro club de béisbol [en el Juego de las Estrellas]”, dijo Skip Schumaker, manager de los Marlins. “Él representa lo que somos. No es sólo la producción, sino todo el trabajo que hace. Es un jugador ganador”.

Quién hubiera pensado que este chico, firmado como agente libre amateur con un bono de apenas $40,000, se convertiría en esta maravilla de bateador que evoca a los grandes de otras épocas y persigue una marca que es la materia prima de la cual están hechos los sueños en el béisbol.

Sin duda alguna, Arráez evoca un estilo de bateo que se creía en vías de extinción en medio de la adoración por los cuadrangulares, los ángulos, las velocidades de salida y el recorrido de las conexiones, como si esas métricas fueran los Diez Mandamientos.

Pero por encima de todo, Arráez ha puesto al equipo por encima de los números, trayendo una energía distinta al loanDepot park que se traduce en la cantidad de ocasiones en que los peces han venido de abajo para borrar desventajes y mantenerse en la pelea divisional, cuando en otras temporadas ya se daban por perdidos.

“Nadie cree en los Marlins’‘, explicó Arráez. “No es porque yo llegué, sino que estamos jugando una buena pelota. Tenemos un buen clubhouse. Tenemos buenos líderes. Salimos a practicar y a ganar. Así aunque en el primer inning nos hagan cinco carreras, nunca bajamos la cabeza. La subimos y vamos para encima’’.

Y para encima es que va Arráez, La Regadera de Miami.