Quince años después, Leo Messi ya está preparado para ganar el Mundial

Argentina's Lionel Messi celebrates after scoring against Bolivia during the South American qualification football match for the FIFA World Cup Qatar 2022 at the Monumental Stadium in Buenos Aires on September 9, 2021. (Photo by Juan Ignacio RONCORONI / POOL / AFP) (Photo by JUAN IGNACIO RONCORONI/POOL/AFP via Getty Images)
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Hay ajustes muy rápidos y ajustes desesperadamente lentos. A Messi todo le fue bien en el Barcelona desde el primer momento, cayó de pie en cada situación problemática: debutó a tiempo de ganar dos ligas y una Champions con Rijkaard, dio la vuelta al mundo con un golazo ante el Getafe, y supo frenar a tiempo los problemas con las lesiones que le atosigaban en los primeros años. En 2012, cuando Guardiola dejó el club, Messi ya estaba en la lista de mejores jugadores de la historia con solo veinticinco años. Su carrera podría haber acabado ahí y ya habría marcado época.

Le faltaban los éxitos con Argentina, y eso que con veintiún años ya era campeón juvenil, campeón olímpico y había marcado en un Mundial. ¿Dónde estaba su límite con la albiceleste? Donde lo pusiera su cabeza, donde lo pusieran sus compañeros y donde lo pusieran una serie de entrenadores que nunca supieron qué hacer con ese talento. El ajuste aquí ha parecido imposible durante más de una década: que si no sentía los colores, que si no tiraba del carro, que si se borraba en los partidos grandes... Hasta cuatro mundiales ha disputado Messi con la selección, registrando seis tantos en total. Hablamos de un hombre que ha marcado 740 en poco más de 900 partidos como profesional.

Por supuesto, todas estas dudas y estas ansiedades podrían haberse acabado en julio de 2014 si Higuain o Palacio hubieran acertado alguna de sus oportunidades en la final contra Alemania. Pero a veces las cosas pasan por algo: Argentina llegó a esa última ronda sobreviviendo y le faltó esa marcha de más que le tenía que dar un Messi fuera de forma, agotado tras un año de lesiones y vómitos en el Barcelona. El tiempo no mejoró la relación entre ambas partes: Argentina también perdió la final de la Copa América 2015 y la de la edición especial de 2016, ambas ante Chile y ambas en los penaltis.

Quedarse tan cerca de tres triunfos internacionales demostraba una gran capacidad competitiva, pero el dato que perseguía a Messi era tremendo: en sus cuatro grandes finales internacionales con Argentina (450 minutos), ni él ni ningún otro compañero habían conseguido marcar siquiera un gol. Tres empates a cero y una goleada contra Brasil en 2007. ¿De qué servía que Messi se pasara el año celebrando goles y goles con el Barcelona si luego no era capaz ni de marcar un golito en más de siete horas de finales con su selección? El desencuentro llegó hasta el punto de que Leo anunció su retirada un par de veces. En ambas, le convencieron para volver.

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La personalidad de Messi es compleja, eso lo sabemos todos. Es un hombre que necesita muchas cosas para sentirse a gusto. Un hombre que se molesta con facilidad y que desconecta rápido si no se está haciendo todo como él cree que debe hacerse. Le pasó en el Barcelona y le pasó con la selección. ¿Cuál fue la diferencia? Que en el Barcelona se sentía en casa y que le permitieron todo. Absolutamente todo. Argentina era otra cosa. Con Argentina, Messi se sentía extraño, culpable. Era el capitán de un equipo lleno de individualidades gustosos de hacer la guerra por su cuenta. Él buscaba paredes y el balón nunca volvía. Él la pedía en tres cuartos y tenía que acabar bajando a su propio campo a empezar la jugada.

Sus retiradas eran anuncios de impotencia, nada más. Messi no sabía qué hacer. Hasta que decidió no hacer nada, o, mejor dicho, no escuchar a nadie. Como si fueran vasos comunicantes, el mal rollo de las últimas temporadas en Barcelona ha envalentonado a Messi con Argentina. Ahora, sí manda, se emociona, grita, desconcentra a los rivales, se le ve enrabietado, activo, sin preocuparse de las críticas porque a los 34 años todo es presente y todo es urgencia. A eso hay que sumarle otra cuestión: su generación ya se ha retirado. Los que llegan son sus fans. Un montón de chicos que crecieron admirándole y que están dispuestos a aceptar su ascendencia sin rechiste alguno.

Perdido en las complejas burocracias del fútbol europeo, los viajes a Argentina ya no son para Messi potros de tortura, al contrario. Con la selección, con esos viejos y nuevos amigos que derrotaron a Brasil en Brasil y se llevaron por fin un título juntos este verano, Messi siente alivio. El alivio que expresa en lágrimas después de marcarle tres goles a Bolivia, algo que, por otro lado, tampoco es nada del otro mundo. Su cabeza no está en París, está en Qatar -aunque a veces parezca lo mismo-. Está en ese mes de diciembre de 2022 en el que, bien afinado el equipo, Argentina puede ser campeón y, sobre todo, él puede recordar al mundo quién es y por qué ha ganado seis balones de oro.

En tiempos de zozobra y en el que debería ser el ocaso de su carrera, Messi por fin está preparado para el salto que le catapulte a lo más alto de la historia. Lo más importante: a su alrededor, hay un equipo que también lo está: que lo busca donde es necesario, que se adapta a sus necesidades, que lo mima y hace por entenderlo. Leo ya ha ganado mucho dinero y muchas Champions. Le falta lo que le falta y solo tiene una oportunidad más -en 2026, tendrá 39 años, aunque viendo a Cristiano...-. Ahora tiene que aprender a bailar y saltar para esquivar las patadas de la durísima liga francesa. Lo mismo en Qatar le piden que descanse y el espectáculo lo monte dentro de un año. Esta gente es imprevisible.

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